UNA SÚPLICA DESESPERADA
FREDERICK
El eco de mis pasos resuena en los pasillos del palacio mientras me dirijo a los aposentos de mi madre. Si alguien puede razonar con el rey, es ella. Mi madre siempre ha estado de mi lado, defendiendo mis decisiones, incluso cuando otros me criticaban. Estoy seguro de que esta vez no será diferente.
Cuando llego, un sirviente abre las puertas para anunciarme. Mi madre, vestida con un elegante vestido de terciopelo azul, está sentada en su diván favorito, bordando tranquilamente. Levanta la vista al verme entrar, su rostro iluminándose con una sonrisa cálida.
—Frederick, querido, ¿a qué debo el placer? —pregunta, dejando a un lado su labor.
Me acerco y me inclino para besar su mejilla antes de sentarme frente a ella.
—Madre, necesito tu ayuda.
Su expresión cambia ligeramente, un destello de preocupación cruzando sus ojos.
—¿Qué sucede, hijo?
Tomo aire profundamente, tratando de controlar mi frustración.
—Padre insiste en que me case con esa plebeya. Es absurdo, madre. ¡Un príncipe de Galia casándose con una campesina!
Ella asiente lentamente, escuchándome con atención.
—Tu padre ya me ha informado de su decisión.
Me inclino hacia adelante, buscando su mirada.
—Entonces sabes lo injusto que es. Esto no puede suceder. Necesito que hables con él, que lo hagas entrar en razón.
Mi madre suspira, recostándose un poco en su asiento.
—Frederick, sabes que tu padre no toma estas decisiones a la ligera. Está preocupado por tu futuro, por el legado del reino.
—¡No necesito una campesina para demostrarle nada! —exclamo, levantándome de mi asiento y comenzando a pasear por la habitación—. Esto es un insulto. Una humillación. ¿Qué pensará la nobleza? ¿Qué pensará el pueblo?
—El pueblo te verá como un hombre dispuesto a servir a su reino —responde ella, su tono tranquilo pero firme—. Y quizás, Frederick, eso es precisamente lo que necesitas.
Me detengo y la miro incrédulo.
—¿Estás de acuerdo con esto?
Ella suspira de nuevo, esta vez más profundamente, y se levanta para acercarse a mí. Sus manos toman las mías con suavidad.
—Frederick, eres mi hijo, y siempre querré lo mejor para ti. Pero quizás sea hora de que tomes este desafío como una oportunidad, no como un castigo.
Suelto sus manos, sintiendo cómo mi irritación crece.
—¿Una oportunidad? ¿De qué, madre? ¿De que una mujer sin educación ni modales me arruine la vida?
Ella me observa con una mezcla de tristeza y paciencia.
—¿Y no crees que ella también está sacrificándose? Esa muchacha no eligió esto más que tú, Frederick.
Sus palabras me golpean como una bofetada. Me cruzo de brazos, intentando procesarlas.
—Entonces… ¿no harás nada?
—No, hijo. Esta vez no puedo interferir. —Hace una pausa, su mirada volviéndose más seria—. Pero estaré aquí para apoyarte, pase lo que pase.
La decepción se asienta en mi pecho como una piedra. Mi madre, mi aliada incondicional, ha decidido no interceder. Sin decir más, me doy la vuelta y salgo de la habitación, cerrando la puerta con un golpe.
Camino hacia mis aposentos con una mezcla de rabia y frustración. Si ella no va a ayudarme, entonces tendré que encontrar otra forma de salir de esta situación.
La decepción se aferra a mí como una sombra persistente. Mis pasos, normalmente seguros y elegantes, se vuelven pesados mientras camino por los interminables pasillos del palacio. Las palabras de mi madre resuenan en mi mente como un eco insoportable: "Esta vez no puedo interferir."
¿Cómo es posible que no haga nada? Siempre ha estado de mi lado, siempre ha luchado por mí. Pero ahora, cuando más la necesito, ha decidido cruzarse de brazos y dejarme enfrentar esta humillación por mi cuenta.
Al llegar a mis aposentos, cierro la puerta con fuerza, dejando escapar parte de la frustración que me consume. Mi habitación, que siempre ha sido un refugio para mí, ahora parece un espacio vacío, incapaz de ofrecerme consuelo. Camino hacia la ventana y observo los jardines reales, normalmente tan tranquilos, pero hoy ni siquiera la belleza del paisaje puede calmarme.
¿Una oportunidad? ¿De qué hablaba mi madre? ¿De aprender a ser un mejor príncipe? ¿De encontrar algo en común con una plebeya que seguramente ni siquiera sabe cómo comportarse en una corte?
Golpeo el marco de la ventana con el puño cerrado, la frustración ardiendo en mi interior.
—Esto es una locura —murmuro entre dientes.
La ira se mezcla con una punzada de inseguridad que trato de ignorar. ¿Y si mi madre tiene razón? ¿Y si no soy digno de mi futuro título? No, eso es imposible. Soy el príncipe heredero. No necesito que una campesina me enseñe nada sobre el valor del reino.
Me dejo caer en un sillón junto al fuego, enterrando la cabeza entre las manos. Una parte de mí se siente traicionado, no solo por mi padre, sino también por mi madre. Pero otra parte, una mucho más pequeña y silenciosa, empieza a preguntarse si esto es más que un castigo.
¿Qué espera mi padre que aprenda de este matrimonio? ¿Y por qué mi madre parece estar de acuerdo con él?
La verdad es que no quiero pensar en ello. No quiero aceptar que hay algo que podría necesitar cambiar en mí. Todo lo que quiero es que esta pesadilla termine antes de empezar.
Mientras el fuego crepita frente a mí, decido que no puedo quedarme quieto esperando que mi destino sea sellado. Si nadie más está dispuesto a luchar por mí, tendré que encontrar la manera de luchar por mí mismo. Y si al final no puedo evitar este matrimonio, me aseguraré de que esa plebeya entienda exactamente qué clase de vida le espera a mi lado.
Porque si ella cree que puede arrastrarme a esta humillación sin consecuencias, está muy equivocada.