El zorro amarillo y el ave herida

XXVII: Te puedo dar el cielo, amor

Es realmente sorprendente como a veces consigues romper mis barreras, porque sí, he puesto un montón, sobre todo entre tú y yo, o al menos lo he intentado. Que todos saben que si tú me sonríes la botaré a patadas, aunque me rompa las piernas.

Tardé varios días en pensar si escribiría estos pensamientos o no.

Pero ese día me pareció maravilloso.

Yoga, todas nosotras, risas, idioteces y más risas. Me maravilló como en un par de horas puedes olvidar al mundo, de forma tan natural, tan infantil, tan inocente.

Fue genial.

A veces siento que sabes lo que trato de hacer, que sabes que trato de alejarte, de no hablarte, porque sí, siempre lo sabes todo. Por lo mismo quizás siento que te incomoda quedarte a solas conmigo, para evitar ese silencio, quizás. Un silencio que no es cómodo para ti, que es una jaula para mí.

Cuando subimos al bus, me dijiste si estaba triste, te dije que solo estaba pensando y me respondiste que quizás pensar no me hacía feliz.

Y te amé.

Y sonreí, y me odié.

 

Porque me habías descubierto de nuevo, sin esforzarte, sin hacer casi nada, solo me miraste y hablaste.

Maldita sea.

No quise hablarte mucho el resto del viaje, porque me gusta verte leer, aunque te observara sin verte.

Observar sin verte se ha vuelto mi nueva estrategia, así no me siento tonta, aunque así pienso demasiado.

Pensar me está cansando.



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En el texto hay: poesia, cartas, el primer amor

Editado: 21.02.2019

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