Una Dama en formación y el corazón del palacio
👑 Ela 👑
El sol apenas ha salido cuando una doncella entra en mi habitación, sin anunciarse. Me entrega un vestido que jamás habría elegido: elegante, sobrio, de un gris azulado que grita protocolo.
—La reina solicita su presencia en los invernaderos, mi señora —dice con voz firme.
Mi estómago se encoge. No es una invitación. Es una orden.
👑💍👑
El invernadero real no es un jardín de flores, es una obra de arte viva. La reina está de pie junto a una mesa de plantas medicinales, podando con delicadeza quirúrgica mientras dos damas la observan en silencio. Apenas entro, me mira de reojo, sin sonreír.
—Has venido —dice simplemente.
—Me lo pidió, alteza —respondo, manteniendo la voz firme.
—Hoy tendrás tu primera lección de protocolo social. Las damas que ves aquí —dice, indicando a las dos mujeres con peinados imposibles— estarán supervisando tu aprendizaje.
Las dos me miran como si fuera un experimento fallido.
Durante la siguiente hora, me corrigen cada movimiento. Cómo sostengo la taza de té. Cómo me siento. Cómo saludo. Una de ellas se atreve a reírse cuando me equivoco en una reverencia.
Estoy nerviosa porque anoche fue diferente, pero ahora estoy siendo evaluada por la reina.
—¿Te parece gracioso? —pregunto suavemente, sin perder la compostura, mirándola a los ojos.
La risa muere en sus labios.
—Solo estaba...
—Entonces ría bien. O no lo haga en absoluto.
Hay un silencio tenso. Luego, la reina se aclara la garganta, pero esta vez… parece estar conteniendo una sonrisa.
—Suficiente por hoy —dice. Luego se dirige a mí—. Quédate.
Las otras damas se van, algo contrariadas. Cuando estamos solas, la reina camina lentamente entre las flores y me observa sin hablar durante un largo minuto.
—Tienes fuego en los ojos. Eso puede ser una virtud… o tu ruina.
—No nací para este mundo —respondo con sinceridad—. Pero eso no significa que no pueda aprender.
Ella asiente con lentitud.
—Eres consciente de lo que implica tu posición. No te dejarán olvidar de dónde vienes, ni a ti ni a él. Pero si aprendes a usar eso como fortaleza... podrías llegar muy lejos.
Me toma por sorpresa. ¿Acaba de darme un consejo?
—No necesito que me adores —dice entonces, casi con cansancio—. Solo que no avergüences a esta corona.
—No pienso hacerlo —respondo sin vacilar.
La reina me observa por última vez, luego se gira y se marcha. No me despide. Pero en su andar ya no hay frialdad, sino una pizca de respeto silencioso.
Y eso, en esta corte, es más valioso que mil palabras.
Luego de unos minutos admirando la belleza del invernadero, me dirijo al palacio. Decido tomar otro pasillo.
El aire del pasillo de servicio es más fresco que el de los salones, sin el perfume empalagoso ni las miradas inquisitivas. Camino por allí de regreso de la biblioteca, decidida a evitar los corredores principales, cuando escucho un golpe sordo seguido de un quejido.
—¿Todo bien? —pregunto, asomándome con cautela.
En un rincón, un joven mozo de cocina está recogiendo una bandeja caída. Tiene las mejillas enrojecidas y la mirada angustiada.
—Sí, señora… lady —corrige rápidamente, bajando la cabeza.
Me agacho a su lado sin pensarlo.
—Déjame ayudarte.
—No puede… usted no debe —balbucea, escandalizado.
—¿Qué me va a pasar? ¿Me convertiré en sapo si recojo una cuchara? —bromeo suavemente, y él ríe con nerviosismo.
Juntos volvemos a colocar los utensilios en la bandeja. Su torpeza me resulta familiar. Yo también me sentí así los primeros días: fuera de lugar, como si estorbara incluso al respirar.
—Gracias, lady Ela —dice en voz baja, mirándome a los ojos por primera vez—. Los otros no lo habrían hecho.
—Yo no soy como los otros —respondo con una sonrisa.
Se pone de pie y parece querer decir algo más, pero duda.
—¿Qué ocurre?
—Solo que… hay quienes piensan que usted es diferente. Que no se quedará mucho tiempo aquí. Pero… si me permite decirlo… yo espero que sí se quede.
Me toma por sorpresa. No por lo que dice, sino por la sinceridad con la que lo dice. En ese instante, me doy cuenta de algo: las lecciones, las reverencias, la etiqueta… todo eso es importante, sí, pero también lo es lo que construyo en silencio, lejos de los bailes y las miradas nobles.
—Yo también lo espero —digo, con voz firme—. Pero no depende solo de mí. Aunque… haré lo que esté en mis manos.
El chico asiente con una sonrisa tímida y se aleja con más confianza que antes.
Me quedo allí un momento, sola, mirando el pasillo. A veces, entre los mármoles y las coronas, olvidan que el palacio tiene un corazón que late entre pasillos ocultos, cocinas ruidosas y manos callosas.
Y si logro que ese corazón también me acepte… quizá no todo esté perdido.
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Editado: 09.05.2025