El Zorro Blanco I

Capítulo 6: Solo se infecta

"Cuando algo te hiere y, en vez de sanarlo, solo lo cubres; es como cubrir con vendas una herida sin limpiarla; esta no sana «solo se infecta»" 
—Taiga  Bridger

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Capítulo 6:
SOLO SE INFECTA

Cuando me disponía a tapar mi mentira con una aún más grande, escuché los acelerados pasos de mi padre bajar las escaleras. Siempre me había preguntado cómo hacían los hombres para estar listos tan rápido, pero, en ese momento, esa era mi salvación.

—Vamos, amor. Se nos hace tarde —dijo mientras tomaba el portafolio de nuevo.

Mi madre olvidó que estaba hablando conmigo y corrió al espejo para acomodar un mechón de su cabello, planchar su falda con las manos y mirarse por última vez en el cristal. Mi padre avanzó hacia la puerta y ella comenzó a seguirlo en un claro indicativo de que estaban por marcharse.

—Adiós, Janette —dijo él demasiado apurado como para mirarme.

—Pero papá, yo... —intenté intervenir.

—Hasta pronto, hija —habló mi madre.

Volví a intentar detenerlos, pero ya habían cruzado la puerta y esta se cerró.

—Oigan, hice la... —el golpe de la puerta casi en mi nariz y  no me dejó terminar la frase.

¡Tenían que estar bromeando! El único día que no olvidaba hacer la cena y ellos ni siquiera la tocaban.  ¿Qué clase de suerte era la mía? ¡Ag! Eso era jugar sucio.

Bueno, debía dejar eso de lado y asi lo hice. Tenía una investigación que seguir en mi habitación, por lo cual no podía darme el lujo de perder más tiempo.

Subí a mi cuarto de nuevo y me senté entre los papeles observando todo una vez más. En la primera página de mi libreta solo veía  garabatos de esos que solía hacer cuando estaba  aburrida y en el centro un pequeño texto al que podría llamar "descubrimiento".

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PUNTOS ENCONTRADOS:

1. Está solo
2. Nadie está con él.

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Empezaba a darme cuenta de porqué no tenía avance. ¡Era una pésima detective! No veía nada más, no encontraba otra cosa y ya la desesperación comenzaba a sofocarme —eso y el clima— así que me puse de pie y fui al armario a cambiarme de ropa. Me vestí con una de esas pijamas que usaba solo cuando el calor estaba horneánfome como papata y abrí la ventana de mi cuarto de par en par para dejar entrar la brisa.

También para dejar salir el humo que mi cerebro estaba soltando al tratar de ver algo que evidentemente no estaba ahí.

Después de recibir un poco de aire fresco, volví a sentarme de espaldas a la ventana para poder seguir pensando en todo lo que tenía a mi alrededor. El tiempo, para mí, se transformó en un abrir y cerrar de ojos porque ya ni siquiera sabía cuándo tiempo tenía mirando la misma página con textos que ya sabía de memoria. Era como una especie de bucle sin poder termi...

—Hola, chica del suelo.

Una voz justo en mi oído logró bloquearme por completo y ponerme tensa al instante. Me di vuelta de inmediato asustada por lo repentino del hecho y me encontré con dos esmeraldas brillantes que me veían y una sonrisa que me era sumamente familiar.

Literalmente casi me mató del susto. Salté hacia atrás y comencé a gritar como loca al darme cuenta de que se había metido alguien a mí habitación sin mi conocimiento y mucho menos mi permiso. Me alejé de esa persona como si mi vida dependiera de ello y, al tener más distancia, pude reconocerlo bien.

¡Era el estúpido de la mañana! Ahí, parado como idiota y con una expresión que demostraba claramente que mi grito lo había asustado, pero sonreía; como si tratara de darme tranquilidad. 
¿Cómo que tranquilidad?

¡¿Qué hacía aquí?! ¿Cómo entró? Y, lo más importante, ¿por qué había entrado? Esto no era un sitio público donde podía ir y venir a placer ¡Esta era mi habitación!

—Tranquila, soy yo —dijo rápidamente como si esas palabras arreglaran todo.

Lo vi relajarse un poco al darse cuenta de que ya lo había reconocido y saludar con su mano como si fuera inocente.

Ahora tenía una ropa casual: pantalones y zapatos negros, camisa azul rey y una chaqueta de cuero que le hacían lucir despampanante.

No obstante, esa no era una razón para entrar en mi habitación seguramente por la ventana y estar ahí parado como si esto fuera un sitio turístico. ¡Ni siquiera era necesario explicar todo lo que estaba mal en esto!

—No soy un violador, aunque con esa ropa fácilmente podrías atraer a uno —añadió haciendo referencia a mi pijama.

Miré hacia abajo y me di cuenta de que era cierto. Tenía una camisa de tirantes demasiado corta y unos shorts que casi eran del mismo largo que la ropa interior.

Mis manos, instintivamente, subieron a cruzarse en mis pechos para cubrir la zona y empecé a sentirme muy apenada.

—¡Cállate! —grité enojada.

Busqué el objeto más cercano y lo primero en mi radar fue el libro de matemáticas. ¡Perfecto! Lo arrojé con todas mis fuerzas como un proyectil a matar, pero el logró esquivarlo llevando su cuerpo al suelo como un reflejo evitando ser golpeado justo en la cabeza.

—¡Wow! Deberías ser beisbolista. Lanzas increíb...¡Ay! —exclamó al sentir el impacto justo en su estómago arqueándose mientras sujetaba el área atacada.

Lo bueno es que siempre ponía el libro de física junto al de matemáticas.

—¡Largo de mi habitación! ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué haces aquí? ¡¿Cómo sabes dónde vivo?! —mi tono fue como una exigencia de que necesitaba una respuesta de inmediato.

—Pensé que  los interrogatorios eran trabajo de la policía —dijo tratando de evadirme.

—¡Habla! O te juro que lo próximo en estrellarse contra ti tendrá más filo —estaba harta de su insistencia en ver todo como una broma.




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