Han transcurrido tres años desde que nuestro pequeño y valiente zorzal y sus amigos salvaron a cientos de aves y animales del cerro boscoso tras el devastador incendio que azotó ese sector de la ciudad (entre los cuales había muchos como él).
Hoy el zorzal vive lejos de la ciudad, en una pequeña comuna, separada por un enorme río, donde vive en un cómodo nido en compañía de una hermosa zorzal de color rosa y dos pequeños zorzalitos, nacidos al alero de un inmenso y profundo amor entre ambos. Por fin el zorzal había resuelto la interrogante de ¿Por qué sigo vivo? que la madre naturaleza le había dado tras su dolorosa infancia por la muerte de sus padres y hermanos producto del hombre y sus ambiciones, por lo que ahora disfrutaba la mayor felicidad que podría tener, al estar al lado del amor de su vida y de sus críos.
Sin embargo, como en todas las cosas, la felicidad tuvo sus consecuencias: Sus grandes amigos el queltehue y la golondrina, desaparecieron luego del incendio forestal luego de ayudar en la re-ubicación de los zorzales, aves y animales del lugar. Acompañaron al zorzal cuando se instaló en su nuevo hogar por un tiempo, pero la tristeza y la rabia se apoderaron del frágil y angustiado corazón de la golondrina azul, quien no podía soportar como el amor de su vida (el zorzal) le era arrebatado por aquella pajarraca de su misma especie (le tenía un gran odio a la zorzal rosa y era natural, pues sentía celos de su presencia y de que estuviera al lado de su amado).
Sin embargo, el cortejo de la zorzal cautivó el corazón del joven zorzal, por lo que la golondrina no pudo más con el dolor y decidió irse del lado de su mejor amigo una vez se instalara en su nuevo hogar. En cuanto al queltehue, gallardo pero prudente a la vez, solo podía ayudar a quién más sufría, en este caso, su amiga la golondrina, por lo que la siguió en su partida. De esta forma, no se supo más de ambos, algo que al zorzal le dolió en su corazón, pero que podía suplir esa falta con el amor de su nueva pareja y sus hijos.
El único que se quedó con el zorzal fue el peuco, su nuevo amigo y quien hace tres años fuera su rival acérrimo (quién sabe por qué, cosa de aves). Ahora hace las veces de cuñado, hermano técnico de la zorzal rosa y tío de los críos. Una función poco usual en él, que estaba acostumbrado a la libertad y a la gallardía, pero que con los años se ha ido apaciguando hasta pasar a la tranquilidad y el relajo de los días soleados y la brisa costera.
Todo era felicidad y armonía. No solo para él y su nueva familia, sino para el resto de las aves y animales que vivían en paz en el denominado "santuario alado".
Pero esa felicidad y armonía se verían interrumpidos por la interrupción de unos viejos conocidos del zorzal: Los humanos.
Un día al amanecer, el zorzal y su pareja le enseñaban a volar a sus críos, ayudados por el peuco quién hacía de profesor de vuelo, piando como cacatúa por cierto, cuando de pronto se escucharon unos ruidos al horizonte que asustaron a las aves y a los animales del nuevo santuario.
Se trataban de máquinas retroexcavadoras que en forma intempestiva comenzaron a derribar los árboles, destruyendo los hogares de muchas de las criaturas que habitan el lugar. El zorzal no podía creer lo que estaba viendo y empezó a temblar de miedo mientras volaba, a lo que su pareja trató de calmarlo. Era evidente su miedo, aquellos que estaban derribando los árboles eran los mismos obreros que hace tres años atrás, mataron a sus padres y hermanos en la costanera de la ciudad.
Del miedo se pasó de pronto a la rabia, por lo que el zorzal voló en dirección hacia donde estaban los humanos, dejando atrás a su familia y al peuco. Al llegar allá, pió con todas sus fuerzas para llamar a todos los zorzales que estaban en el santuario y volar en bandada hacia donde estaban los obreros a fin de atacarlos y sacarlos del lugar. De inmediato y guiados por su líder, la bandada de zorzales le lanzó en picada contra los humanos, a picotazo y aletazo limpio.
Los obreros se sintieron amenazados y asustados y comenzaron a defenderse con sus cascos y herramientas para golpear a alguna de estas aves. Había iniciado una pelea entre los humanos y los zorzales por el santuario. Los primeros venían aquí con la idea de destruirlo todo y edificar inmuebles destinados a la vivienda y habitación, mientras que los segundos querían defenderlo y eliminar la presencia humana en este lugar en nombre de la madre naturaleza.
Sin embargo, como los humanos no obedecen los designios de la madre naturaleza, se empezaron a fastidiar con los picotazos de los zorzales defensores (más algunas aves que venían a ayudar a estos), por lo que decidieron tomar medidas drásticas. Se consiguieron unas mascaras de gas y con ayuda de una fumigadora, comenzaron a llenar de pesticida a las aves, matándolas en el acto como si fueran insectos. El zorzal, horrorizado ante el acto de crueldad de los obreros, se lanzó al ataque contra ellos, seguido de cerca por bandadas de zorzales. Desafortunadamente, las poderosas fumigadoras de los obreros terminaron por matar envenenados a cientos de aves, entre zorzales y demás, incluso nuestro zorzal, por más que se tapaba el pico con una de sus alas, estaba mareado y a punto de caer muerto por el veneno, por lo que decidió retirarse para buscar a su familia, en compañía de unos pocos de los suyos.