OBSERVANDO A LA PLEBEYA
FREDERICK
No espero encontrarme con ella en el jardín interior, y sin embargo, ahí está.
Sentada con la espalda recta, los dedos envueltos alrededor de una taza de té, la institutriz a su lado como una sombra permanente. Desde mi posición en la galería superior, observo sin ser visto, y por un momento, me resulta imposible no notar la diferencia.
Ela ya no parece la campesina que cruzó las puertas del castillo con la trenza apretada y los ojos cargados de desafío. No del todo.
Pero no me engaño.
Unos cuantos días de lecciones no borran la esencia de alguien. La clase no se enseña. Se nace con ella. Y la plebeya, por más que finja lo contrario, no pertenece a este mundo.
Aun así…
—¿La observa con frecuencia desde aquí, alteza? —pregunta una voz detrás de mí.
Me doy la vuelta. Es Gerad. Siempre aparece cuando menos lo espero.
—Solo me aseguro de que no cause un desastre —respondo con indiferencia.
—Parece más interesada en no causarlo que en provocarlo —replica él, con una mirada que no me gusta.
No le contesto. Vuelvo a mirar hacia abajo.
Lady Wren le dice algo y Ela asiente con educación, inclinando apenas la cabeza. Cada movimiento es exacto. Ensayado. Frío.
—Ha avanzado mucho —continúa Gerad—. Incluso ha empezado a leer sobre los tratados comerciales del reino y la historia de la familia real. Tal vez no esté tan perdida como pensábamos.
—No necesito que me recuerdes lo que “pensábamos” —espetó con un tono más seco del que pretendía.
Gerad me estudia un segundo antes de sonreír de lado.
—Solo me parece curioso que sigas observándola si crees que no tiene remedio.
Lo ignoro, bajando por las escaleras del corredor. Siento sus pasos detrás de los míos, pero no me detengo. No sé por qué, pero la necesidad de enfrentarla, de verla de cerca, me impulsa.
Cuando llego al jardín, Lady Wren se pone de pie de inmediato y hace una reverencia. Ela no lo hace. No de inmediato.
Pero cuando finalmente se pone de pie, lo hace con la gracia que no tenía antes. Me doy cuenta de ello. Y me molesta.
—Su alteza —dice Ela, sin bajar la mirada—. ¿Se nos une?
—¿Acaso me estás invitando, plebeya? —pregunto con sorna.
—Pensé que era lo que correspondía, ahora que soy parte de la nobleza —responde, con esa voz calmada que usa para provocarme.
Mis labios se curvan apenas.
—Veremos cuánto te dura esa máscara.
Lady Wren intercambia una mirada rápida con Ela, y luego se excusa discretamente. No me molesto en detenerla. Quiero unos minutos a solas con mi futura esposa.
—No te emociones —le digo mientras tomo asiento frente a ella—. No he venido a felicitarte.
—¿Entonces ha venido a corregirme en voz alta de nuevo? —pregunta sin titubear—. Lamento decepcionarlo, pero hoy no ha cometido errores mi tenedor.
Una risa escapa de mi garganta antes de que pueda detenerla. No lo esperaba.
—No tan ingenua como pensé, ¿eh?
—No tan cruel como pretende —responde con rapidez.
La observo fijamente. Ya no me mira como al principio. Ahora no hay temor. Solo una especie de resignación desafiante. Como si hubiera aceptado el juego y estuviera aprendiendo a mover sus propias piezas.
Y por primera vez, me pregunto cuánto tiempo tardará en convertirse en una amenaza real.
O peor…
En alguien que empiece a importarme.
—Cuídate de enamorarte de esta vida, Ela —le digo mientras me levanto—. A veces, lo que brilla más… es lo que más duele cuando se quiebra.
—Gracias por el consejo, alteza —responde sin parpadear—. Pero no vine aquí a brillar. Vine a resistir.
La dejo allí, con el sonido del viento entre las hojas y esa mirada firme clavada en mi espalda.
No lo admito en voz alta.
Pero quizás esta batalla no será tan aburrida como creí.
#1020 en Otros
#212 en Novela histórica
#2916 en Novela romántica
#952 en Chick lit
Editado: 09.05.2025