Ela "Casada con la realeza"

CAPÍTULO 19

FIESTA DE MÁSCARAS

ELA

El salón del banquete resplandece con velas doradas, música suave y risas perfectamente calculadas. Nada es genuino. Cada gesto, cada palabra, cada mirada está medida para impresionar, manipular o juzgar. Es una fiesta… pero también una exhibición.

Y yo, la exhibición principal.

Todos me observan.

Desde sus asientos ornamentados, los nobles disimulan mal su curiosidad. Mujeres vestidas con telas de oro y hombres con medallas que cuelgan de sus pechos como galardones vacíos me escudriñan como si fuera una rareza traída del bosque.

Frederick camina a mi lado, imponente, impecable… e indiferente. Su brazo roza el mío solo por protocolo. No ha dicho una palabra desde que salimos del altar.

No necesito que lo haga.

Ya lo dijo todo con ese beso vacío.

Nos sentamos en la gran mesa central. A mi izquierda, Frederick. A mi derecha, la reina.

—Te ves… compuesta —dice ella al cabo de unos segundos, con un tono neutral.

—Gracias, su majestad —respondo con una pequeña inclinación de cabeza.

—Lo difícil empieza ahora —añade, sorbiendo su vino sin mirarme.

No necesito su simpatía. Solo su respeto.

Y sé que no lo ganaré con palabras vacías.

FREDERICK

Observo la copa de vino frente a mí mientras los platos empiezan a llegar. Primeros tiempos, pan, frutas exóticas, carnes condimentadas. Un derroche de riqueza que me resulta insípido.

Pero no dejo de escuchar.

Los nobles murmuran. Algunos se atreven a acercarse, con sonrisas tensas y cumplidos dirigidos a Ela.

—Lady Ela, ese vestido… resalta su naturaleza sencilla —comenta lady Armonne con veneno apenas disimulado.

Ela sonríe, con esa calma que me enferma y fascina al mismo tiempo.

—Le agradezco. Fue elegido para no opacar la fastuosidad del entorno.

Touché.

La dama palidece, sonriendo con los labios apenas abiertos.

Marcus se acerca por detrás de mí y se inclina.

—Su alteza, el duque de Feland desea brindar por los recién casados. ¿Le permitimos el turno?

Lo miro sin sonreír.

—Por supuesto. A todos les encanta el teatro.

ELA

El duque de Feland se levanta, copa en alto.

—A su alteza el príncipe Frederick y su encantadora esposa, la princesa Ela. Que este matrimonio, surgido de los designios del rey, prospere como ejemplo de unión entre el pueblo y la corona.

Su énfasis en el pueblo no pasa desapercibido.

Ríen. Algunos aplauden.

Yo no.

Frederick tampoco.

Cuando los murmullos vuelven a subir, él se inclina hacia mí sin dejar de mirar al frente.

—Vas aprendiendo a fingir bien —murmura.

—Y usted a resistirme sin pestañear —respondo.

Su copa se detiene a mitad de camino.

Me mira. Apenas un instante.

—Cuidado, princesa. No has ganado todavía.

—Ni usted me ha vencido.

FREDERICK

Las respuestas afiladas ya no me sorprenden. Lo que me desconcierta es que empiezo a esperarlas. A buscarlas.

El banquete continúa. La música cambia a una melodía más animada. Algunos nobles comienzan a bailar. Los criados sirven más vino. Todo es exceso. Todo es espectáculo.

Y en medio del espectáculo… ella.

Inquebrantable.

Pero no invulnerable.

Todavía puedo romperla.

Todavía quiero hacerlo.

¿O no?

ELA

Una dama tropieza “accidentalmente” cerca de mí, derramando vino sobre la manga de mi vestido.

—Oh, mil disculpas —dice con una sonrisa que no lo siente.

Antes de que pueda responder, una voz clara resuena desde la mesa principal:

—Lady Brésanne —dice la reina con tono seco—. Sospecho que el vino lo derramó más la envidia que el azar.

La mujer palidece, se disculpa de nuevo y se retira.

Mi mirada se cruza con la de la reina.

Por primera vez, no veo juicio. Ni simpatía. Solo… respeto contenido.

Cuando Frederick me ofrece su mano para abrir el primer baile, no me sorprende. Es deber del esposo. Y espectáculo para la corte.

Acepto sin una palabra.

Nuestros cuerpos giran bajo las notas del vals.

Él no sonríe. Yo tampoco.

Pero nuestros ojos no se apartan.

Un círculo de nobleza nos rodea, pero el verdadero duelo ocurre en ese contacto visual silencioso. El fuego y el hielo chocando sin permiso.

Cuando la música termina, él se inclina con una cortesía impecable.

—Ahora sí, princesa —susurra, rozando apenas mi oído—. Bienvenida a tu nueva vida.

Y por primera vez desde que llegué a este lugar, no sé si lo dijo como amenaza… o advertencia.




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