Ela "Casada con la realeza"

CAPÍTULO 08

UNA APARIENCIA INESPERADA

FREDERICK

La mañana en el palacio siempre era la misma. El sonido de los sirvientes moviéndose por los pasillos, la tenue luz filtrándose por los ventanales y la rutina inquebrantable del desayuno con mis padres.

Bostecé, recostándome en el respaldo de la silla mientras el personal disponía los alimentos sobre la mesa. Mi madre estaba sentada a mi derecha, con su postura impecable, y mi padre, como siempre, revisaba documentos antes de iniciar cualquier conversación.

Gerad apareció en la entrada del comedor y anunció con su voz habitual, carente de emoción:

—Su Majestad, Su Alteza… La prometida del príncipe ha llegado.

Levanté la vista con desgano, preparado para ver a la misma chica de ayer, con su vestimenta modesta y su actitud distante.

Pero lo que vi me hizo parpadear.

Ela no se veía como la plebeya que había cruzado las puertas del palacio el día anterior. Su cabello castaño, que antes había estado recogido en una simple trenza, caía en suaves ondas sobre sus hombros. Un delicado vestido azul con detalles dorados resaltaba su figura, y aunque no llevaba demasiados adornos, la tela fina y el corte elegante le daban una apariencia digna de la nobleza.

Caminó con gracia hasta la mesa y se inclinó levemente ante mi padre.

—Majestad.

El rey asintió, observándola con detenimiento.

—Bienvenida, Ela. Toma asiento.

Ella obedeció, sentándose en la silla frente a mí. Mi madre le dedicó una sonrisa tenue, pero mis ojos se quedaron fijos en ella.

No era la misma chica de ayer.

No parecía intimidada.

No parecía fuera de lugar.

Y eso me irritó más de lo que debería.

Mi plan inicial había sido hacerle la vida miserable hasta que suplicara volver a su hogar. Pero ahora, viéndola así, entendí que quizás tendría que esforzarme más de lo que imaginé.

Ela levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos.

No apartó la mirada.

El juego apenas comenzaba.

Ela se veía diferente. No como una campesina vestida con ropas finas, sino como alguien que intentaba encajar donde no pertenecía. Y yo me encargaría de recordarle su verdadero lugar.

—Espero que tu estancia en el palacio haya sido… agradable —dije con una sonrisa cargada de ironía mientras tomaba mi copa de vino matutino.

Ela sostuvo mi mirada, sin reaccionar ante la burla.

—Fue tranquila —respondió con calma.

Tranquila. Como si estuviera cómoda. Como si el hecho de estar aquí no la afectara en lo más mínimo.

Mi padre dejó de revisar sus documentos y la observó con interés.

—Dime, Ela, ¿te han instruido en los modales de la nobleza?

Era la oportunidad perfecta.

—Oh, padre, eso sería imposible —intervine con fingida preocupación—. Después de todo, su vida hasta ahora se ha reducido a recoger huevos y cultivar la tierra. No podemos esperar demasiado, ¿verdad?

Sentí la mirada de mi madre sobre mí, desaprobando mi comentario, pero el rey no dijo nada. En cambio, esperó la respuesta de Ela.

Ella respiró hondo, como si estuviera conteniendo una respuesta que realmente quería dar.

—Tiene razón, alteza —dijo finalmente—. No sé mucho de la nobleza, pero aprendo rápido.

Sonreí con suficiencia.

—Ya veremos.

Mientras la comida avanzaba, continué con mi estrategia. Cada vez que Ela tomaba los cubiertos, hacía pequeñas correcciones en voz alta, asegurándome de que todos escucharan.

—No así, querida prometida. ¿Nadie te ha enseñado cómo se sostiene una copa?

—El cuchillo, Ela. No estamos en una granja.

—Ah, claro, olvidaba que no estás acostumbrada a estos manjares. Quizás prefieras algo más… simple.

Los sirvientes a nuestro alrededor mantenían la compostura, pero podía ver las miradas fugaces que le lanzaban a Ela. Esperaban verla humillada.

Pero ella no se inmutó.

Mantuvo la espalda recta, los labios sellados y la cabeza en alto.

No importaba lo que dijera, no lograba que bajara la mirada.

Esto apenas comenzaba.

Si Ela creía que podía mantenerse firme, yo me encargaría de demostrarle que estaba equivocada.

Mi diversión se vio interrumpida cuando mi padre, tras observar atentamente a Ela, dejó su copa sobre la mesa con un suave clink.

—Ela —dijo con su tono firme pero no severo—, veo que eres una joven dispuesta a aprender. Y dado que que tu matrimonio con mi hijo es inminente, es fundamental que te familiarices con las costumbres y protocolos de la corte. No solo porque serás la esposa de mi hijo, sino porque representas a la corona.

Sabía lo que se avecinaba antes de que siquiera lo dijera.

—He decidido asignarte una institutriz para que te instruya en etiqueta, modales y deberes de una princesa.

Casi solté una carcajada. ¿Una campesina aprendiendo a comportarse como una princesa? La idea era absurda.

Ela, sin embargo, no pareció sorprendida. Sus manos descansaban sobre su regazo con serenidad, y aunque sus ojos brillaban con determinación, su voz se mantuvo neutra.

—Agradezco su generosidad, alteza. Haré lo posible por aprender.

—Más te vale —intervine con una sonrisa maliciosa—. No queremos que causes vergüenza en tu propia boda.

Esperaba verla dudar, tal vez encogerse en su asiento, pero en lugar de eso, Ela giró ligeramente la cabeza hacia mí y sostuvo mi mirada con una calma irritante.

—Lo tendré en cuenta, mi príncipe —respondió con una inclinación apenas perceptible de su cabeza.

Había algo en su actitud que comenzaba a incomodarme.

Mi plan de humillarla no estaba funcionando como esperaba.

Pero esto solo era el principio. La institutriz sería una prueba más para ella… y yo encontraría la forma de convertirla en una tortura.




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