El Zorzal

Capítulo IV

Nuestro pequeño zorzal continúa volando por los cielos, en compañía de sus inseparables amigos, el queltehue y la golondrina, tratando de descubrir la respuesta a la pregunta que le plantea la madre naturaleza: ¿Por qué sigo vivo?

Junto con eso, el pequeño alado seguía intrigado por la extraña conducta de aquellas mujeres humanas que trataron de acercarse a él y con buenas intenciones. ¿No se suponía que los seres humanos son destructivos y malvados con los animales y plantas? ¿Acaso hay humanos que no son destructivos? Esas interrogantes confundían al zorzal, por lo que decidió irse de la ciudad junto a sus amigos y se dirigió a lo más profundo de los bosques, para así poder descansar, alimentarse y emprender vuelo nuevamente.

Mientras el queltehue hacía de vigía, el zorzal y la golondrina cazaban algunos gusanos, dejándole algunos muertos al queltehue, por si tenía hambre.

La golondrina sentía algo de sed y piaba al zorzal, como queriendo decirle: "¡Tengo sed! ¡Busquemos agua!", a lo que el zorzal respondía con otro piar, como queriendo decir: "¡De acuerdo!".

Ambos alados fueron a buscar agua en el lado más claro del bosque, mientras el queltehue bajaba de las ramas a alimentarse con los gusanos que consiguieron sus amigos. Al llegar allá, vieron que corría una pequeña vertiente, que casi ya no daba mucha agua, pero que aún daba del líquido, por lo que ambos fueron hacia allá para beber un poco. Al zorzal no le costó nada acercar el pico en la vertiente, porque era más grande, pero la golondrina, por ser pequeña en tamaño, no alcanza a beber del agua. El zorzal, muy inteligente, colocó a su amiga alada encima de su espalda y se elevó un poco para que ella pudiera beber. La golondrina estaba muy feliz al disfrutar del exquisito líquido y pió en agradecimiento a su mejor amigo. Luego se pusieron a jugar en la vertiente y con las alas se tiraban agua entre los dos, disfrutando y piando felices.

Luego ambos fueron a una rama y comenzaron a contemplar el atardecer que comenzaba a mostrarse. El zorzal miraba hacia allá, fijamente, escuchando los sonidos de los arboles que se mecían y del viento que sonaba en medio de ellos. Ya más crecido, comenzaba a entender como la madre naturaleza ordenaba las cosas entre los seres vivos, el día, la noche, el sol, el viento, todo era regido por sus designios. El comprendía de alguna manera como las cosas se daban en un estado de equilibrio y de justicia, todo a su justa medida, sin desastres ni faltas. El instinto les decía a ellos como actuar ante determinadas circunstancias.

Pero a medida que entendía a sus congéneres y al resto de los animales y a la madre naturaleza, seguía sin comprender porque los seres humanos iban en contra de esa regla. No podía comprender porque ese egocentrismo tan absurdo y esa rebeldía tan natural que tenían los humanos por obedecer una regla tan simple, como es, vive y deja vivir. Su supuesta inteligencia racional para construir y elaborar máquinas que facilitaran su vida y la de los suyos, no se condecía con su salvajismo y pasión por la destrucción y la muerte que provocaban, no solo a los animales y plantas, sino entre ellos mismos. Era algo que el zorzal no podía ser capaz de comprender en su inocente conciencia, pero tampoco entendía el qué siendo tan destructivos entre sí y contra los demás, hubiera humanos con intenciones de no destruir y no matar. El solo pensar eso trastornaba a la pobre ave.

La golondrina le tendió su ala para que no pensara en ello, a lo que el zorzal accedió, también para que no sintiera frío ante la noche que comenzaba a llegar. El tendió la suya a la golondrina para que se abrigara también y esta accedió y ambos se acurrucaron en el árbol.

Mientras ambos miraban la luna asomarse al horizonte, la golondrina desvió su mirada hacia el zorzal que lo cobijaba. Sus ojos empezaron a brillar de emoción y no entendía el porqué. Quizás, por alguna razón que no podía explicar, la golondrina se sentía a gusto al lado de su mejor amigo.

Fue así como la pequeña ave de color azul comenzó a enamorarse del joven y valiente zorzal y sus plumas empezaron a levantarse, como si sintiera mucha emoción por estar a su lado. Era un sentimiento muy natural e instintivo que solo las aves podían entender.

El queltehue regresó de su vigilancia y de comer los gusanos y vio el árbol donde se encontraban sus amigos. Le pareció algo hermoso ver como el zorzal cobijaba a la golondrina y se posó en una rama distinta para no molestarlos, durmiendo allí esa noche.

Para el pequeño y joven zorzal, también era un sentimiento extraño el estar tan cerca de su mejor amiga y sus alas también se levantaron por ello, aunque se mantuvo más sereno.

Y así es como comenzaban a florecer las emociones instintivas de las aves, un descanso del vuelo que estaban realizando y que les hacía entender aún más el porqué de la vida en este mundo, pues la inocencia y el cariño mutuo permiten comprender de mejor manera el porvenir que les espera, en este viaje del zorzal.



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En el texto hay: naturaleza aves paisaje, vida, vuelo

Editado: 24.10.2019

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