El Viudo Joven

Epílogo

5 años y siete meses después…

—Papi, papi, ¡Despierta! —exclamó la pequeña Luciana, mientras sacudía a su padre para que este se levantase.

—Hija por favor, dame cinco minutos más, es muy temprano —pidió Alex. Aunque sabía que la pequeña no descansaría hasta que él se levantase. Lucí era aún más insistente de lo que su hermano mayor podía llegar a ser. 

—¡Claro que no! Ya todos están despiertos menos tú —refutó—  Papá por favor, llegare tarde al salón de belleza.

Esas palabras lo pusieron en alerta. En primer lugar porque su hija solo le decía papá cuando estaba molesta, así como le decía papito cuando quería conseguir algo de él, y en segundo lugar, ¿Qué demonios significaba eso de tener que ir al salón de belleza? Apenas estaba cumpliendo cinco años, esperaba tener que llevarla a ese tipo de sitios cuando fuese una jovencita.

Al igual que su hermano Mateo, Luciana era muy madura para su edad, lo que significaba que los dolores de cabeza comenzarían antes de tiempo. Ya tenía enamorados en el colegio, razón por la que le había dicho a su esposa que de ahora en adelante sería él quien la llevaría y buscaría. No permitiría que ningún niño se acercara a su pequeña.

En vista de que su padre no se levantaba, la niña musitó:

—Bien, llamare a mi padrino. Él ya debe estar por llegar y estoy segura de que me llevará con gusto al salón de belleza.

Al escuchar aquello, Alex terminó de reaccionar y de un salto se sentó en la cama.

—¿Cómo es eso de que vas a llamar a tu padrino? ¡Para eso estoy yo, que soy tu padre! — exclamó indignado. Se sentía ofendido, aunque ya no tenía ningún tipo de problema con Álvaro, no permitiría que extralimitarse sus atenciones con su hija.

—Ay papito, es que si tu no me puedes llevar, estoy segura de que a él no le molestaría hacerlo —dijo en tono ligero, intentado contener una sonrisa, pero no lo logró.

Al ver que la pequeña sonreía, comprendió que aquello había sido una jugarreta para que él se terminara de levantar. Esbozó una sonrisa y tomándola en sus brazos, la sentó en su regazo y musitó:

—Pequeña bruja, ¿No pensabas pedirle nada a tu padrino, verdad?

—Claro que no papi, pero tenías que levantarte —se encogió de hombros al tiempo que sonreía.

Ese gesto hizo que su padre muriera de amor y comenzara a hacerle cosquillas y a llenarla de besos, que la pequeña con todo gusto aceptó. Una vez que la llenó de mimos, susurró:

—Feliz cumpleaños princesa. No sabes lo dichoso que soy por tenerte a mi lado. Llenas de luz cada uno de mis días. Dios me ha premiado al tenerlos a Mateo y a ti como mis hijos. Te amo con toda mi alma y deseo que cumplas muchos más —con los ojos un poco empañados, se acercó a la pequeña y depositó un beso sobre su cabello.

Hacía cinco años que su vida era completa. Era un hombre dichoso, tenía una hermosa familia, y todos los días agradecía por ello.

—Papi yo también te amo, pero debo decirte que eres muy cursi —la pequeña soltó una carcajada. Siempre escuchaba a su madre decirle esas palabras a su padre, cuando este se ponía meloso.

—¿Así que soy cursi? —Luciana asintió— En ese caso, imagino que no querrás ver el regalo de cumpleaños que este cursi tiene para ti.

—Ay papito, que solo era un chiste —se tiró a los brazos de su padre y después de darle un fuerte abrazo, susurró en su oído—. Ahora, ¿Me das mi regalo? —se separó un poco de él y mirándolo a los ojos musitó—: ¿Por favorcito? —y para completar, le hizo un puchero justo como los que hacía su madre.

Alex no pudo resistirse y soltó una carcajada. Lo tenía a sus pies. La pequeña al igual que su madre y su hermano, sí que sabían cómo convencerlo.

—Está bien me convenciste —dijo con una sonrisa. Se acercó a su mesa de noche y de la primera gaveta sacó una cajita de terciopelo, la cual entregó a la pequeña.

La niña emocionada la abrió y se sorprendió al ver de lo que se trataba, era un colgante justo como el que su madre llevaba en su cuello. Semanas atrás, Lucí le había preguntado por él, a lo que Lucia le respondió que se lo había dado Alex como símbolo de su amor, que ese corazón significaba que su corazón le pertenecía.

—Papi, ¿Esto significa que tu corazón también me pertenece? —preguntó emocionada.

—Claro que sí pequeña. Que no les quede duda, que mi corazón les pertenece a ustedes, a mi familia.

Lucí esbozó una sonrisa al recordar que su hermano Mateo llevaba un dije igual, pero colgaba de una tira de cuero.

—Gracias papi, es el mejor regalo de todos —se tiró a sus brazos y se fundieron en un tierno abrazo.

Minutos más tarde, Alex bajaba las escaleras de su encantadora y modesta casa. Al llegar al pie de la escalera, escuchó la suave voz de su mujer, venía de la cocina, así que decidió ir en esa dirección. Al llegar, se detuvo en el marco de la puerta y la observó durante unos segundos. Estaba hermosa, a pesar de ir vestida de manera deportiva y llevar el cabello recogido en un moño alto y no tener ni una gota de maquillaje. A su parecer, sin maquillaje era aún más hermosa.

—¿Te piensas quedar ahí parado todo el día? 




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