Un grito desgarrador se escuchó en medio de la multitud de civiles y militares que se dirigió a los pies de la catedral para presenciar la terrible tragedia que se acababa de desatar. Allí, frente a las miradas de todos, tanto de los humanos en la superficie, como de las aves desde el techo de la misma, estaban el zorzal y sus amigos el queltehue, el peuco y la garza, así como las dos estudiantes humanas, quienes llegaron a tiempo para rescatar a la maltrecha golondrina azul, que en forma sorpresiva y dramática, fue abatida frente a los ojos de su amado, por una misteriosa bala que se disparó de un rifle de precisión.
De inmediato los humanos buscaron entre los suyos al responsable de este cruel y traicionero acto de maldad. Finalmente dieron con el responsable: Un francotirador de la policía, que furioso por la muerte de sus camaradas en el helicóptero que se estrelló en la plaza de armas, tomó el rifle y apuntó contra el zorzal, pero que por causas desconocidas, terminó hiriendo de gravedad a la inocente y hermosa golondrina azul.
Ese acto causó la ira y el repudio de todos los presentes y de inmediato la población civil fue a reducirlo, a lo que el oficial trató de escapar, pero fue detenido por el comandante de los militares, que le cerró el paso, con lo que los ciudadanos capturaron al policía y lo lincharon en la vía pública, a patadas y golpes por haber disparado sin razón, con consecuencias fatales. Los policías trataron de detener el acto despiadado de la población y solicitaron ayuda a los militares, pero estos se negaron diciendo que era correspondido, pues las aves demostraron más madurez y sabiduría que los mismos humanos al defender a los suyos y además porque la población finalmente tomó conciencia de su relación con ellos.
Luego de reducir al maltrecho oficial, la gente se acercó para ver si podían ayudar a salvar a la golondrina, pero las estudiantes impidieron el paso, por respeto a las aves.
El zorzal estaba destrozado, triste, al tener en sus alas al gran amor de su vida, malherida y sin respuesta de su parte. La mecía con su cabeza y con sus alas, tratando de despertarla. Sus amigos contemplaban en silencio, tristes, ante el horrible acto de maldad provocado por uno de los humanos y las aves del techo estaban dispuestas otra vez a atacar a los humanos por tamaño acto de traición. Los militares, temiendo una nueva oleada, se prepararon para lo peor, pero los civiles se opusieron y formaron una enorme muralla entre ellos y las aves, dándoles la razón a estas últimas. Así se calmó la tensión inicial.
Pero eso no le importaba al destruido corazón del zorzal, quien solo quería que respondiera su amada, aunque fuera con la mirada. Intentó todo para revivirla, incluso mecer con el pico su azulada cabeza, pero fue en vano, parecía ser que el amor de su vida, a quién finalmente pudo demostrar sus sentimientos, ahora moría frente a él.
Las estudiantes trataron de revivir a la golondrina con sus técnicas de reanimación, pero fue inútil, el ave no respondía y aunque después llegaron los equipos de emergencia al lugar, ya nada se podía hacer para remediarlo.
Un clima de tristeza se apoderó de toda la ciudad.
Las lágrimas brotaron del zorzal con tanta intensidad, que solo agachó la cabeza para manifestar su dolor, un dolor que fue compartido por sus amigos más cercanos, que también agacharon la cabeza, derramando lágrimas por la muerte de la golondrina. Las aves, que estaban en el techo de la catedral, también derramaron lágrimas por la pérdida de uno de los suyos y al poco tiempo después, comenzaron a llorar las estudiantes, frustradas por no haber podido salvarla. Después, los niños lloraron por la golondrina, luego los adolescentes, después los universitarios e incluso los ancianos. Los adultos jóvenes, que eran más orgullosos, también sintieron tristeza por lo ocurrido y se escucharon llantos desconsolados de mujeres, desgarradores pero, al mismo tiempo, emotivos. Solo los militares y las policías guardaron silencio, pero no manifestaron emoción alguna.
De pronto, el zorzal pió, con todas sus fuerzas, expresando su tristeza a todos. Sus amigos replicaron el piar y de inmediato todas las aves empezaron a piar, uniéndose en cadena al duelo que estaba viviendo. Los humanos, acongojados, solo guardaron silencio mientras observaban a las aves manifestar un piar desgarrador, desconsolado, triste, de congoja absoluta y de total sufrimiento por la trágica muerte de la inocente golondrina.
Después de piar con todas sus fuerzas y de descargar todo su dolor, el agotado y desmoralizado zorzal, se acercó al cuerpo de su amada y la cubrió con su propio plumaje, acomodándose a un lado de ella. El peuco trató de intervenir, pero el queltehue y la garza se lo impidieron, era el momento del duelo personal del zorzal.
Mientras el joven alado se acurrucaba junto a su amada, los recuerdos venían a su mente, y con ello nuevamente las lágrimas: El día que salvo su vida de las palomas, su primer contacto en el cerro boscoso, el día que se separaron por la zorzal rosa, el reencuentro después de tres años mientras el zorzal clamaba venganza contra el hombre, el momento en que sus miradas se cruzaron, manifestando su amor y restableciendo el espíritu del joven alado y finalmente el cortejo de la golondrina y el instante de su cruce de regazos, antes de la tragedia que ahora está viviendo.