El Virus de la Purga

Capítulo VIII

Era tal vez la única oportunidad; la única ventaja que tendríamos esa noche. Un golpe de verdadera suerte. Lo que caería de un momento a otro sobre nosotros, no sería una ligera lluvia primaveral, sino una fiera tormenta y por la expresión ceñuda que nuestros rostros expresaba, estábamos conscientes de ello.

Los murciélagos aleteaban, gruñían y enseñaban sus abarrotadas mandíbulas llenas de delgados y largos dientes. Su excitación era tal, que por primera vez las vi como los monstruos irracionales que de verdad son, pero a la vez sentí admiración por ellas; por esa determinación salvaje que les guía. Tal vez los humanos no somos tan diferentes y lo que nos impide regresar a ese salvajismo aterrador que clama por un poco de sangre para ser aplacado, es simplemente la moralidad con la que debemos comportarnos en sociedad y el miedo divino a un ser invisible, del cual, ciertamente, dudo cada vez más.

Fue la lluvia, el sonido atronador de una pistola detonadora, lo que marcó el inicio de una carrera contra reloj que decidiría qué especie se merecería surcar los cielos en las eras venideras, lo que decidiría si aquellos seres eres tan superiores a nosotros.

Los soldados todos armados apuntaron con sus armas largar cada orificio por el cual pudiera colarse uno de esos bichos asquerosos. Apuntaron también a la cabina destrozada por la cual se podrían filtrar con sorprendente rapidez varias docenas de ratas voladoras y acabar con nosotros a una velocidad sorprendente. Pero el plan no era ese; el de esperar dentro y agolparse los unos contra los otros mientras se eliminaban de uno a uno a los mamíferos rabiosos que aguardaban pacientes a que hiciéramos el primer movimiento. No, no usaríamos la única entrada como un cuello de botella, intentado contener la entrada de las bestias mientras hacíamos recuento de las municiones y rezábamos entre dientes para aguantar hasta que la luz del sol nos salvase de un destino trágico.

—Bien señores es un honor morir junto a ustedes intercalando disparos que tal vez puedan salvarnos el pellejo en esta puntual y nada usual circunstancia. Señores, no moriremos como ratas en su madriguera, asustados, mojadas y luchado para que el agua no nos ahogue. ¡Hoy no señores, no conmigo! Saldremos y les daremos con todo lo que tenemos y cuando la última bala sea disparada y no tengamos más para defendernos que las unas y los dientes, les enseñaremos a esos depredadores mutados la violencia que hemos guardado dentro por largo tiempo… seamos hombre… seamos lo que la madre naturaleza creó y de lo cual estoy seguro, somos orgullo.

Los soldados gritaron y las criaturas respondieron a su saludo de igual manera.

Muerte o vida, no había otra salida. Luchar era el camino para sobrevivir, para abrir una brecha y tener una oportunidad de salir victoriosos esa noche.

Flavio y Jorge bajaron a Martínez y lo acomodaron como pudieron en el lugar que les pareció más sensato. Aún respiraba y según pude oír, su inconciencia no duraría mucho después de haberle hecho oler un algodón empapado de alcohol.

El agua se abría camino a raudales por las grietas del fuselaje, por las ventanillas rotas,  por la puerta entre abierta, por todos lados. Fuera parecía que el cielo se caía a pedazos y dudaba que nuestros frágiles hombros mortales pudieran soportarlo.  Ya no se escuchaban los sonidos lastimeros de los murciélagos y por un momento llegué a pensar que habían desistido de su campaña. Pero sabía que no era así. Esas cosas estaban ahí con el único motivo de saciar su hambre con nuestra carne. Y no se irían así como así solo porque una tromba se interpusiera en su camino.

Una vez descolgándome, me pusieron sobre una de los asientos, junto a Martínez. Sentí como la estructura se hundía de a poco en el fango que entraba por las ventanillas y me  mojaba  la espalda.

—Ustedes dos se quedaran cuidando de los enfermos y en cuanto despejemos la zona vendremos por ustedes para irnos de este jodido lugar —dijo el piloto dirigiéndose a Jorge y Flavio mientras se ponía las gafas de visión nocturna sin apartar la vista de la cabina por la cual los violentos relámpagos nos iluminaban.

Los soldados salieron detrás del piloto disparando al encontrar frente a sus gafas ojos brillosos que eran el único blanco.

—¿Te encuentras bien? —Me preguntó Jorge acercándose y dándome una cachetada. Le respondí tomándole la mano en el aire antes de que me pegase por segunda vez.

Miré como Martínez se incorporó violentamente y desenfundo el arma que traía ceñida a la cintura y sujetando por el cuello a Flavio le puso el cañón de la pistola ente las cejas.

—Somos amigos —logró articular Flavio en defensa.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde están todos? —Preguntó Martínez eufórico por la desorientación que sufría— ¡No se queden callados hablen de una maldita vez…!



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En el texto hay: apocalipsis, virus, pandemia

Editado: 08.09.2019

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