El Zumbido

Adiós, Adrián

Subimos a casa mientras Hugo y mi padre volvían en sí. Nora estaba asomada a la ventana del salón.

—Mamá… hay un dron volando por aquí delante todo el rato…

Me acerqué y corrí las cortinas. No sabía si ese dron tenía buenas intenciones o formaba parte de la desgracia que estábamos viviendo.

—Diana, yo creo que es alguien buscando supervivientes —dijo Hugo.

—¿Y si no?

Empecé a encender linternas, la luz del día ya había desaparecido casi por completo.

—Venga, contadnos —animé a mi padre y a Hugo.

Mi padre se pasó la mano por la frente y empezó:

—Bueno, pues hemos llevado los cuerpos al cementerio. Los hemos dejado a la puerta, bajo un árbol.

Adrián… ahí iba a acabar mi marido…

—Después, hemos paseado por las calles… las únicas personas que hemos visto estaban… muertas —prosiguió mi padre—. Miguel, el del pub, estaba tirado en la acera, con la persiana a medio bajar… En el parque había seis o siete adolescentes…

Levantó la vista y miró a Nora, con las lágrimas a punto de salir. Ella le evitó la mirada y se sentó detrás de mí, como queriendo protegerse, como intentando no pensar que probablemente allí había algún amigo suyo. Mi padre no pudo continuar y lo hizo Hugo.

—También hemos visto un par de perros sueltos, con correas colgando… Lo que significa que los dueños están también por ahí… tirados…

A cada información nueva, más se me encogía el corazón. ¿Cómo podía estar sucediendo todo esto? ¿Quién quedaba por ahí?

—Hemos… hemos ido a la huerta de Ángel…

—¿Estaba allí Laura? —preguntó mi madre, impaciente.

—Sí. Estaban los dos cuerpos.

Los cuerpos… No dijeron que estaban Laura y Ángel, no… Los cuerpos…

—También nos hemos acercado a Albencís, por si… Por si por allí no había ocurrido esto… Pero estaba todo igual… —Hugo agachó la cabeza, apoyándola en los puños.

—Después, hemos ido al supermercado —retomó la palabra mi padre— y hemos visto eso… La puerta atrancada y una pintada: “¿Hay alguien ahí?”. No hemos querido bajar ya porque era muy tarde y teníamos miedo de otro ataque, pero mañana podríamos ir.

—Pero papá… no sabemos las intenciones de quien pueda haber allí…

—Ya, pero, hablando se entiende la gente, ¿no? No hace falta que entremos, intentaremos hablar con ellos en la puerta.

—Pues mañana iré yo con vosotros —sentencié.

—¡Mamá!

—Nora, necesito hacer algo. Ahora ya hemos visto que hay posibilidades de moverse por ahí con el coche…

Puso su cara de enfado máximo y se marchó a la habitación con las pequeñas.

—¿Algo más? —les invité a seguir.

Hugo cerró los ojos un segundo, buscando una pausa entre tanto horror.

—El olor… Sin bajar las ventanillas, hemos podido sentir el hedor por todas las calles.

—Madre mía de mi vida… —la tía Agustina y mi madre se taparon la cara con las manos a la vez.

Nos quedamos en silencio, rumiando esas sensaciones macabras e infernales que nos transmitían Hugo y mi padre. Mi madre quiso romper un poco la tensión.

—¿Y qué hay del dron?

—El dron nos ha seguido desde el supermercado hasta aquí… Yo estoy seguro de que es alguien atrapado como nosotros, y que, probablemente, no sabe por qué íbamos por ahí tan tranquilos —dijo Hugo.

—¿Y si vuelve? —pregunté.

—Pues lo observamos, a ver qué intenciones tiene —dijo, cansado.
Mi madre me echó una manta sobre las piernas, pasando página, queriendo borrar todo lo que acabábamos de oír.

—Vamos a cenar algo.

Estaba segura de que nadie tenía hambre, pero necesitábamos hacer algo.
Calor, comida, rutina… cualquier cosa que no fuera miedo.

Cenamos en silencio. Nadie volvió a hablar de los cuerpos. Ni del dron. Ni del supermercado.

Rolo y el chihuahua dormían acurrucados, en un lado del sofá. Iris se durmió en brazos de Nora, babeando sobre su camiseta.

Luis no subió. Supongo que necesitaba su propio espacio, su propia forma de digerir todo esto.

Al acabar, recogimos, Hugo y la tía Agustina se marcharon a sus respectivas casas y nosotros nos fuimos a dormir temprano.

Esa noche no soñé con Adrián. Soñé con un dron que me miraba desde el cielo, con adolescentes muertos en los parques, con el olor a muerte impregnando cada una de las calles de mi pueblo.

Sobre las cuatro y media de la madrugada, nos despertó otro zumbido. Quise encender alguna linterna para asegurarme que las niñas estaban bien, pero fui incapaz de moverme. Solo escuchaba los gemidos de las chicas.

Al terminar, mientras encendía la linterna, Iris rompió a llorar. Cuando comprobé que estaban bien, me acerqué a ver a mis padres, que estaban en el pasillo, de camino a vernos. Esa vez no fuimos a comprobar cómo estaban los demás, tan normalizado lo teníamos ya…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.