He decidido contarte mi sueño por aquí, ya que no creo que se vuelva a dar la oportunidad, también agregaré en otra carta mi sueño donde estaba Renato y tú.
También porque mi lugar favorito para escribir siempre será la casa de mi abuela. Y hoy ha sido un día divertido, los colores de la patria por todos lados, nosotras mirando el cielo, el cielo mirándonos a todos, como sonriendo.
Definitivamente ha sido un buen día.
En fin, aquí voy.
Todo partió porque mi papá había dejado embarazada a una mujer, de la que solo recuerdo su cabello rubio y que estaba cercana a los cuarenta. Cuando nos enterábamos, mi mamá enfurecía, y por alguna extraña razón tomó una pistola y salió en busca de los dos, mi papá y aquella mujer.
Nos encontrábamos todos en un maizal, todo era amarillo, color que en aquél entonces lucía lúgubre, y algo triste. Allí mi mamá apuntó a los dos.
Y ella lloraba.
Mi papá se puso delante de la mujer y comenzó a forcejear con mi mamá, mi hermano también entró y solo escuché un ruido, un disparo.
Luego vi a la mujer caer, y a mi papá correr.
Los tres restantes nos miramos, pálidos. Las lágrimas de mi mamá caían en silencio, y comenzamos a caminar por la carretera, en silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Disparo.
Disparo.
Disparo.
Mi hermano había tomado la pistola, y se había disparado tres veces. Primero en su pierna derecha, luego en la sien y finalmente abrió su boca, colocó la pistola y se disparó. Y cayó, por fin.
Pudo caer.
Luego yo tomé el arma, haciendo la misma secuencia que mi hermano. La diferencia es que yo si pude sentir el dolor, mi pierna no dolió mucho. Pero cuando me disparé en la sien, sentí tanto dolor en mi cabeza que me apresuré a dispararme en la boca.
Pero extrañamente no caí.
Seguí ahí.
Como si la muerte se burlara de mí.
Como si algo me retuviera ahí.
Luego de ello una ambulancia, cabe decir que era un furgón todo roñoso, me subieron a ella. Y recuerdo como mi cabeza chocaba continuamente con los asientos de adelante, también recuerdo como tenía mucho polvo y este se metía en mi nariz.
Llegamos a un hospital, que estaba a mitad de la nada, incluso debíamos llegar por un camino de tierra. Por fuera parecía un consultorio, pero por dentro era enorme.
Una vez dentro esperamos que nos atendieran, pero era como si yo no sintiese nada. Por alguna razón entré al baño de hombres.
Y estaba asqueroso.
Había uno de esos, donde la gente se lava el trasero, estaba lleno de orina, el piso estaba negro y olía de la mierda, literal. Al ver aquello me dieron ganas de vomitar (super raro en mi), por lo que mis arcadas provocaron que comenzará a botar sangre por mi boca y mi nariz.
Rápidamente fui hasta un enfermero, el cual dijo que debían drenarme los pulmones, que estaban llenos de sangre, pinchó mi brazo con una jeringa y dijo que aquello era anestesia, y que debía dirigirme al quirófano para realizar la operación, luego se fue.
De aquí en adelante me sentí del asco, no podía respirar, si lo hacía, salía sangre. Y cuando trataba de inhalar, era como ahogarme más con sangre.
Dolía mucho.
Fui hasta la sala de espera del quirófano, donde estaba mi mamá, y creo que mi abuela también. Allí le conté todo a mi mamá, quien se desesperó y dijo que no podía operarme sin algo, que la esperara, que estaba en la camioneta.
Creo que era mi computador (si era eso, que rata me siento).
Cuando lo trajo comenzó a llorar, me abrazó muchas veces y besó mi mejilla, aunque estuviese con sangre.
Miré a mi abuela y me sonrió, yo lo hice de vuelta, era raro, porque solo yo podía verla, mi mamá no lo hacía.
Caminé hacia el quirófano, había que pasar un pasillo, bastante largo, al fondo no se veía nada, solo luz blanca, una camilla y una puerta.
En el comienzo del pasillo me encontré a tres personas: Camila, Valentina y tú. Estaban allí mirándome, y tú te fuiste. Me acerqué a Camila y le entregué mi computador, le dije que, si algo pasaba que te entregara las cartas, luego fui donde Valentina y ella solo me miró, y luego me abrazó muy fuerte. Pude ver cómo me dabas la espalda, mirándome con esta. Yo decidí que quizás no querías despedirte y lo acepté, por lo que me volteé para comenzar a caminar por el pasillo.
Sentí como te volteaste y comenzaste a correr un poco hacia mi, pero luego te detuviste, yo seguí caminando. Pero antes de abrir la puerta, me di la vuelta y te miré, estabas a mitad del pasillo, entre la oscuridad de este. Volví con un paso apurado y agité mi cabeza, para que así el gorro rojo que llevaba cayera en tus manos, te dije que te lo quedaras y me reí.
Luego continúe mi camino y crucé la puerta.