Tras la horrible muerte de su familia a manos de los humanos, el zorzal y el peuco huyeron del destruido santuario alado, en dirección a la ciudad, para buscar refugio y pensar mejor lo que van a hacer. Sin embargo, para el zorzal pensar en eso ya es un desgaste mayor, pues ya había perdido dos veces a seres queridos por él, primero su familia directa cuando era un crío, y ahora a su amada zorzal y a sus hijos, por lo que en lo único que podía pensar el zorzal era en vengarse de aquella especie que mató en dos oportunidades a los suyos.
Al llegar a un recoveco de plantas en la azotea de un edificio, el zorzal se quedó en silencio, con lágrimas en sus ojos, mientras el peuco lo acompañaba. El silencio era natural, porque estaba de duelo el joven alado y no pió en todo el día. El peuco estaba preocupado, sentía como ave que era el dolor de su antiguo rival y ahora mejor amigo por lo que había pasado, pero le dolía el hecho de saber el camino que tomaría el zorzal de aquí en adelante. Había pasado de la felicidad absoluta a la tristeza total en un instante y eso para cualquier ser vivo, sea ave, animal o humano, podía llegar a ser letal.
Mientras ambos estaban posados en aquel recoveco, en el horizonte, dos aves estaban sobrevolando la ciudad. Se trataba de dos viejos amigos del zorzal: El queltehue y la golondrina azul. Ambas aves estaban sobrevolando los alrededores de la ciudad, solo para encontrarse con un desolador panorama: La mayoría de los bosques donde habitaban las aves, especialmente los zorzales, estaban siendo destruidos por los humanos para construir sus edificios de departamentos, conjuntos residenciales y plantas termoeléctricas. Y para más remate, ambas aves veían desde los aires como sus congéneres a pesar de resistir ser arrebatados de su hogar, son cruelmente asesinados o incluso capturados en jaulas para luego ser torturados o quién sabe qué. El nivel de maldad en los humanos era algo que no podían soportar ambas aves.
El peuco, que se encontraba al lado del silente zorzal, divisó a la distancia la presencia del queltehue y la golondrina y comenzó a piar con todas sus fuerzas para avisarles donde estaban. El queltehue se percató del piar del peuco y tras reconocerlo a la vista, pió a la golondrina, quien divisó también al peuco, por lo que ambos planearon a gran velocidad hacia donde se encontraba el ave, logrando su cometido.
Al aterrizar, el peuco y el queltehue se abrazaron y la golondrina hizo lo mismo también, manifestando a través del piar su alegría por volverse a ver después de tanto tiempo, tres años sin haberse encontrado y con una felicidad desbordante. El zorzal volteó la vista al escuchar el piar de los tres y se produjo un momento de emoción.
El zorzal, el queltehue y la golondrina volvían a verse después de mucho tiempo. El queltehue fue el primero en extender su ala en señal de saludo a su viejo amigo, a lo que el zorzal respondió con la otra. La golondrina volvió a contemplarlo tras todos estos años y a pesar de los cambios en su plumaje, seguía siendo el mismo que conoció aquella vez en el parque cuando fue rescatada de las palomas cochinas. A diferencia de hace tres años, la golondrina había crecido un poco más, estaba más esbelta y con un plumaje azul más hermoso que cuando era más pequeña. A pesar del tiempo, todavía recordaba al zorzal y aunque sufrió mucho por el cortejo de la zorzal rosa, ella con mucho amor lo miró a los ojos como aquella vez en el bosque y el zorzal también la miró.
Sin embargo, los ojos del zorzal ya no eran de felicidad, sino de mucha tristeza, tristeza no solo por lo que vivió tras enfrentar la muerte de su familia, sino también porque no olvidaba el daño que inconscientemente le había hecho a su mejor amiga. La golondrina captó la tristeza del zorzal y de inmediato se acercó a él para abrazarlo. El zorzal, al notar ese gesto de ternura de la golondrina, reventó en lágrimas y pió desconsolado mientras la golondrina le hacía cariño en su cabeza con su ala. El queltehue y el peuco observaban en silencio.
Pasaron tres días. El queltehue y el peuco contemplaban desde el recoveco del edificio como bandadas de aves huían de la ciudad, mientras los lugares boscosos y verdes eran destruidos por los humanos con el fin de utilizarlos para construir sus edificaciones de forma impulsiva. Al otro lado del recoveco, la dulce golondrina acompañaba al dolido zorzal, quien se encontraba dormido en un profundo sueño, recuperándose de la tristeza.
En ese momento, un ave apareció de la nada enfrente del grupo y aterrizó cerca de donde se encontraban la golondrina y el zorzal, haciendo que estos despertaran sobresaltados. Se trataba de una garza, un ave de plumajes blancos, alas cortas y patas largas, quien había volado desde el otro lado del río siguiendo al zorzal y al peuco que habían huido del santuario alado cuando los humanos lo destruyeron. Empezó a piar dando aviso al zorzal y sus amigos que las aves de toda la riviera costera de la ciudad se reunirían en la ciudad-puerto de al lado para formar parte de un plan maestro, el objetivo: Salvar a las aves de la amenaza humana.