Ela "Casada con la realeza"

CAPÍTULO 16

LA VÍSPERA

ELA

El amanecer llega antes que yo despierte del todo. No hay descanso verdadero en esta cama, por más fina que sea la seda, por más suaves que sean las almohadas. La inquietud se me cuela en el cuerpo como una corriente helada.

Mañana me casaré.

Mañana dejaré atrás todo lo que fui.

Me levanto en silencio, sin esperar que la doncella toque a la puerta. Me he acostumbrado a moverme con cuidado, como una sombra en un lugar que aún no me pertenece.

En el tocador hay una nota escrita con una letra impecable:

"La reina desea verla en la sala de costura."

Me visto con rapidez, elijo un vestido sencillo, azul pálido, y recojo mi cabello en una trenza baja. En el reflejo del espejo, mis ojos no parecen asustados. Se ven firmes, incluso cansados, pero no rotos. Eso me da valor.

La sala de costura huele a lavanda, a hilos viejos y a silencio contenido. Hay varias damas ocupadas con telas y bordados, pero cuando entro, la reina detiene su labor y alza la vista.

—Lady Ela —dice sin emoción—. Acompáñeme.

Me guía hacia un salón más pequeño, donde una túnica blanca cuelga de un maniquí. Es el vestido de mi boda. No lleva perlas ni joyas, pero la tela es tan suave que parece moverse con el aire.

—No es tan ostentoso como el que usaría una princesa noble —dice—. Pero es apropiado para alguien como usted.

No sé si es una humillación o un cumplido. Tal vez ambas cosas. Aun así, asiento.

—Gracias, alteza. Es más de lo que hubiera soñado.

Ella me observa. Por un instante, no como reina, sino como madre. Una madre de un hijo que no desea esta unión.

—Mañana no solo te casarás con un príncipe, Ela. Te casarás con la corte. Con los cuchillos que se esconden tras las sonrisas. Con la soledad que viene del poder.

—Lo sé.

—¿Y aún así seguirás adelante?

—No tengo otra opción —respondo, con la voz firme.

La reina asiente con lentitud, luego se da la vuelta.

—La ceremonia será al mediodía. A las diez, la institutriz vendrá para vestirla. A las once, vendrán las damas del protocolo. Y a las doce, caminarás hacia un altar que muchos no creen que merezcas.

—Entonces tendré que demostrar que se equivocan.

Por un instante, creo que la reina sonreirá. Pero en vez de eso, solo dice:

—Que los dioses estén contigo.

Esa noche no puedo dormir.

Me escabullo hacia el balcón y dejo que el viento me acaricie la cara. Desde allí puedo ver parte del palacio iluminado, y un poco más allá, las torres de la iglesia donde mañana juraré lealtad a un hombre que apenas me tolera.

Pero no importa.

Porque cuando él me mire… cuando todos me miren…

No me verán temblar.

FREDERICK

Las paredes de mi habitación parecen más angostas esta noche.

Ni el vino, ni la música suave que se filtra desde el salón de los nobles, ni la compañía que antes habría buscado, logran acallar el malestar que se me instala bajo la piel como un veneno lento.

Mañana me casaré.

No por elección. No por deseo. Por obligación.

Y con una plebeya.

Cierro el libro que llevaba una hora fingiendo leer y me acerco al balcón. Desde aquí se ve parte del ala este del palacio, donde duerme ella. O donde, supongo, también está despierta, pensando en lo mismo.

No debería importarme.

Mi plan sigue en pie. Hacerle la vida imposible. Recordarle su lugar. Mostrarle que nada de esto es real. Que su cuento de princesa es solo eso: un espejismo que yo me encargaré de destruir.

Pero entonces recuerdo lo que escuché esta mañana.

Un sirviente murmurando que “la futura princesa” ayudó a limpiar el suelo. Que sonrió. Que no alzó la voz. Que agradeció.

Y algo en mí se desequilibró.

No es que me haya conmovido. No. Es que… me irrita no poder encasillarla. No reacciona como deberían hacerlo los demás. No se arrastra ni se defiende. Solo resiste.

¿Y qué hago yo con eso?

Golpeo el marco de piedra con la palma cerrada. El eco del golpe resuena como si el palacio se burlara de mí.

Gerad entra poco después, con su andar medido y la mirada siempre atenta.

—Todo está listo para mañana, su alteza. Los músicos, los invitados, las flores…

—Perfecto —digo, volviendo a servirme otra copa, aunque no tengo sed—. Que todo luzca impecable. Como una farsa bien representada.

—¿Desea instrucciones especiales para lady Ela?

Lo miro de reojo.

—Que no olvide su lugar. Que no crea que esto cambia quién es.

Gerad asiente, sin emoción. Está acostumbrado a mi veneno, pero incluso él sabe que esta vez algo es distinto.

Cuando se retira, dejo caer el peso de mi cuerpo en el sillón más cercano. Miro al fuego de la chimenea como si allí pudiera encontrar una respuesta.

¿Y si no puedo quebrarla?

¿Y si, en lugar de perder, ella logra ganar algo más que un título?

No sé qué me inquieta más: la idea de arrastrarla… o la posibilidad de que, sin darme cuenta, me arrastre con ella.

Cierro los ojos.

Mañana.

Mañana pondremos todas las cartas sobre la mesa.

Y no pienso perder.




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