Alex se encontraba de pie en el umbral de la puerta de su habitación, viendo a su chica dormir. No se cansaría nunca de verla. Se veía tan angelical, tan serena, acostada en su cama. Habían transcurrido tres meses desde su encuentro romántico en Múnich. Tres meses, en donde las demostraciones de cariño estaban a la orden del día, siempre y cuando estuvieran fuera del horario laboral. Dentro de la Corporación, seguían manteniendo su distancia, predominando el profesionalismo. Sin embargo, las cotillas de pasillo, ya habían notado que algo pasaba entre ellos y no paraban de comentarlo.
Ya no eran capaces de pasar una noche separados. Ella había acondicionado su habitación de invitados para cuando Alex y Mateo pasarán la noche con ella, de manera que el pequeño tuviese un espacio donde estar cómodo. Aunque, la mayoría de las noches, la pasaban en el departamento del viudo. Al estar más cerca de la empresa, les daba la ventaja de permanecer acurrucados en la cama, unos minutos extras cada mañana.
—Buenos días, Lu —la llamó.
Ella abrió los ojos despacio y sonrió. Este apelativo tan de su padre siempre la hacía sonreír. Desde su fallecimiento no le gustaba que nadie la llamara así, y solo se lo permitía a sus seres queridos. Pero desde el momento que escuchó a Alex llamarla de esa manera, algo se removió en su interior. Y aunque intentó impedirle que usara ese apelativo para llamarle, no lo logró y con el tiempo, se acostumbró a oírlo. De su boca, sonaba tan puro y sincero como cuando su padre lo hacía.
Alex se sentó en la cama y le dio un beso de buenos días.
—¿Cómo está mi dormilona favorita? —preguntó con cariño.
—Agotada, pero feliz.
Esa respuesta lo hizo sonreír, recordando lo apasionada que había sido la noche anterior.
—El desayuno está servido —dijo mientras acariciaba su cabello.
—¿Por qué me dejaste dormir tanto? La idea de quedarme aquí es que tengas una ayuda extra por las mañanas.
—Tranquila nena. Iré a terminar de preparar a Mateo —volvió a besarla en los labios y salió de la habitación.
Aun adormilada, se levantó de la cama y fue directo al baño. Tenía pocos minutos para asearse y desayunar.
En la barra de la cocina, Alex y Mateo se encontraban desayunando una nutritiva ensalada de frutas. El niño al verla llegar la saludó de manera efusiva, como lo hacía todas las mañanas.
—Papi quiero que sea Lucia quien me lleve hoy al colegio.
Un poco extrañado por la solicitud de su hijo, preguntó:
—¿Por qué Campeón? No es necesario que molestes a Lucia, yo puedo llevarte como lo hago todos los días.
—Es que, Juan, mi compañero nuevo no cree que sea verdad que Lucia sabe de superhéroes. Dice que soy un mentiroso y quiero que vea que no miento.
—No tengo ningún problema en llevarlo —intervino Lucia—. Además, será un placer darle una lección a Juan —le guiñó un ojo al pequeño.
—Está bien —Alex accedió, a pesar de no estar de acuerdo en que el niño sintiera que debía demostrarle a otro compañero que decía la verdad—. No me agrada mucho eso de que tengas que andar demostrando nada a ningún compañero, pero si Lucia no tiene problema en llevarte, está bien.
Emocionado, Mateo se despidió de su padre y se dirigió al coche de la rubia, donde su padre había instalado rápidamente la silla de seguridad. Lucia, tras darle un apasionado beso a su novio, se subió al auto y lo puso en marcha.
Durante el trayecto a la escuela, Lucia notó que el niño estaba un poco nervioso.
—Príncipe ¿Te pasa algo?
El niño comenzó a llorar. Al verlo de esa manera, redujo la velocidad y se estacionó a un lado de la carretera. Se quitó el cinturón de seguridad para poder girarse en el asiento y poder conversar con él.
—Cuéntame, ¿Qué es lo que te pasa?
Entre sollozos el pequeño respondió.
—Tengo una nota de la maestra. Ayer me peleé con Juan y me castigaron.
—¿Juan? ¿El mismo con el que quieres que hable sobre los vengadores?
—Sí. Es que él dijo que yo era un mentiroso y que tú no sabías nada de superhéroes. Me dio rabia y lo golpeé.
Lucia suspiró. Menudo lio. Mateo no era un niño agresivo y le costaba entender que hubiese reaccionado de esa manera.
—Cariño, entiendo que sus comentarios te molestarán, pero eso no justifica el llegar a usar la violencia. ¿Se lo contaste a tu papá?
—No, no quería que me castigara.
—Permíteme ver la nota que te hizo la maestra.
El niño sacó un cuaderno de su mochila y se lo dio. Al leer la nota se dio cuenta de que la maestra había pedido que el padre hiciera acto de presencia en el colegio. Al atar cabos, se dio cuenta de cuáles eran las intenciones del crío.
—Mateo, la maestra espera que tu padre se presente en la escuela, no yo. Y por más que te adore, allí no se me considera un familiar directo y no me permitirán hablar con ella.
—Pero eres la novia de mi papá. Lu por favor —suplicó— si mi papá se entera me castigara y no me llevara al cumpleaños de la abuela.
—Cariño —dijo en un tono de voz suave—. Por muy enojado que esté, tu padre no te haría eso, créeme.
Mateo comenzó a llorar nuevamente, provocando que se le encogiera el corazón. Quería ayudarlo, pero lo que el niño le proponía no era lo correcto. Intentó calmarlo, pero al no conseguirlo, decidió ayudarlo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no estaba bien, pero no soportaba ver al niño tan afligido.
—Hagamos una cosa —musitó— Intentare hablar con la maestra. Pero indiferentemente de que ella me lo permita o no, ahora en la tarde cuando estemos de regreso en casa, hablaremos con tu padre y le explicaremos lo ocurrido. ¿De acuerdo?
—Está bien. Se lo diremos juntos —dijo mientras se limpiaba las lágrimas.
—Bien —le dio una tierna sonrisa. Le gustaba verlo más tranquilo—. Ahora sigamos porque de lo contrario llegarás tarde a clases.
Editado: 01.05.2021