El zapatilla de cristal. Y si el hada no viene

Capítulo 11

—¿Quién es? ¿Qué hace aquí? —las preguntas flotaban en el aire.

No era la primera vez que venía, y cada vez que lo hacía, se encerraba con la señora en el despacho. Y bajo la puerta, una guardia, para que nadie escuchara. Aún no había tenido oportunidad de ver bien a la misteriosa figura, pero era un joven. Y tenía… un aire oscuro.

Todavía iba obediente hacia mi habitación cuando, de repente, me detuve en seco. A la señora Lefevre le temen… Gente extraña que viene… Gritos salvajes en la noche… Y la nota de mi padre: «… ella está haciendo algo oscuro».

¿Qué está haciendo? ¿Quién es ella, al fin y al cabo?

De pronto, me giré.

¡Me cansé de la incertidumbre! ¡Me cansé de tener miedo! ¡Me cansé de no conocer a la persona que dice ser mi madre!

La última vez huí y el miedo me venció… pero ahora estoy harta. Puedo acabar con esto fácilmente… y lo haré.

No pasó ni un minuto cuando ya hacía chispas con el pedernal en la habitación secreta. Pronto, una pequeña llama parpadeante iluminó el camino. Mientras caminaba, intentaba recordar el trayecto, reconstruía en mi mente los pasillos y giros, trataba de contar los pasos… y también corría, como si el destino de mi vida dependiera de unas pocas palabras que pudiese alcanzar a escuchar.

Por fin encontré las escaleras tan esperadas. Y lo primero que noté fue que los sonidos llegaban hasta aquí. La conversación ya había comenzado. Pero si yo podía escuchar cada palabra con tanta claridad, ellos también podrían oírme a mí.

En un instante, me convertí en puro sigilo y ligereza. Mis pasos no hacían ruido al subir, y hasta mi respiración se redujo tanto que la mecha apagada de la vela ardía con más fuerza que mi aliento. Desde abajo, llegaban palabras medidas, así que me pegué al suelo para captar cada una.

—Bueno —soltó la señora con una sonrisa—, nada mal. ¿Y qué tal el resto de la producción?

—También avanza rápido —respondió el joven con una sonrisa ladina.

A través de la decoración de vidrio en el techo-suelo, se abría una vista perfecta.

—¿Lograste llegar a un acuerdo con Gérard?

—Sí, resultó ser muy flexible.

La señora dejó escapar otra risa breve.

—Lo que no hace más que confirmar mi instinto sobre las personas.

—Por supuesto, señora —asintió el joven.

—Debería estarme agradecido. Si no hubiéramos eliminado al anterior advenedizo… —me estremecí sin querer— y si no fuera por mi favor, no ocuparía un puesto tan alto.

—Tiene razón, señora.

—Y el anterior no me gustaba —frunció el ceño la señora—. Siempre metiéndose donde no debía, exigiendo cosas, presumiendo…

—Una ingenuidad increíble —secundó el joven. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Y qué hay de nuestro Roberto? —la señora cambió de tema de repente—. Oí que lo interrogaste ayer.

Y allí sentí el frío recorrerme la espalda.

—Hoy, para ser exactos —corrigió el joven—. Pensé que terminaría antes de medianoche… pero no cedió.

—¿Y bien?

—Por desgracia, no sobrevivió —dijo él con frialdad.

Me tapé la boca con ambas manos para no gritar.

La señora ni siquiera levantó una ceja. Seguía hojeando unos documentos sobre su escritorio, como si nada.

—Qué lástima —dijo con indiferencia—. Estás perdiendo tu toque, Thornton.

El terror me invadió…

—¡Discúlpeme, señora! Me corregiré —suplicó el joven.

—Te creo —sonrió la señora con la máxima dulzura—. ¿Algo más?

—Por desgracia, sí —asintió el joven.

—¿Desgracia? ¿En nuestro negocio? —levantó una ceja la señora—. Thornton, ¿no crees que le has permitido demasiado?

—Yo…

—Basta —lo cortó la señora—. ¿De qué se trata?

—Señora, ¿recuerda cómo consiguió esta mansión?

—Cómo olvidarlo —soltó una risa breve—. Philip salvó la vida de un advenedizo y el anciano solitario le transfirió toda su fortuna.

—Pues bien, hace un día apareció un tal Camille Fontaine, quien afirma ser el legítimo heredero de aquel que poseía esta mansión —explicó el joven—. Este advenedizo está al borde de la miseria, de su antigua riqueza solo le queda una espada, y está dispuesto a todo para recuperar su herencia. Cuando tuve la suerte de cruzarme con él, su determinación era más que evidente…

—Camille Fontaine… —saboreó la señora el nombre—. Lindo nombre. Una pena que mañana ya no pertenecerá a nadie.

Casi dejé escapar un gemido.

—¿Con creatividad? —preguntó el joven.

—Por supuesto, Thornton —sonrió la señora—. ¿Eso es todo?

—Sí, señora.

—Puedes retirarte —concedió ella con benevolencia.

Thornton hizo una reverencia y salió de la habitación.



#1948 en Otros
#336 en Novela histórica
#5156 en Novela romántica
#1459 en Chick lit

En el texto hay: reinos, primer amor, medieval

Editado: 08.02.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.