Mi hora de montar guardia llegó media hora antes de lo previsto. Martínez al igual que los otros estaba destrozado, aunque su entrenamiento militar lo mantuvo en vilo ya que cada vez que me acomodaba rosaba la chaqueta contra la silla. Jorge y Flavio seducidos por el cansancio dormían sin hacer el menor ruido, pareciendo cadáveres. Y al recorrer la mirada por el cuarto la dejé fija en una esquina al lado de la puerta, sobre el bulto que ante la luz sería Flavio, pero ahora no era más que una sombra borrosa que desprendía una exhalación fatigada y no aquel aura de malignidad que me había puesto los nervios de punta. Sentado en medio de la oscuridad, iluminado tenuemente por el brillo imperecedero de las estrellas, me pregunté varias veces aquel extraño sentido nacido en mí. Bien puedo ser un simple desequilibrio cognitivo debido al letargo. Pero la experiencia me dictaba otra cosa.
El problema de los humanos es que nos mantenemos escépticos a las experiencias de los demás. Si bien soy de esa clase de personas que cree que hay cosas que escapan a nuestro entendimiento, las cuales la ciencia aún no ha podido explicar, tampoco soy de aquéllas que se creen todo lo que cuentan. Pero estoy convencido que el ser humano, como animales que somos, tenemos instintos de supervivencia aun no desvanecidos del todo, que aguardan pacientes en alguna aparte de la mente, esperando para ser ocupados. Es así como me explico lo que me pasó cuando niño.
Por aquellos tiempos habré tenido unos cuatro o cinco años y el recuerdo sigue vigente en mi mente como un monumento inamovible. Por alguna razón que no recuerdo o más bien no deseo recordar, me encontraba recostado bajo un puente, había escapado de casa cerca del ocaso y al encontrarme perdido, decidí tomar resguardo. No tengo claro a qué edad se empieza a tener conciencia de los peligros que constantemente nos rodean, pero miedo no era lo que tenía, era mas bien, rabia. Ya tirado en el frío pavimento, cubierto de periódicos viejos y envuelto por una nube de pestilentes olores, quedé profundamente dormido. Y entre sueños sentí la mirada penetrante de unos ojos rojos saliendo de la oscuridad, internándose en mi campo de visión. Es una imagen borrosa en donde lo único definible fueron los enormes ojos rojos que llameaban una inteligencia desconocida, incomprendida, maligna. Fueron tal vez unos segundos que parecieron horas y al sentir un vaho cálido contra las vellosidades de la cara, sentí un profundo terror y supe que lo que me observaba no se encontraba en mis sueños donde no podía hacerme daño. Me sentía paralizado, hipnotizado por ese sentimiento de miedo absoluto, incapaz fui de poder abrir los ojos y fue el dolor lo que me obligó a hacerlo. Frente a mí se encontraba un rostro prolongado de largos bigotes. Mis ojos se clavaron en los suyos. Su cuerpo se curvó en señal de huida y no lo hizo hasta que pude, de manera instintiva, gritar de terror. Me incorporé llevándome la mano al labio superior del cual manaba un líquido cálido, que me tomó tiempo saber que era sangre. La enorme rata me había mordido también la nariz y el mentón. Pero no había huido por miedo, de hecho aún la podía ver agazapada en la oscuridad, a pocos metros de mí. Su retirada fue de precaución y lo que más me aterró fue ver que no estaba sola. Había muchas ratas más ahí abajo, eran incontables los rojos ojos que me miraban como un festín andante. Creo fue el darme cuenta de esto lo que me sacó del estupor y levantándome del todo emprendí mi huida. Ya bajo la luz débil y amarilla de una farola pude ver la sangre que manchaba la ropa y no fue hasta entonces que de verdad empecé a sentir dolor en las mordeduras.
Moví la cabeza intentando alejar el recuerdo.
La noche como tanto me gusta había muerto. Fuera no se escuchaba sonido alguno. El maldito silencio estaba destrozándome los nervios. De pronto me entraron unas endemoniadas ganas de gritar o de reír como loco. Tal vez esa era la respuesta de todo. Me estaba volviendo loco. Está comprobado que después experimentar situaciones traumáticas algunas personas no vuelven a ser las mismas; quedando sumidas en un estado de sinrazón.
No podía decir que Flavio fuera mala persona sólo por una corazonada. Sin embargo algo me decía que no debía confiar en él. Desde el momento en el que nos conocimos no me dio buena espina. Su personalidad un tanto extraña, enigmática, como si con cada palabra emanada de su boca ocultara muchas otras. Creo estoy siendo bastante paranoico. Parezco más a un niño que al paso de los días va acrecentando el miedo irracional hacia cualquier cosa que tenga que ver con un hospital.
Miré por la ventana con la esperanza de ver alguna sombra con forma conocida. El batir de unas alas membranosas era por lo que clamaba. No soportaba la calma, la soledad, el silencio, de seguir así, el vacío que acrecentaba en mí terminaría por hacer que perdiera la poca razón que me quedaba, si es que aún me quedaba algo. Estuve a punto de tomar el arma y dispararle a la venta para reconfortarme con el sonido de los fragmentos de vidrios al alcanzar el suelo. Ya no miraba por la ventana con miedo, desde una esquina, espiando, vigilando. Lo hacía retadoramente, imponiendo mi personalidad de pie. Si había algo fuera quería que me viera, que viniera por mí, que me sacara del maldito martirio del cual era prisionero. Necesitaba acortar la espera.
Editado: 08.09.2019