El zapatilla de cristal. Y si el hada no viene

Сapítulo 33

Un oso gigante estaba a sólo diez metros de nosotros y rugía furiosamente. Sus ojos ardían, la saliva le caía de la boca —todo en él expresaba su intención de atacar. Y yo estaba allí con mi arco y flecha.

—Corremos en direcciones opuestas —dijo Pit con una voz que no era la suya—. Intentaré atraerlo hacia mí.

Y yo estaba allí con mi arco y flecha. El pánico absoluto me paralizó, y sólo mis manos me recordaban que estaba agarrando el arco. ¿Podría dejar a este insoportable bandido morir solo con la bestia enfurecida? ¿Podría no intentar hacer algo? Esta hazaña estaba condenada al fracaso, pero yo sabía que la llevaría a cabo de todos modos.

Temblorosamente, aparté la mirilla de la manzana y la apunté al oso. ¿Adónde apunté? No lo sé. Simplemente, al oso.

—¿Qué haces…? —exclamó Pit, pero ya había soltado la cuerda.

La flecha surcó el aire… ¡y pasó de largo! Siempre fallaba por un metro fatal, ¡y ni siquiera ahora cambié mi costumbre! Pero ese disparo nos salvó.

La flecha silbó a la derecha del oso, y al instante se escucharon tres sonidos consecutivos: como el reventón de una cuerda, como el roce de ésta contra un árbol y como el golpe sordo de una jaula pesada contra el suelo. Una jaula metálica gigante, que hacía quién sabe qué en la tupida copa de los árboles. Eso sí, el oso no estaba directamente debajo… por lo que el golpe le cayó en la cabeza, y éste se desplomó inerte en el suelo. Los testigos involuntarios se convencieron al instante de la fuerza y velocidad que desarrolla el metal en su caída.

– Estoy… impresionada – exhaló Pete.

Ajá. Yo también.

– ¡Y tú… disparas de maravilla!

Oh, si supieras a dónde apuntaba…

– ¿Cómo lograste ver la cuerda y calcular que la jaula caería justo sobre él?

– No quiero decepcionarte… – prolongué yo. – Pero la respuesta a tu pregunta es dolorosamente simple: ¡de ninguna manera!

De este modo, el campo de entrenamiento volvió a trasladarse al campamento. Los chicos se deshicieron del cadáver y comunicaron que no había más de qué preocuparse. Y el Gran Instructor empezó con su cantinela sobre mi relajación y que el shock vivido no era excusa suficiente para evitar las adoradas clases… Así que, no más de una hora después, ante mí volvía a lucir una manzana verdosa, y Pete estaba en su pose favorita, con los brazos cruzados, impartiendo instrucciones:

– Derríbala.

A regañadientes tomé una flecha y tensé la cuerda. Bueno, ahora sí que voy a fallar… Y el incidente anterior no se me iba de la cabeza. Porque, ¿cómo había sido posible? ¿Cómo había terminado ese oso debajo de la jaula? ¿Cómo había cortado mi flecha la cuerda que ni siquiera vi?

Oh, fue una increíble coincidencia… O no — ¡fue un milagro! Sí, ese mismo milagro en el que tanto creía, que tanto esperaba y que puede fallar, pero que llega cuando menos lo esperas. Entonces… ¿quizás no debería esperarlo en absoluto?

– Isabel, estoy impresionado por tu capacidad para quedarte dormida de pie, pero Gastón le ha contado a todo el mundo cómo te deshiciste de él sin contemplaciones, sacándolo de la tienda, así que hoy debías haber dormido bien.

– ¿A… qué?

– Isabel, la manzana – centró la atención en su mano y señaló el objetivo.

– La manzana – suspiré y volví a apuntar a la verdosa burla.

¡Qué será, será!

"¡Manzana, derríbate!" – grité mentalmente y solté la cuerda.

Y entonces… ¡se cayó! No, otra vez no le di – ¡pero se cayó! La manzana estaba sobre el tronco y, al pasar rozándola, la flecha hizo saltar una astilla, de tal modo que la manzana se tambaleó y rodó.

Por lo tanto, ambos volvimos a estar impresionados. Pete rompió el breve silencio:

– Me pregunto: ¿acaso acertar en la manzana te parece demasiado fácil y por eso inventas maneras tan extraordinarias de lograr tu objetivo?

– Bueno…

– ¿A dónde apuntabas?

– ¿A la manzana? – dije con inseguridad.

Pete gruñó pensativo. La manzana volvió a su sitio en el tronco.

– Apunta a ella.

Fallé.

– Inténtalo otra vez.

Volví a fallar.

– Derríbala – dijo Pete.

¡Y la derribé! Esta vez incluso toqué la manzana…

– ¡Increíble! – exclamó Pete. – Confiesa: ¿lo hiciste a propósito?

Repetimos el experimento. Cuando él decía apuntar, fallaba; cuando decía derribar, derribaba.

Detrás nuestro se escuchó una carcajada sonora. Para reconocer a los dos bromistas, no hacía falta ni siquiera girarse.

– Correcto – rió Grisha. – ¿Para qué apuntar para dar en el blanco, entienden? ¡El disparo de una princesa debe tener un objetivo más importante para que ella se digne a alcanzarlo!

– ¡Esto es un circo! – exclamó Marco. – Oye, ¿nunca has pensado en dar espectáculos? En serio, ¡con estos trucos podrías hacerte rica!

"Me pregunto qué pasaría si accidentalmente girara el arco tenso hacia ellos…" – apenas lo pensé, y Pete ya estaba negando con la cabeza:



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En el texto hay: reinos, primer amor, medieval

Editado: 10.04.2025

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