Tal y como habíamos quedado con el chico de la radio, en una hora volvimos a encenderla en casa de Luis. Fede se sumó al grupo, después de haber ido Hugo a contarle lo sucedido.
En la siguiente conexión, escuchamos una voz de mujer.
—Aquí habla la comandante Ana Suárez, responsable de esta base. ¿Me reciben, vecinos de Beniarsó? Cambio.
Hugo volvía a ser el portavoz.
—Sí, alto y claro. Aquí Hugo Álvarez, superviviente de Beniarsó. Cambio.
—Hola, Hugo. Me alegra escucharle. De hecho, es una gran sorpresa. Hemos estado en contacto con otras bases y operadores en distintos puntos… pero saber que hay civiles con niños, y que han resistido… Nos ha emocionado muchísimo. ¿Cómo están? ¿Hay algún enfermo? ¿Tienen alimentos? Cambio.
—Gracias Ana… Para nosotros también está siendo algo grande, después de encontrar solo a una persona con vida desde que empezó todo —dijo Hugo emocionado—. Somos doce personas, dos de ellas niñas pequeñas. También tenemos dos perros. La mayoría estamos bien, solo tocados emocionalmente… Hemos perdido mucho y hemos visto atrocidades… Seguimos teniendo miedo. Cambio.
—Lo entiendo, esto es devastador… No acabamos de entenderlo y no sigue ningún patrón que nos pueda dar pistas. Pero puedo darles una pequeña buena noticia: veníamos recibiendo señales horas antes de la primera descarga, el veintidós de diciembre, y están disminuyendo desde hace unas horas. Es algo muy positivo, dentro de la desgracia. No sabemos si se ha acabado, pero algo ha cambiado. Estamos en contacto con gente preparada que nos van dando fragmentos de información, aunque no acaban de encajar del todo. Cuando vengan, se lo explicaremos todo con calma.
Estábamos emocionados. No solo habíamos encontrado a gente preparada, sino que nos daban una pequeña esperanza. La comandante continuó:
—Investigando los acontecimientos, hemos podido llegar a la conclusión que los supervivientes hemos estado protegidos por metales en todos los episodios. Entiendo que ustedes deben estar en estas condiciones, ¿no es así? Cambio.
—Sí, así es. El edificio en el que vivimos está construido con una estructura y entramado metálicos. También hemos salido en vehículos y nos hemos protegido. Cambio.
—Bien, bien. Eso está muy bien. En medio de este caos, no vamos a imponerles nada, pero sí que les recomendamos que vengan aquí. Disponemos de instalaciones acorazadas en las que pueden quedarse. Son seguras, están reforzadas. Hasta ahora… han funcionado. También tenemos alimentos, energía y conocimientos y recursos médicos. Cambio.
—Sí, queremos hablarlo con todo el grupo. En breve les diremos algo. Por cierto, nosotros tenemos una médico aquí. Cambio.
—Vaya, eso es genial. Nos vendrá bien una opinión profesional sobre los indicios que hemos recabado sobre las muertes. Bien… pues ya saben que aquí son bienvenidos. Mantendremos la frecuencia abierta para que nos informen de su decisión —hizo una pausa—. De veras… qué alegría tan grande escucharlos. Cambio y corto.
Hacia el mediodía nos reunimos todos en casa de mis padres. Nos sentamos en el salón: algunos en los sofás, otros en la zona del comedor. Fui yo quien expuse al resto las noticias.
—Hemos contactado con militares de la base de Bérida.
Los que no sabían nada se removieron en sus sitios. Mi tía soltó un “¡ay!” y Vanesa se tapó la boca con la mano. No sabía si de alegría, de susto, o de ambas cosas.
—Nos han dicho que podemos ir allí. Tienen espacios seguros, electricidad, alimentos… Y, sobre todo, están en contacto con otras bases y supervivientes que están estudiando lo que está pasando.
—¿Pero estáis seguros de que son militares y dicen la verdad? —dijo Adela, con el ceño fruncido.
Mi madre la fulminó con la mirada e hizo un movimiento de cabeza hacia las niñas. Yo la entendí al instante… Como si no arrastrasen ya el suficiente miedo…
—Bueno, Adela, no sé para qué querrían inventarse algo así… —le contesté con suavidad, pero firme.
—Ay, no sé, hija…
—El caso es que debemos decidir si vamos o no —proseguí—. Tenemos la opción de quedarnos aquí encerrados hasta… hasta no sé… O ir allí con ellos, más protegidos, con recursos, con respuestas.
Nos miramos todos por unos segundos. Sofía, mi pequeña, levantó la mano.
—Yo quiero ir, mamá.
—Yo también —dijo Nora, seria.
Poco a poco, los demás fueron asintiendo, dejándose arrastrar por la determinación de las niñas. Las únicas que parecían reacias eran Vanesa y Adela.
—Yo… —empezó Vanesa, con voz temblorosa— No sé… Me da miedo moverme de aquí. ¿No pueden traernos ellos comida y lo que necesitemos?
—Vanesa, supongo que podrían —intervino Hugo, más seco—. Pero ¿qué quieres, que vengan todos los días como si fueran los de la compra online?
Yo intenté suavizar el ambiente.
—Vanesa, entiendo que de miedo. Yo también lo pasé fatal la primera vez que salí. Pero un ataque dentro de un coche se siente igual que aquí en casa. Por eso no deberías preocuparte. Además… estamos en una situación excepcional, todos tenemos que rehacer nuestras vidas y para eso necesitamos ayuda. Aunque Adela se quedara contigo, ¿qué vais a hacer solas? ¿Hasta cuándo aguantaríais así?