Después de viajar por la carretera alrededor de dos horas, llegaron a un pueblo que parecía detenido en el tiempo. Sus calles sencillas y sus fachadas pintorescas, brindaban una atmósfera romántica, perfecta para el plan que tenía Alex para esa noche.
Lucía disfrutaba de la vista maravillosa que prestaba el lugar. Aunque viajaba constantemente a Alemania, nunca había visitado aquel paraje.
—¿Te gusta? —preguntó Alex mientras contemplaba a su chica observar aquel paisaje.
—Sí, me encanta.
—Espero que te guste lo que tengo preparado para ti.
—¿De dónde conocías este sitio? —cuestionó.
—Eso es lo bueno de tener a tu madre de aliada —comentó dándole una sonrisa pícara.
—Debí imaginarlo.
—Pues sí, ella y Frederick son partícipes de este secuestro —dijo tomando su mano y dándole un beso mientras detenía el auto en restaurante—. Aquí comienza su sorpresa señorita Hill.
Alex bajó del vehículo y se dirigió al lado del copiloto para abrir la puerta y ayudarla a salir.
—¡Que caballero!
—Soy tu caballero, y tú lacayo. Soy completamente tuyo, como tú eres mía —expresó tomándola de la cintura y pegándola del auto, dándole un beso apasionado que demostraba el deseo que sentía por ella—. Siento que he pasado mucho tiempo sin probar estos exquisitos labios —susurró juntando su nariz con la de ella, dejando nuevamente pequeños besos en sus labios.
Finalizado el momento de pasión, la tomó de la mano y entraron al restaurante. Era un lugar sencillo pero muy romántico. Desde donde se podía apreciar gran parte del pueblo.
Un mesero los guío a su mesa, que se encontraba bañada por la luz de las velas, dándoles una sensación de calidez.
—Es un lugar hermoso —musitó ella mientras se sentaba y contemplaba la vista.
—No más hermoso que tú. Te aseguro que mi vista es mucho mejor —comentó tomando su mano por sobre la mesa.
—Definitivamente, mi novio es muy cursi —dijo dándole una mirada seductora—. Y debo admitir que eso me encanta.
El mesero apareció con una botella de vino, descorchada y lista para servir. Lucía observó que era su favorito.
—¿Otra ayuda de mi madre? —comentó señalando la botella.
—Sí. Me dijo sobre esto y muchas cosas más. Quiero saberlo todo de ti.
—Yo también te puedo ayudar con eso.
El mesero llenó las copas, las dejó sobre la mesa y se retiró.
—Aceptare tu propuesta —le dedico una mirada intensa—. Me gustaría hacer un brindis. —dijo alzando su copa.
—¿Exactamente por qué brindamos? —preguntó con curiosidad.
—Por la salud de tu madre, por ti, por mí —alzó su copa—. Por las segundas oportunidades.
—¡Salud! —musitó Lucia alzando su copa y chocandola con la de él.
Luego de tomar un sorbo de vino, Alex agregó:
—Lu —posó su mano sobre la de ella—. Quiero que sepas, que desde que entraste a mi vida soy muy feliz. Llenaste un espacio en mi corazón que tenía vacío hace mucho tiempo. Me encantas. Me encanta tu personalidad, tu carácter, tu humor negro. Que des todo por tu familia y amigos. Lo apasionada que eres con tu trabajo, la manera en que tratas a mi hijo —hizo una pausa para tomar aire. Se le estaba formando un nudo en la garganta—. En estos meses he perdido la cuenta de las veces que me has dejado con la palabra en la boca. Me retas, y siempre logras salirte con la tuya. Y cuando te veo… —suspiró— cada vez que te veo me dejas sin aliento. Cada día que pasa me enamoro mas de ti. Así que, gracias… gracias por darme otra oportunidad.
Lucia se quedó sin palabras. Nunca en su vida alguien le había dicho algo semejante. Lo observó fijamente por unos segundos, hasta que pudo emitir sonido.
—Quisiera decirte lo mismo, pero difiero en varios aspectos —soltó—. Punto número uno, el primero que dejó al otro con la palabra en la boca fuiste tú. No podías esperar otra reacción de mi parte, cuando eres tú quien inicia todo. Punto número dos, si te reto es porque tú lo provocas, además, me encanta llevarte la contraria, y más porque así es como me has demostrado lo mucho que te importo —sonrió— . Y punto número tres —su tono de voz se volvió más suave— Jamás imagine que alguien como tú pudiera entrar en mi vida. Creo que desde aquella pequeña discusión en la sala de juntas, supe que no eras igual a los demás —Alex le dio una amplia sonrisa, provocando que a Lucia se le hinchara el corazón—. Mateo y tú poco a poco se adueñaron de mi corazón. Eres el mejor padre que conozco. Y con tus ocurrencias, insistencia y determinación, has logrado que mi corazón latiera con más emoción de lo que había latido en años. Me encanta la manera en que me miras, me mimas y me cuidas. Contigo he vuelto a ser la persona que no soy desde hace mucho. Así que gracias por no rendirte conmigo y por demostrarme que eres digno de mi confianza y de mi amor.
Alex se levantó de su silla, fue hacia ella y la besó sin importarle que estuvieran bajo la mirada de los demás comensales. Nunca imaginó que su chica pudiera sentir todas esas cosas por él. Sabía que ella no era muy efusiva, y el hecho de que abriera su corazón y dijera esas hermosas palabras, solo significaba que sentía lo mismo que él. Se querían, y ya no existían excusas para ocultarlo. De ahora en adelante dedicaría su vida a su pequeño y a esa mujer que le había demostrado que si se puede volver a amar…
Editado: 01.05.2021