El Viudo Joven

Capítulo 20

El  regreso a Múnich transcurrió entre risas y conversaciones un poco subidas de tono. Lucia estaba animada, se sentía a gusto con el giro que había tomado la relación. Con Alex, se compenetraba, en niveles que nunca imaginó que existieran.

Llegaron a la casa y fueron directo a saludar a Blanca y Frederick, quienes se encontraban cenando en la terraza. Al ver a los recién llegados, se mostraron contentos y los recibieron con los brazos abiertos pidiéndoles que se unieran a la mesa.

Al ver la felicidad que reflejaba el rostro de su hija, Blanca supo que había hecho lo correcto al proponerle a Alex que la llevara de paseo. Lucia pocas veces se tomaba un tiempo libre  para relajarse, y vio la oportunidad, cuando él le comentó que no habían tenido mucho tiempo a solas, ya que, siempre se veían en el trabajo y fuera de este estaban en compañía de su hijo.

Después de cenar, Blanca le pidió a Lucia que la acompañara a su habitación, quería estar a solas con su hija para poder preguntarle todo lo referente al viaje que había realizado horas antes.

—Cuéntame ¿Cómo les fue?

—Bien —se encogió de hombros, fingiendo indiferencia. Sabía a dónde quería llegar su madre—. El sitio era encantador.

—¿Y qué me dices de la compañía?

—¡Mamá! —puso los ojos en blanco.

—¿Qué? ¿Acaso no puedo preguntarte nada?

—Claro que sí —a pesar de tener una buena relación con su madre, no se sentía muy cómoda teniendo este tipo de conversaciones—. Digamos que la compañía ha hecho que todo sea mágico —esbozó una sonrisa.

—Que feliz estoy por ti.

—Yo también lo estoy. Creo que nunca en mi vida me he sentido así —confesó—. No tengo palabras, solo sé que estoy feliz y que no puedo dejar de sonreír.

—Así es el amor mi niña —le acarició la mejilla—. Es único e indescriptible. Así que disfrútalo. Alex es un hombre maravilloso y me alegra que le hayas dado una segunda oportunidad.

Lucia ensanchó su sonrisa, ella también pensaba lo mismo y haría todo lo posible por alimentar ese amor todos los días.

—Escuche mi nombre —intervino Alex, mientras ingresaba a la habitación con su teléfono celular en la mano y cubriendo el auricular—. Disculpen la interrupción, pero Mateo insiste en darte las buenas noches.

Lucia tomó el teléfono y caminó hacia la ventana para poder conversar con el niño.

—Entonces suegrita —Alex dirigió su mirada a Blanca— ¿Puedo saber porque era nombrado en su conversación?

—Intentaba sacarle información sobre el viaje a mi hija, pero ya la conoces —se mofó—. Y le decía que estaba muy feliz de que te diera otra oportunidad, lo mereces.

—El más feliz soy yo —giró hacia donde se encontraba Lucia, y al ver que continuaba sumergida en su conversación con Mateo, agregó—. Créeme que a pesar de haber amado, no se compara ni un poco con lo que tu hija me hace sentir.

Al escuchar esas palabras, a Blanca se le empañaron los ojos. No se había equivocado, Alex era el indicado para su hija. Desde que lo vio por primera vez y notó la manera en que este miraba a Lucia, supo que lo de ellos era un amor de esos que traspasan barreras. De igual manera, se sentía identificada con él, ambos sabían lo que era perder a la persona amada y sentir que era imposible  volver a querer. Afortunadamente, la vida daba muchas vueltas, demostrando que siempre se puede volver a amar.

Lucia, que ya había colgado la llamada, al ver los ojos empañados de su madre se preocupó.

—¿Te pasa algo mamá?

—No, es solo que estoy muy feliz por ustedes —chilló emocionada.

—Mamá, que no te hace bien llorar —la reprendió.

—Nena no seas tan dura con tu madre —comentó Alex mientras acercaba un pañuelo a su suegra, para que limpiara las lágrimas.

—Y tú no seas tan pesadito —gruñó.

—Son lágrimas de felicidad —le aclaró Blanca—. Estoy bien, me siento bien. Por favor no discutan por eso.  

—Tranquila suegrita, aquí nadie va a pelear con nadie —le guiñó un ojo—. Nena, mejor vámonos a dormir y dejemos que tu madre descanse —le dio un beso en la mejilla a Blanca, deseándole buena noche.

Lucia lo imitó y tomados de la mano se encaminaron a la puerta, pero antes de cruzar el umbral, escucharon a Blanca murmurar:

—Eres un ángel, mira que aguantar ese geniecito de mi hija.

Alex sonrió y acercó sus labios al oído de su chica y le susurró:

—¿Escuchaste eso? Soy un ángel.

 

Acurrucados en la cama, listos para dormir, Alex acariciaba la espalda de su mujer de hielo mientras ella posaba su cabeza sobre su pecho. Solo se escuchaba el sonido de sus respiraciones pausadas, ninguno de los dos se atrevía a emitir palabra, no querían romper la atmósfera que los había envuelto las últimas horas. Pero, la despedida era inevitable. Alex debía volver. Su madre debía regresar a Madrid y él tenía compromisos de trabajo ineludibles. Solo estarían separados por una semana, pero sabían lo mucho que se echarían de menos.




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