Elara arrastró el cuerpo inconsciente de Caelum hasta su cabaña, un refugio modesto construido al borde del bosque, lejos del corazón del territorio de las brujas. La adrenalina aún corría por sus venas mientras lanzaba miradas nerviosas a su alrededor, temiendo que alguna de las hermanas del círculo la estuviera siguiendo. Si la Alta Sacerdotisa descubría que había llevado a un hombre lobo a su hogar, la castigaría de formas que prefería no imaginar.
La cabaña era pequeña, apenas un espacio con una cama, una mesa de madera llena de libros polvorientos y frascos de ingredientes mágicos que colgaban de estantes improvisados. Las hierbas secas llenaban el aire con un aroma agridulce, pero en ese momento, la mezcla habitual de olores no podía enmascarar el cobre de la sangre que goteaba del costado de Caelum.
—Por todos los hechizos del mundo, ¿en qué estaba pensando? —murmuró Elara mientras lo arrastraba hacia la cama.
Caelum gruñó débilmente, pero no despertó. Su forma humana parecía mucho más vulnerable ahora que la luz del día empezaba a asomarse por el horizonte. Con la claridad del alba, Elara pudo ver mejor su rostro: mandíbula afilada, pómulos marcados y cicatrices que cruzaban su piel, testigos de batallas pasadas. Aunque aún había algo salvaje en él, no podía ignorar el cansancio que suavizaba sus facciones.
—Bien, Elara. Salvando a un hombre lobo. Esto no puede salir mal, ¿verdad? —se dijo a sí misma mientras buscaba vendas y pociones curativas en un baúl junto a la cama.
Con manos rápidas pero cuidadosas, limpió la sangre seca de su herida. La flecha que lo había atravesado había dejado un agujero profundo, pero algo más la inquietaba. Los bordes de la herida estaban ennegrecidos, como si la madera hubiera sido tratada con algún veneno.
—Estupendo. Porque curar heridas normales no era lo suficientemente complicado —murmuró, frunciendo el ceño.
Elara tomó un frasco pequeño lleno de un líquido verdoso y lo agitó antes de verter unas gotas sobre la herida. La reacción fue inmediata: Caelum se estremeció y abrió los ojos de golpe, mostrando sus iris dorados que brillaban incluso a la luz tenue de la cabaña.
—¿Qué demonios…? —gruñó, tratando de incorporarse, pero Elara lo empujó hacia abajo.
—¡Tranquilo! Si te mueves, la herida no se cerrará —ordenó con firmeza.
Caelum la observó, sus ojos entrecerrados mientras evaluaba su entorno. Había desconfianza en su mirada, pero también un destello de confusión.
—Eres una bruja —dijo finalmente, su tono más una acusación que una constatación.
Elara alzó una ceja.
—Muy perspicaz. ¿Te delató el hecho de que estoy curando tu herida o las pociones mágicas por toda la habitación?
Caelum soltó un gruñido bajo, que bien podría haber sido un intento de risa o simplemente un reflejo de su dolor.
—¿Por qué me ayudas? —preguntó, sus ojos clavados en los suyos.
Elara se detuvo por un momento, la pregunta haciendo eco en su mente. No tenía una respuesta sencilla. Tal vez había sido un acto impulsivo, o tal vez se había sentido atraída por la chispa de humanidad en él, esa chispa que desmentía las historias de hombres lobo como bestias despiadadas.
—Porque estabas muriendo. ¿Eso es suficiente por ahora? —respondió finalmente mientras colocaba un paño limpio sobre la herida.
Caelum pareció considerar su respuesta antes de dejar caer la cabeza contra la almohada.
—Esto no terminará bien para ti —dijo, su voz apenas un murmullo.
—Eso ya lo sé —respondió Elara, rodando los ojos. Luego añadió, con un toque de sarcasmo:— Pero gracias por el recordatorio.
El silencio se instaló entre ellos por un momento. Elara terminó de vendar su herida y se sentó en la silla junto a la cama, observándolo mientras respiraba profundamente, como si cada inhalación fuera un esfuerzo monumental.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó finalmente.
Caelum cerró los ojos, como si el simple acto de recordar fuera agotador.
—Cazadores —respondió. Luego abrió los ojos y añadió:— Y no pararán hasta terminar el trabajo.
Elara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía de los cazadores, claro, pero rara vez se aventuraban tan lejos en territorio del bosque. Si habían seguido a Caelum hasta aquí, significaba que estaban desesperados. Y eso solo podía significar problemas para ella y para el resto del Círculo.
—Bueno, mientras estés aquí, intentaré que no te encuentren —dijo, aunque no sonaba del todo convencida.
—¿Y qué obtienes tú a cambio? —preguntó Caelum, su tono lleno de sospecha.
Elara lo miró, sorprendida.
—¿A cambio? ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Nadie hace nada por nada —replicó Caelum, con un destello de amargura en su voz.
Elara suspiró, cruzando los brazos.
—Pues tal vez soy la excepción. O tal vez simplemente me meto en problemas porque no sé cuándo quedarme callada y seguir las reglas.
Caelum la miró durante un largo momento, como si intentara decidir si podía confiar en ella. Finalmente, cerró los ojos de nuevo, dejando escapar un suspiro bajo.
—Eres rara, bruja.
Elara no pudo evitar sonreír un poco.
—Y tú eres un lobo testarudo. Supongo que estamos a mano.
Aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que sus problemas apenas estaban comenzando. La llegada de Caelum había alterado su vida en cuestión de horas, y no podía evitar la sensación de que ese extraño con ojos dorados iba a complicarlo todo mucho más.
Pero, por alguna razón que no lograba entender, no podía encontrar en su corazón el deseo de echarlo fuera.