El campamento estaba lleno de alegría. Los chicos corrían por el claro presumiendo sus trofeos, Theo repartía las golosinas festivas y las defendía de los chicos que querían ayudar y lo arruinaban todo… (en resumen, estaban tan ocupados que cuando me vieron, ya me había bañado e incluso arreglado el ramo –el ejemplar heroico sobrevivió)
–¡Te imaginas? –saltaba Kerry.– Aquel canalla así, y yo lo así, y luego él así, pero no se lo esperaba, y entonces yo así, y él asá…
–Se refiere al lacayo-aprendiz, por si acaso –susurró Prirva.– Casi de la misma altura, pero el nuestro es un poco más alto.
–¡Pero su príncipe es totalmente ridículo! –exclamaba Nils.– ¡Nuestra Pit lo dejaría en pañales! ¿De qué hablan cuando él es tan… tan… tan… –chasqueaba los dedos, buscando las palabras.
–¿Un moretón? –intervino Piers. Ahora chasqueaban los dos juntos.– ¿Un caracol? ¿Un estepario? ¿Un saiga?
–Un debilucho, chicos –estalló en carcajadas Marko.– ¡Un debilucho!
–¡Oh! ¡Yo dije lo mismo al principio! ¿O no…?
Sólo Pit no compartía el ánimo general. Estaba en algún lugar a la sombra, revolviendo algo con un palo y frunciendo el ceño. Era evidente que lo devoraban pensamientos pesados, una idea insistente se aferraba a él con una garra mortal y no le daba tregua.
"¿Acaso aún no se ha recuperado? –me estremecí.– ¡Qué tonta fui leyendo los poemas de los demás! ¡Me metí en un lío para toda la vida!"
Pero estaba equivocada.
–Isabel, ¿has pensado alguna vez qué harías cuando finalmente los encuentres? –le preguntó.
–¿Qué? ¿A quién? –no entendí.
–A tus padres, por supuesto. ¿O has montado una agencia de detectives y buscas a alguien más? –volvió a sus bromas.
–Ah… Bueno, ¿qué haría? Los abrazaría, me alegraría, disfrutaría de la vida…
–No, no me refiero a eso –suspiró con esfuerzo, buscando las palabras.– En Celestia todavía hay guerra. Cuando te reúnas con tus padres, no habrá terminado.
–¿Te refieres a que nos costará disfrutar de la vida?
–Acertado.
–Pero mi presencia podría levantar la moral de todos, y entonces…
–¿Y entonces qué? Cormungund es tres veces mayor que Celestia –dijo Pete. Y añadió–: Y Ketál, cinco veces más.
–¿A qué te refieres?
–A que tus padres, probablemente, han estado intentando durante todos estos años llegar a Ketál y pedir ayuda en la guerra. Ketál y Celestia son aliados.
–¿En serio? –bufé–. ¿Entonces por qué Ketál se mantiene al margen durante veinte años como si nada pasara?
–O-o-o… –prolongó con significado–. Se nota la diferencia entre la educación de los jóvenes señores y las jóvenes señoritas. A ti ni siquiera te han enseñado los fundamentos del funcionamiento del mundo, mientras que a mí me han inculcado política y diplomacia desde que aprendí a caminar. Es una telaraña tan compleja que ni siquiera quien la tejió podría entenderla completamente.
Abrí los ojos como platos y me preparé para una diatriba explicativa:
–¡Escuche, señor sabelotodo!
Pete solo rodó los ojos.
–Bien, empezaremos diciendo que Ketál y Celestia son aliados desde hace muchísimo tiempo. Tanto, que difícilmente se encuentren unos más antiguos. Esta alianza fue establecida por Ricardo el Fundador, en base a una gran amistad con el entonces rey de Celestia. Se salvaron la vida mutuamente, fueron juntos a campañas militares, viajaron por el mundo… Así empezó todo. Estas personalidades se hicieron tan cercanas que proclamaron al mundo entero: la alianza entre sus reinos es eterna. Eterna mientras lata el corazón de un solo descendiente de sus gloriosas casas, de cada lado.
–Guau –silbé–. ¡Vaya movida!
–Sí. Este Gran Pacto lleva siglos vigente. Generaciones se han sucedido, los antiguos reyes han pasado a la otra vida, y sus sucesores han asumido esta carga, reforzando una y otra vez la alianza. Esta tradición memorable es conocida en todo el mundo. Grandes reinos e imperios del Continente han reconocido la vigencia de este acuerdo secular –Pete Allen lo contaba con tal entusiasmo como si él mismo hubiera forjado la alianza.
–¿Y? –parpadeé–. ¿Qué me importa a mí si nuestro Gran Conrado III finge que la guerra de Celestia no le concierne?
–¿Pero qué has estado escuchando, eh? –bufó Pete–. De todo esto, nos interesa una cosa: la alianza es válida mientras las dinastías reales de Ketál y Celestia continúen vivas. De nuestro lado todo está bien: Conrado está aquí, y hasta tenemos un príncipe de reserva. Pero con Celestia hay problemas. Porque hace veinte años que no hay noticias, las fronteras están cerradas, cortan, matan, asesinan… No pretendo desestabilizar tu fe, pero ¿quién puede asegurar que tu padre siga vivo?
–Pero…
–¿Y quién puede asegurar que haya un solo descendiente suyo? –no me dejó hablar–. Cormungund ha diezmado a todos los que ha podido. No hay noticias del rey Leandro. Solo una leyenda sobre una princesa celestina perdida alimenta las esperanzas.
–¡¿Entonces Ketál abandonó a Celestia a su suerte solo por falta de noticias?! –exclamé.
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Editado: 10.04.2025