—¡Agustina, por favor! —gritó mi madre, desquiciada, con las manos en los cristales. Iris lloró con los gritos.
No sé si mi tía escuchó a su hermana o solo fue casualidad, pero reaccionó. Abrió los ojos y levantó la cabeza. Parecía un poco perdida. Miró a los lados y, cuando cayó en la cuenta de la situación, miró hacia nuestra ventana y nos saludó sonriendo.
Todos exhalamos a la vez, sin darnos cuenta de que habíamos contenido la respiración, aterrados.
Mi tía salió del coche y mi padre, mi madre y yo, nos dirigimos rápido hacia la puerta de casa, con la intención de ir a por ella.
—Mamá… —Nora venía con Sofía e Iris— ¿Está… está bien?
Le sonreí. Era más que la supervivencia de la tía Agustina. Lo que acababa de pasar podía significar la nuestra.
—Sí, Nora. Está bien.
Salimos y nos encontramos con Hugo en el rellano. Bajamos y mi tía ya estaba abriendo el portal.
—¡Funciona! —dijo con una media sonrisa, todavía un poco aturdida.
—Agustina, ¿estás bien? —mi madre le puso una mano en el hombro.
—Sí, sí… lo he sentido más fuerte que en casa, pero aquí estoy.
Nos miró con una sonrisa de triunfo que no acababa de encajar con lo que acabábamos de vivir.
Yo miré a Hugo. Necesitaba saber cuál pensaba él que era el siguiente paso. Pero habló mi madre.
—¿Eso significa que podemos salir? Quiero ir a por mis hijos…
Nos quedamos callados. Querer encontrarlos no significaba que pudiéramos hacerlo.
—Sí, Cecilia. Iremos a buscar a tus hijos, pero primero debemos reunirnos y hablar de qué vamos a hacer a partir de ahora con esta nueva carta que tenemos en la mano —dijo Hugo, poniendo un poco de cordura al momento.
Apareció Luis.
—Agustina, estás viva. —lo dijo sin entonación, sin alegría. Como una constatación banal.
—Sí, hijo. Aquí estoy.
—Ahora podemos ir a por cacahuetes y leche. No me quedan.
Como siempre, Luis ponía la puntilla absurda en cada una de nuestras conversaciones.
—Luis, prioridades, por favor —le increpó Hugo con cansancio—. Lo que deberíamos hacer es trasladar los cuerpos. Yo los llevaría al cementerio tras un zumbido, para asegurarnos que no nos pilla fuera del coche… Siempre que siga el mismo patrón, claro… Bien, si queréis, podemos comer juntos y hablamos de esto y de los pasos a dar. O podemos vernos después de comer.
Me quedé pensativa… Los cuerpos… Adrián… el dolor me golpeó fuerte. Cada vez que pensaba en él, una daga se me clavaba en el vientre. ¿Cómo estaría ahora su cuerpo? ¿Sería yo capaz de trasladarlo con lo que eso supondría? Pero ¿y si no lo hacía? Me perdí en esos pensamientos lacerantes mientras cada uno volvía a su casa.
Finalmente decidimos que nos reuniríamos después de comer en casa de Hugo. Acudimos todos, menos las niñas. Nora protestó. Ella quería formar parte de la coordinación a partir de ahora, pero todos necesitábamos que se quedara con las niñas. Además, y eso no se lo dije, no era momento de hablar, delante de ella, sobre cómo trasladar el cuerpo de su padre después de días muerto. Ya le veía bastante afectada por todo, como para añadirle más mierda a sus pensamientos.
Nos sentamos en la mesa del comedor de Hugo. Todos le miramos. Sin haberlo acordado, esperábamos que fuera él el que dirigiese la conversación. Lo entendió pronto.
—Eh, bueno, bien… Ya hemos visto que el coche protege de los ataques. Al menos el mío y el de Guillermo. Así es que propongo que hagamos una primera expedición para trasladar cadáveres y ver el pueblo.
—Y para coger leche y cacahuetes —interrumpió Luis.
—Sí. Lo que se pueda. Así es que, después del siguiente ataque, me voy a subir al coche y a dar una vuelta para echar un primer vistazo. ¿Necesitamos algo con urgencia?
—Leche y…
Mi madre golpeó la mesa con la palma de la mano.
—¡Luis, calla!
Pensé en acompañar a Hugo, pero había un instinto de supervivencia maternal dentro de mí que me decía que no hiciese gilipolleces porque todavía no había nada seguro. Así es que me callé, sintiéndome mal por no apoyarlo, pero mi padre salió al rescate.
—Yo iré contigo, Hugo. Podemos cargar un par de cuerpos y llevarlos al cementerio. De camino allí podemos ver cómo está el tema por las otras calles. Espero que oigan el coche al pasar y se asomen o algo…
—También podemos llevar la música a todo volumen. Algo más que el motor se oirá.
Era todo tan surrealista… Hablábamos de Adrián como si fuera un saco de patatas que llevar del súper a casa. No pude evitar estremecerme. Mi padre lo advirtió.
—Diana… —puso su mano en mi muslo— Tú no tienes que hacer nada. Nosotros nos encargaremos.
Asentí, mirándome las manos. No podía hacer más. No me veía capaz de manipular el cuerpo de Adrián.
El resto de la reunión lo pasamos haciendo un listado de los víveres de los que disponíamos y de lo que íbamos a necesitar. Linternas, pilas, cerillas, agua, comida enlatada, pienso para los perros, etc. Vanesa, que estaba presente, nos preguntó tímidamente si podíamos traerle compresas en algún momento. También decidimos deshacernos de las bolsas de basura que habíamos acumulado esos días. Yo lo sentía todo como una pesadilla. No podíamos hacer vida normal, no podíamos volver a los trabajos, a la escuela. No podía ver más a Adrián.