Ela "Casada con la realeza"

CAPÍTULO 02

Un compromiso en puerta.

Ela.

El día había comenzado como cualquier otro en Ravenglen. Mi padre y yo trabajábamos la tierra desde el amanecer, luchando por mantener nuestro pequeño pedazo de terreno fértil.

La vida en Ravenglen no es sencilla. Nuestra tierra apenas produce lo suficiente para pagar los impuestos al reino, y las últimas lluvias han hecho que incluso eso sea un desafío. Pero somos una familia unida, y eso siempre ha sido nuestro mayor consuelo.

Termino mi tarea de recolectar manzanas, llevó el último cesto dentro de la casa, sintiendo el aroma de hierbas frescas y pan recién horneado, aunque nuestras vidas no son fáciles, siempre encontramos consuelo en los pequeños momentos de calidez familiar.

—Aquí están las manzanas, madre —digo, colocándo la cesta sobre la mesa de madera gastada.

Ella asiente, secándose las manos en el delantal mientras sonríe con suavidad. Sus ojos, aunque cansados, todavía brillan con la fuerza de alguien que ha luchado toda su vida por mantener a flote nuestra familia.

—Gracias, querida. Ve a lavar tus manos. Pronto estará listo el almuerzo.

Obedezco sin discutir, disfrutando de la rutina familiar que me da un sentido de normalidad.

Estoy a punto de sentarme en la mesa cuando mi padre entra por la puerta, su rostro pálido y una expresión de inquietud marcando cada línea de su rostro. En sus manos lleva un sobre, cuyo sello real ya me pone nerviosa.

—¿Qué sucede, padre? —pregunto, dejando el paño que sostenía en la mesa.

Él me mira fijamente, y en sus ojos veo una mezcla de preocupación y resignación. Abre el pergamino con manos temblorosas y comienza a leer, pero sus palabras parecen atascársele en la garganta. Finalmente, me lo extiende para que lo lea yo misma.

Mis ojos recorren el texto con rapidez, y el mundo parece detenerse cuando comprendo el contenido.

"Por decreto del Rey de Galia, Ela de Ravenglen, hija de Tomas de Ravenglen, será desposada por el príncipe heredero, Frederick Anthonys, en un plazo no mayor a catorce días."

Mis manos comienzan a temblar, y siento que el papel resbala de mis dedos.

—Esto... esto no puede ser cierto.

Mi madre, que había estado observando en silencio, se acerca y toma el pergamino. Su expresión cambia de confusión a angustia en cuestión de segundos.

—Tomas, ¿es esto una broma? —pregunta con incredulidad.

—No lo es, Margot. —La voz de mi padre es grave, con un tono de impotencia que nunca le había escuchado antes—. Esta es una orden directa del rey. Si no cumplimos, perderemos todo: nuestras tierras, nuestro hogar... todo.

La desesperación comienza a instalarse en mi pecho. Mi vida, mi libertad, todo lo que conocía hasta ahora, estaba siendo arrebatado de un plumazo.

—Pero ¿por qué yo? —pregunto, mi voz rompiéndose—. ¿Por qué el príncipe tendría que casarse con alguien como yo?

Mi padre suspira, pasándose una mano por el cabello canoso.

—No lo sé, Ela. Tal vez es una estrategia del rey, una forma de castigar al príncipe. No es algo que podamos cuestionar.

Mi madre me toma de las manos, su mirada suplicante clavándose en la mía.

—Hija, esto no es justo, lo sé, pero debemos pensar en nuestra familia. Si no lo haces, todo lo que hemos trabajado se perderá.

—¿Y qué hay de mí? —digo, retirando mis manos y poniéndome de pie—. ¿Acaso alguien piensa en lo que esto significa para mí? Voy a casarme con un hombre que ni siquiera conozco, y que seguramente me despreciará por ser una plebeya.

Las lágrimas queman mis ojos, pero me niego a dejarlas caer. No quería que mis padres me vieran débil, aunque por dentro sentía que me estaba desmoronando.

—Ela, escúchame —dice mi padre con voz firme—. No es una elección, es un deber. A veces, sacrificamos nuestros sueños por el bienestar de quienes amamos.

Las palabras de mi padre, aunque ciertas, no alivian el peso que siento sobre mis hombros. Me alejo de ellos sin decir nada, saliendo al campo para tratar de encontrar algo de calma en medio de mi tormenta interna.

Me detengo al borde de nuestro pequeño terreno, mirando los campos que siempre habían sido mi refugio. El viento sopla con fuerza, moviendo mi cabello y secando las lágrimas que finalmente escaparon.

Los matrimonios arreglados son comunes entre la nobleza, pero nunca había escuchado que una plebeya fuera elegida para casarse con alguien tan importante como el príncipe. ¿Por qué yo? ¿Qué tenía yo que pudiera interesarle al rey?

Se que no tengo otra opción.

El viento frío de la tarde sopla con fuerza mientras permanezco de pie al borde del campo. Las montañas lejanas, usualmente mi lugar de consuelo, parecen hoy más imponentes, casi como si también ellas me recordaran lo pequeño e insignificante que soy en este mundo.

Mi mente está en un torbellino. ¿Cómo puede mi vida cambiar tan drásticamente con solo un sobre? Hasta hoy, mi mayor preocupación era cómo sobrevivir al invierno con las cosechas dañadas. Ahora, debo casarme con un hombre que probablemente me verá como una carga, alguien que no pertenecerá a su mundo ni a su corazón.

Mi pecho se siente pesado, como si el aire no quisiera entrar en mis pulmones. Las lágrimas siguen cayendo, pero esta vez no las detengo. Necesito este momento para desahogar la desesperación que me embarga.

"¿Por qué yo?" me pregunto una y otra vez, como si el viento pudiera darme una respuesta. Había otras muchachas en el reino, nobles o al menos de familias acaudaladas, que seguramente serían más apropiadas para el príncipe. Yo no soy más que una campesina. Mis manos están callosas de trabajar la tierra, mi ropa es sencilla, y mi vida se limita a este pequeño rincón del reino.

A pesar de todo, no siento rabia hacia mi padre. Sé que él solo intenta protegernos, que esta decisión no es más fácil para él que para mí. Pero la amargura me consume porque siento que mi vida ya no me pertenece.




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