Resultó que no sabía nada del reino donde había vivido todo este tiempo. Que nunca me había interesado por qué todos adoraban al rey sin excepción y no había disidentes. Por qué cada año aumentan los impuestos y los bandidos. Cómo funciona la justicia, cómo determina la culpabilidad y qué hace con los culpables. Por qué el mundo entero está lleno de admiración por nuestro Ketal.
– Y yo, con mis propios ojos, vi cómo llevaba a cabo la diplomacia con Cherktaria – dijo Grytsko. Al mencionar este imperio, siempre me recorría un escalofrío. Porque aunque oficialmente éramos un reino civilizado, donde todos son iguales y libres, Cherktaria era un imperio de esclavos y esclavistas. – Le entregó al emperador 100 esclavos y 100 esclavas.
– ¿Y sabes de dónde los sacó? – dijo Marko. – De esos campesinos que se desvivían – y aun así no podían pagar los impuestos.
– *De jure* – civilización, *de facto* – salvajismo…
– ¿Y la aldea que no le gustó porque quería hacer de ella otro centro turístico para visitantes extranjeros? Pues envió un destacamento de soldados para que la arrasaran. Y lo más extraño es que los soldados llegaron, miraron y se negaron. Entonces él arrasó la aldea, arrasó a los soldados – y nos echó la culpa a nosotros.
– ¿Y la desgraciada obra y el dramaturgo que al día siguiente ya no estaba vivo?
– ¡Oh, esta vez resultó ser un terrible derrochador! Porque antes lo habría mandado a las minas del norte, porque los anteriores intelectuales disidentes ya habían muerto y faltan manos para extraer diamantes en nuestro querido Anderthal!
– ¿Y por qué, me pregunto, la delincuencia crece tan rápido…?
– ¿Y qué van a hacer las personas a las que les han quitado el futuro, les han quitado su hogar – y les han quitado simplemente todo?!
– Y la gente huye de Ketal – ¡y el maldito Konrad lo descubre, los atrapa y los devuelve!
Sólo Pete Allen callaba. Pero con cada palabra, sus ojos se oscurecían cada vez más. Como una nube que cubría un rostro que ya de por sí no se podía llamar luminoso. Y yo todavía no había oído su historia. Una vaga conjetura cruzó por mi mente: "¿Y si esto tiene algo que ver con el rey?"
– Me miras como si quisieras preguntarme algo – dijo Pete de repente.
– Es que…
–Sí, odio al rey, porque me destrozó la vida. ¿En eso estabas pensando, verdad?
Parece que cada uno de mis pensamientos se lee en mi rostro. Ya es hora de hacer algo al respecto o simplemente acostumbrarme a que él siempre sabe lo que pasa por mi cabeza.
–Entonces, ¿lo contarás? –nunca pensé que interrogaría al bandido más despiadado del reino.
–¿Sinceramente? No me gusta recordarlo –dijo él con gesto sombrío–. Pero haré una excepción por ti. En realidad, nada especial. Tuve una vida normal, una familia más o menos normal, ocupaciones normales. Como todo noble que se preciaba, debía frecuentar la corte de vez en cuando. Pero un día la princesa me vio. Una princesa extranjera. ¿Y sabes qué? Se enamoró a primera vista, incurablemente. ¿Y sabes lo peor? Que el poderoso Conrado III ya la había destinado a su hijo. Y ella, se enamoró y rechazó a todos los demás. Cuando lo supe, intenté alejarla de mí… Pero era demasiado tarde. Nuestro querido Conrado se dio cuenta de lo que pasaba –y de un plumazo se deshizo del problema. Me inculparon de un asesinato, y a la princesa "se le abrieron los ojos". Tuve que huir como el último criminal. Porque me interponía en sus planes y ya no tenía derecho a vivir –concluyó con una amarga rabia.
–Entonces… él te destrozó la vida, ¿y por eso decidiste destrozar la suya?
–¿Para qué ser bueno si el mundo es tan perverso? ¿Para qué ser justo si la justicia no existe? ¿Para qué intentar cambiar algo si este mundo es inmutable?
Gastón canturreó:
–Cuando me inculparon, intenté esconderme y huir… Pero a nuestro glorioso rey no le gusta que la fuerza de trabajo escape de sus dominios.
–¡Ja! ¿Y acaso necesita criminales para su fuerza de trabajo? ¡Se le acaban los hombres, inventa una historia, redacta unos documentos –y un nuevo "criminal trabajador" está listo!
–Es verdad. Todos intentamos escapar…
–Y a ninguno le funcionó hasta que ella se volvió y destrozó al perseguidor –añadió el jarayec.
–Sí, sé que soy un canalla –Pete volvió a clavarme la mirada–. Solo que a quien le arruino la vida, lo considero un canalla mayor. Porque digan lo que digan, solo nos enfrentamos al rey y a sus lacayos. Y además, tengo honor. Por eso puedes irte.
–¿Irme? –me estremecí de sorpresa.
–Sí, el jefe de los despiadados bandidos te ha llevado a su guarida y te dice que puedes irte.
Mi cerebro se atascó con el exceso de información y no podía procesar todo lo que le estaban metiendo. ¿Aquel gran y misericordioso rey –en realidad era el mafioso más importante del reino? ¿Aquellos bandidos más despiadados –eran una compañía de personas inculpadas? ¿Había tocado su tema más doloroso –y ahora me estaba echando?
"¿Me echa para que… –me pregunté–. ¿Me levante tranquilamente y vaya a buscar a mis padres perdidos?"
"Sin un pedazo de pan. Después de dos días inconsciente. Con una pierna hinchada que parece un gran cardenal", –me corrigió la realidad.
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Editado: 10.04.2025