– ¡Gracias! – exclamé finalmente cuando el chico terminó. – ¡Por el primer rescate y por el segundo!
El valiente héroe me miró como si fuera a exigir una compensación por la cabeza rota, pero dijo en voz alta:
– Bah… Le puse hierbas curativas, así que pronto debería sanar.
– ¡Ah, sí! ¡Mi Opal tiene una regeneración legendaria! – Nunca lo hemos comprobado, pero sinceramente creo que es verdad.
Esta vez, el héroe me miró como si hubiera memorizado para siempre el nombre de su enemigo mortal y lo encontrara aunque estuviera al fin del mundo. Sólo pude sonrojarme y dedicarme a un ejercicio tan eficiente y popular como moverme de un pie a otro.
«¿Y ahora qué hago? ¿Pido su ayuda o me las arreglo sola? –pensé–. ¿Me necesita él? ¿Lo necesito yo?... ¿Adónde voy a ir sola?... ¿Y si él sabe algo sobre mis padres?!»
Finalmente, el chico miró hacia el montón de escombros y fue el primero en hablar:
– ¿Ya confías en mí?
– ¡Sí! – asentí con entusiasmo y comprobé con el pie si la rama rota estaba cerca.
– Bueno, esto ya es mejor –sonrió él, mirando de reojo mis manipulaciones–. Pero me temo que no podemos quedarnos aquí. Es demasiado peligroso, ya lo sabes.
– Claro.
– En otro caso, sería mejor quedarse aquí unas horas para que tu… – dudó significativamente – …c-caballo, recupere el aliento, pero ahora simplemente no tenemos elección.
– Claro.
– ¿Confías en mí lo suficiente como para ir adonde yo te lleve?
– ¿Quieres hacerme darte las gracias por tercera vez? ¿Por el escondite seguro?
– ¡Soy así! No puedo evitarlo –dijo el chico levantando las manos.
– Isabel – me presenté inesperadamente y forcé una sonrisa hasta las orejas.
– Gilbert Vyshka, encantado de conocerte – respondió el chico, y juntos nos deslizamos entre los arbustos.
– ¿Y por qué Vyshka?
Salimos a un sendero animal, Opal caminaba con más brío que nosotros dos juntos, y alrededor nuestro algunas lechuzas ululaban alegremente (¿desde cuándo ululan las lechuzas de día?) – y me animé.
– ¿Y por qué Isabel? – replicó Gilbert inesperadamente.
– ¡Pues porque mis padres me pusieron ese nombre!
– ¡Pues porque los chicos me pusieron ese nombre!
– ¿Y qué chicos?
– Chicos muy interesantes –esquivó la respuesta.
– Bue-e-eno – me resigné –. ¿Y por qué te pusieron ese nombre?
– Estaba sentado en un acantilado, tirando piedras desde lo alto – y así me pusieron ese nombre.
– ¿A todos os ponen nombres tan interesantes? – insistí.
– Sí –dijo él y se detuvo–. Con cuidado, aquí está resbaladizo, y caerse dolerá – señaló las protuberancias rocosas que ascendían como una gigantesca escalera.
– ¿Y cómo pasará mi Opal? – me preocupé.
– Pues tendrá que convertirse de Bucéfalo terrestre en Bucéfalo de montaña – dijo Gilbert con sorna –. Si no, estaremos dando vueltas medio día.
– Ya veo – miré con compasión al «Bucéfalo de montaña».
Cuando superamos las rocas –Opal también preguntó el nombre del guía para memorizar para siempre a su enemigo mortal–, comenzó un valle pintoresco. Un río lo atravesaba por el medio, y siguiendo su curso, volvimos a entrar en el bosque (al parecer, este bosque gustaba aún más a las lechuzas, porque los ululatos se hicieron más frecuentes). Al principio, los árboles crecían libremente y con espacio, pero en pocos minutos comenzamos a atravesar una verdadera maleza. Y su autenticidad radicaba en que nos encontrábamos ante una pintoresca pared verde de ramas, espinas, lianas y otras enredaderas – y ni siquiera un meñique podía pasar entre ellas.
– ¿Quieres que te enseñe un truco? – preguntó Gilbert con una sonrisa traviesa.
«En realidad, vivo bajo el lema "sin trucos"...» – no llegué a formular mi pensamiento, y el chico levantó algunas ramas – y apareció un pasaje de la nada. Ya fuera cortado o tallado… justo para que pudiera pasar una persona (una persona, no un único y singular corcel de guerra). Así que mientras yo caminaba y exclamaba maravillada, Opal relinchaba insistentemente para que «al malvado lo devolvieran con la cara hacia él, porque quería recordarla tal como era antes de la brutal paliza»…
– ¿Y por qué se apresuró tanto a ayudarme? – pregunté, apartando un resoplido emocional.
– Bueno, digamos… – alargó Vyshka. – Le perseguían los sirvientes de nuestra bestia… Y el enemigo de la bestia Sandoval – siempre es mi amigo.
– ¿Así que conoce personalmente a la señora Sandoval?
– Digamos que he tenido la suerte de no encontrarme con ella nunca, pero estoy bien familiarizado con sus asuntos.
– Chicos interesantes, apodos interesantes y torres de piedra… – comencé a conectar las piezas. – ¿Es usted… un guerrillero? – me surgió la idea. – ¿Y me está llevando a un escondite secreto de guerrilleros?
– Bueno… – vaciló un poco. – Sí.
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Editado: 10.04.2025