El Viudo Joven

Capítulo 22

Lucía se dirigió al interior de la casa, ansiosa por encontrar a su chico. Deseaba estar nuevamente entre sus brazos. Minutos atrás, él había tomado la iniciativa de arreglar el malentendido que tenían, y aunque en ese momento ella se negó a escucharlo, ahora deseaba todo lo contrario. No quería que los celos y las inseguridades, se interpusieran en su relación. Eran felices juntos y se complementaban de manera extraordinaria, eran como piezas de engranajes que se ajustaban a la perfección. Por ello, valía la pena luchar por lo que tenían.

 Subió las escaleras con paso firme y el corazón acelerado. Al encontrar la habitación que le indicó Megan, giró despacio el pomo y entró sin tocar la puerta. Era una recámara muy sencilla, masculina y ordenada, se notaba que aunque ya no viviera allí, ese espacio era de Alex. Observó que su madre, aún conservaba con amor, los objetos de la juventud de su hijo.

Recostado, en medio de una cama de tamaño matrimonial, estaba él, su amor. Con los pies apoyados en el suelo y un brazo sobre su rostro. En ese momento soltó un fuerte suspiro de resignación, estaba tan ensimismado que no había notado su presencia.

Al verlo así, tan vulnerable sonrió y emitió un sonido desde su garganta, que lo sacó de su ensoñación.

—Hola ¿Interrumpo? —preguntó ella, mientras le veía descubrir su rostro y mirar hacia la puerta.

—Nunca —dijo sonriéndole—. Nunca nena —afirmó levantándose de la cama para acercarse a ella.

—Quiero que hablemos y que olvidemos lo que pasó, no soporto estar así contigo. Extraño tu cercanía.

—Yo te extraño más —confesó envolviendola entre sus brazos y apoyando su frente con la de ella, permaneciendo de esa manera por unos segundos—. Discúlpame por actuar como un idiota —susurró.

—Sabes, así fue como te registre por primera vez en mi agenda telefónica —murmuró divertida.

—¿Me registraste con ese nombre? —ella asintió y él alzo una ceja— ¿Y cuando deje de ser un idiota para ti?— preguntó con voz seductora mientras repartía pequeños besos en su nariz y mejillas.

—Aún lo eres. Pero, digamos que comencé a verte diferente después del paseo por el Campo de San Francisco. Ese día, me di cuenta que, aparte de idiota eras un maravilloso padre —dijo cerrando sus ojos y metiendo las manos dentro de su camisa para acariciar su espalda.

Alex sintió su piel vibrar ante el roce de sus manos en su espalda y no pudo contenerse. La besó de manera fuerte y desesperada.

Un beso.

Otro beso.

Otro más.

Todos con la misma intensidad.

—Alex —susurró— debemos parar, no tardaran en notar nuestra ausencia, además alguien nos puede escuchar.

—En ese caso tratemos de no hacer ruido y de ser rápidos —le dio una mirada intensa.

Lucia no se pudo resistirse ante esa proposición y le respondió tomando su boca con deseo. Él abrió sus labios para darle total acceso a su lengua, mientras ella, de manera casi salvaje le quitaba la camisa para seguir sintiendo su calor. En respuesta, Alex la arrastró hasta la puerta, provocando que esta se cerrara de golpe, y en un vaivén de besos y caricias, fue despojándola de cada una sus prendas de vestir.

—Te quiero dentro de mí —jadeó ella mientras luchaba con el cierre de su pantalón.

Alex sonrió, escucharla decir esas cosas lo excitaban aún más. La levantó y la empotró contra la puerta mientras se introducía en ella con un movimiento fuerte y seguro. De inmediato, sintió el calor y la humedad de su sexo envolverse al de él. 

Lucía susurraba su nombre con cada embestida, le encantaba sentir el deseo de su chico por ella. Él lamía sus pechos y mordía su cuello, llevándola con cada estocada a la cima del cielo. Y así estuvieron hasta que ambos llegaron al clímax.

Duraron en esa posición un par de minutos. Ella rodeándolo con sus piernas y sus brazos, sosteniéndola contra la puerta con su cara enterrada en su cuello, dejando un recorrido de besos, mientras se recuperaban del momento de lujuria.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó separándose de ella y dejándola sobre sus pies.

—Sí, fue fantástico —respondió aún lívida.

—Ven —dijo tomándola de la mano—. Tomemos una ducha rápida. Por más que me gustaría pasar el resto del día contigo en esta habitación, debemos bajar a la fiesta.

 Lucía se dejó guiar. Por fortuna, esa habitación tenía su baño privado.

Alex abrió la ducha y tras comprobar la temperatura del agua, ambos entraron en ella.

—Ni se te ocurra mojarte el cabello —sentenció Lucia—, sino todo mundo se va a dar cuenta de lo que acaba de pasar.

Alex soltó una fuerte carcajada.

—Lu todos son adultos y nosotros estamos enamorados —comentó besando su nariz—. Es normal que hagamos el amor cuando queramos.

—Lo sé, pero si se dan cuenta de lo ocurrido moriré de la vergüenza. ¡Por favor! —suplicó haciendo puchero.

—Tú ganas. Ducha rápida sin mojarnos el cabello —ratificó mientras comenzaba a pasar el jabón por el cuerpo de ella.




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