El Zorzal

Capítulo XI

Tras la victoria inicial de las aves sobre los humanos en el campus universitario y la consecuente invasión a toda la ciudad, los alados habían logrado una victoria sin precedentes. Por fin la Madre Naturaleza había desatado su poder sobre el hombre y con ello se esperaba un cambio en la conciencia racional de este.

Sin embargo, incluso en la adversidad, los seres humanos muestran su cara más destructiva. Enfurecidos con el poder de las aves y la consecuente destrucción y humillación provocada por estas, tomaron de inmediato medidas drásticas. Se decretó estado de emergencia y se pasó de las policías uniformadas que prácticamente eran nulas frente al bombardeo de caca de las aves, a desplegar a los militares, armados con poderosos rifles de largo alcance y con francotiradores expertos en sus filas.

Las aves se sorprendieron con la llegada de los efectivos del ejército humano y las poderosas armas que portaban y el miedo se apoderó de todos los alados, excepto del joven zorzal, que estaba cegado por la ansiedad de seguir atacando a sus enemigos. Sus amigos tuvieron que pararlo, piando violentamente como diciéndole: "¡Ya basta zorzal! ¡No podemos pelear contra tantos humanos, ellos son más avanzados que nosotros!", a lo que este replicó el piar, como respondiendo: "¡No! ¡No dejaré que se salgan con la suya!".

Las aves comandantes dieron la señal y se reagruparon para atacar a los militares, pero estos, con sus francotiradores, dispararon desde gran distancia, derribando a un gran número de águilas y halcones, que cayeron a tierra como bolsas.

El impacto de eso causó que las aves se paralizaran de espanto tras los disparos, momento en que los humanos comenzaron a avanzar y ordenando el comandante de ellos abrir fuego directamente sobre las aves. La orden no se hizo esperar y una gran lluvia de balas se desplegó sobre todo el contingente alado.

Con el fuego de los rifles y ametralladoras, las miles de aves que aparecieron sobre la ciudad comenzaron a caer una tras otra, asesinadas por las balas de los militares, que en un acto de repudio a la Madre Naturaleza, mataban sin piedad ni misericordia a todas las aves que surcaban los cielos, no dejando ninguna con vida.

El zorzal, quien lideraba la tercera oleada, al ver entrar a los militares al campus, ordenó atacarlos directamente sin temor, a lo que lo siguieron miles de aves pequeñas y sus amigos, que ya temían lo peor. Los soldados abrieron fuego sobre ellos, derribando uno por uno a los alados pequeños, pero siendo reforzados por los cientos de zorzales que aparecían de la nada para ayudar a su camarada.

En las puertas del frontis universitario, los zorzales atacaban a picotazo limpio a los soldados, quienes se defendían con sus armas de servicio, golpeándolas y después asesinándolas de un balazo, mientras otros agarraban con sus manos algunas de esas aves y les arrancaban las alas, en un acto de absoluto ensañamiento y maldad pura. Pero a pesar de que las aves, en un principio, hacían retroceder a sus enemigos humanos, estos enviaban refuerzos para equilibrar la situación, hasta que llegó un punto, en que las aves comenzaron a debilitarse y a ser acribilladas a balazos por los militares. La carnicería alada era evidente.

El zorzal en un momento vio como sus aliados más cercanos eran cruelmente asesinados por los humanos y comenzó a desesperarse, a tal punto, que cuando los militares lo divisaron, apuntaron todas sus armas contra él, con el fin de matarlo. Al fin, la hora del joven alado había llegado, se reuniría con su familia, su pareja e hijos en la otra vida, pero no sin antes luchar contra todos ellos, aunque fuera haciendo un último esfuerzo.

Pero su hora no llegó, porque de improviso aparecieron sus amigos, quienes atacaron por la espalda a los militares, a picotazos y cabezazos, salvando la vida del joven alado y llevándolo lejos del campus universitario, en dirección al edificio más alto de la ciudad, fuera de todo peligro.

Al llegar a la azotea, el escenario era escalofriante. Al caer el ocaso, varios resplandores se veían desde la superficie, eran los flashes de las armas militares que disparaban sus balas contra las miles de aves que seguían llegando para reforzar a los suyos, muriendo una gran cantidad de ellas, algunas en el aire, producto de los francotiradores.

El queltehue, el peuco y la garza contemplaban el desolador panorama, mientras el zorzal, abatido y atemorizado, se debatía entre la venganza y su propia vida, al sentir rabia e impotencia por no poder lograr su cometido de derrotar a los asesinos de sus seres queridos y piaba de furia por ello, a lo que el queltehue, furioso, le propinó un violento aletazo en la cara, mientras este piaba, como llamándole la atención, diciendo:

"¡Ya es suficiente zorzal! ¡Hasta cuando vas a seguir lamentándote por lo que ocurrió con tus seres queridos! ¿Cómo quieres que ellos te recuerden, como una ave valiente y bondadosa, o como una ave vengativa e indolente?"

Eso último hizo reaccionar al zorzal y lo hizo despertar de su trance vengativo. De inmediato los recuerdos aparecieron en su mente: Sus padres, sus hermanos, su pareja y sus hijos. Al volver en sí, observó a sus amigos y de inmediato la tristeza se apoderó de él. Agachó la cabeza y las lágrimas brotaban de sus ojos, sintiendo un gran remordimiento de conciencia por lo que había ocurrido. En ese instante, un ala azul tomó su ala y otra ala azul le acariciaba la cabeza. Era la golondrina azul, quien intentaba consolarlo y darle ánimos.



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En el texto hay: naturaleza aves paisaje, vida, vuelo

Editado: 24.10.2019

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