Ela "Casada con la realeza"

CAPÍTULO 009

LECCIONES A UNA FUTURA PRINCESA.

ELA

El sol apenas se filtraba a través de los ventanales cuando una doncella me despertó con suavidad, indicándome que debía prepararme. Sabía lo que venía. La reina había mencionado que debía presentarme ante el rey en la mañana, y aunque no me había dado detalles, entendía que no tenía opción.

Cuando me vi en el espejo después de que terminaran con mi arreglo, apenas me reconocí. Mi cabello castaño, que siempre había llevado en una trenza sencilla, ahora caía en ondas suaves sobre mis hombros. El vestido que me habían dado era de un tono azul oscuro, más refinado de lo que estaba acostumbrada, pero sin los excesos de la nobleza. No llevaba joyas, solo el peso de mi propia incertidumbre.

Sabía que no encajaba aquí.

Y también sabía que eso era exactamente lo que Frederick deseaba demostrar.

Cuando las puertas del comedor se abrieron, respiré hondo y di un paso adelante.

La mesa era enorme, adornada con arreglos elegantes y una variedad de alimentos que jamás había visto reunidos en un solo lugar. El rey ya estaba sentado en la cabecera, la reina a su lado, y, por supuesto, Frederick estaba allí, con su postura relajada y una expresión que delataba su diversión anticipada.

Me acerqué y realicé una leve reverencia ante el rey, quien me observó con detenimiento.

El desayuno comenzó y, aunque intenté seguir el ritmo, no tardó en quedar claro que todo estaba diseñado para hacerme tropezar.

Tomé los cubiertos con cuidado, recordando lo poco que sabía sobre las reglas estrictas de etiqueta. No había dado ni dos bocados cuando la voz de Frederick se alzó en el aire.

—Esa no es la manera correcta de sostener la cuchara, querida esposa.

Mi mandíbula se tensó, pero no levanté la vista.

—Y el tenedor tampoco se sujeta de esa forma —continuó con falsa amabilidad, asegurándose de que todos lo escucharan—. Aunque supongo que en los campos de Ravenglen no tienen estas sutilezas.

La vergüenza ardió en mi interior, pero no le di el gusto de verme afectada.

—Gracias por la corrección, alteza —dije sin emoción, ajustando mi agarre en los cubiertos.

Frederick soltó una leve carcajada, claramente disfrutando de la situación.

—Dime, Ela ¿alguna vez has sido instruida en los modales de la nobleza?

Me tensé de inmediato. No por la pregunta, sino por lo que implicaba.

—No sé mucho de la nobleza, pero aprendo rápido —respondí con sinceridad, manteniendo mi tono firme.

—Ela. —El rey dejó la copa en la mesa con suavidad, pero su mirada era penetrante—, veo que eres una joven dispuesta a aprender. Dado que tu matrimonio con mi hijo es inminente, es fundamental que te familiarices con las costumbres y protocolos de la corte. No solo porque serás la esposa de mi hijo, sino porque representas a la corona.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Representar a la corona.

Era la primera vez que escuchaba esas palabras dirigidas a mí, y su peso era abrumador.

—He decidido asignarte una institutriz para que te instruya en etiqueta, modales y deberes de una princesa.

La declaración no me tomó por sorpresa, pero sentí los ojos de Frederick clavarse en mí, esperando mi reacción. Quería verme humillada, avergonzada por mi ignorancia.

Me enderecé y, en lugar de enojarme, incliné la cabeza con gratitud.

—Agradezco su generosidad, alteza. —respondí con calma—. Haré mi mayor esfuerzo por estar a la altura.

Un silencio breve se instaló en la sala. Por el rabillo del ojo, vi a Frederick fruncir levemente el ceño, como si no hubiera esperado mi respuesta.

El desayuno comenzó y, aunque intenté seguir el ritmo, no tardó en quedar claro que todo estaba diseñado para hacerme tropezar.

Tomé los cubiertos con cuidado, recordando lo poco que sabía sobre las reglas estrictas de etiqueta. No había dado ni dos bocados cuando la voz de Frederick se alzó en el aire.

—Esa no es la manera correcta de sostener la cuchara, querida esposa.

Mi mandíbula se tensó, pero no levanté la vista.

—Y el tenedor tampoco se sujeta de esa forma —continuó con falsa amabilidad, asegurándose de que todos lo escucharan—. Aunque supongo que en los campos de Ravenglen no tienen estas sutilezas.

La vergüenza ardió en mi interior, pero no le di el gusto de verme afectada.

—Gracias por la corrección, alteza —dije sin emoción, ajustando mi agarre en los cubiertos.

Frederick soltó una leve carcajada, claramente disfrutando de la situación.

—Veo que eres rápida aprendiendo. Espero que la institutriz no tenga demasiados problemas contigo.

Lo ignoré y continué comiendo con dignidad, sin dejar que su burla me afectara más de lo necesario.

Si quería convertirme en su entretenimiento, tendría que esforzarse más.

Porque no pensaba ceder.

La mañana transcurre demasiado rápido y, antes de que pueda encontrar un momento de respiro, la institutriz llega.

La mujer que se presenta ante mí es exactamente como la imaginé: alta, delgada y con una postura impecable que parece haber sido esculpida por años de disciplina. Su vestido, sobrio pero refinado, refleja su personalidad severa.

—Soy lady Genevieve Wren —se presenta con un tono cortante, sin rastro de amabilidad—. Fui elegida personalmente por su majestad para convertirla en alguien digno de este palacio.

Su mirada recorre mi atuendo y mi postura como si ya hubiera encontrado mil cosas que corregir.

—Dudo que sea un desafío sencillo, pero supongo que es mi deber intentarlo.

Inspiro hondo, mordiéndome la lengua para no responder de inmediato.

—Será un honor aprender de usted, lady Wren —digo con la mejor compostura que puedo reunir.

—Lo veremos.

Me indica que la siga hasta un salón amplio, donde todo está dispuesto para las lecciones: libros de etiqueta, una bandeja con vajilla fina y un espejo de cuerpo entero en la esquina.




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