El zorro amarillo y el ave herida

XI: Vértigo

Pensé mucho en subir esta carta, porque esta carta va para todos, ustedes son mi todo.

Esta carta va para mis niños.

Mis niños rotos.

Estoy aquí escribiendo mientras escucho música deprimente, esto me duele mucho. Es tan horrible sentir ese nudo en la garganta, como te estrujan el corazón con un alambre de púas. Estoy tan cansada de todo, estoy tan perdida. Solo quiero que esto acabe, que acabe de una maldita vez.

Yo no pedí esto.

No pedí esta vida de mierda estos pensamientos de mierda, estos sentimientos de mierda.

Soy una maldita sensible, odio sentir tanto, odio pensar tanto. Pensar demasiado cansa tu alma, te agota espiritualmente, y cuando tu espíritu se cansa, es el fin. Me cuesta levantarme cada mañana, me cuesta encontrarle sentido a lo que hago.

¿Cuál es el fin de todo esto?

No quiero terminar haciendo un trabajo que no me gusta toda la vida, amargando al resto, muriéndome poco a poco, día tras día, en un ciclo infinito de decepción. Amargada como mi papá, conformándome como él, teniéndole miedo a la soledad como él, rogando por un poco de atención como él.

No quiero eso.

Quiero irme, a donde sea. Fingir que todo fue un mal sueño, y empezar de nuevo, como si nada. Pero las cosas no son así de fáciles, lo acabo de comprender hace poco.

La sociedad quiere que fracases.

Te quiere hundido en ese hoyo de desesperación y conformismo, produciendo como una máquina, una máquina que necesita esa desesperación y ese conformismo para así no sentir nada, porque sentir es malo, sentir te hace vulnerable, sentir te hace ser humano.

¿Cuál fue nuestro pecado?

¿Cuál fue mi pecado?

A veces pienso que es mi culpa, que no me esfuerzo demasiado, que quiero todo de manera fácil, cuando nada lo es, y lo sé. Sé que tengo que luchar por mis sueños, y encontrar el camino de la felicidad, ese camino que tanto admiro, el que lleva a la felicidad de todos. Pero no soy el caballero que lucha por todos, solo soy un campesino que logró verlo pasar por casualidad, admirándolo desde lejos, anhelando ser como él.

Ser valiente.

Quiero eso, pero me cuesta mucho si me he equivocado tanto de camino, he tomado los que más me destruyen las ganas de seguir. Quizás es lo que me tocó, como escuché por ahí, pero me cuesta entender el porqué de las cosas, o quizás no quiero entenderlo.

Estoy tan cerca de rendirme, tan cerca de tomar el camino que parece más fácil, tan cerca de tomar la decisión más egoísta de la vida, tan cerca de abandonarlos a todos para encontrarme a mí. Estar solo yo, yo y yo por primera vez, y aclarar todo lo que alguna vez quise decirme, sacar en cara todas esas malas decisiones, preguntarme por qué tomé esos caminos, habiendo muchos más.

Pero me da tanto miedo dejarlos a todos, dejar a ese niño rubio de mirada suplicante de afecto, dejar a esa niña pálida que supo escucharme como nadie nunca lo hizo, dejar a esa chica que vivió tantas cosas y maduró demasiado rápido, pero que aun así anhelaba poder tener una infancia como siempre deseó, dejar a esa morena que me miraba con tanto cariño como nunca antes vi, la misma que se robó mis suspiros, quizás ahora también, dejar a esa niña que era más baja que yo, que con sus afectos raros y sus constantes golpes logró ganarse mi cariño en poco tiempo.

Ellos son mis niños, mis niños rotos, al igual que yo.

Quizás eso es lo que nos une tanto, nuestras propias tragedias.

Gracias por todo, gracias totales.



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En el texto hay: poesia, cartas, el primer amor

Editado: 21.02.2019

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