El aire dentro del círculo ceremonial era sofocante. A pesar de que el claro estaba al aire libre, parecía que las palabras de la Alta Sacerdotisa podían cargar el ambiente con una tensión casi palpable. Las llamas del fuego central chisporroteaban de forma irregular, como si sintieran la incomodidad de las brujas reunidas alrededor.
Elara estaba de pie en el centro del círculo, con la mirada fija en el suelo. Aunque sabía que su decisión de salvar a Caelum la había metido en problemas, no estaba preparada para el nivel de furia que veía en los ojos de sus hermanas.
—¿Un hombre lobo, Elara? —preguntó la Alta Sacerdotisa, con un tono que hacía parecer que la palabra "hombre lobo" fuera una maldición.
La mujer, alta y de rostro severo, llevaba una túnica negra con bordados plateados que parecían brillar con la luz de la luna. Su cabello blanco estaba recogido en un elaborado moño, y sus ojos grises parecían atravesar a Elara como dagas.
—No podía dejarlo morir —respondió Elara, tratando de mantener la calma.
—¿Y desde cuándo nuestras prioridades incluyen salvar a criaturas que han sido enemigas de las brujas durante siglos? —replicó la Alta Sacerdotisa, con las cejas alzadas.
Un murmullo de aprobación recorrió el círculo. Las demás brujas, todas con túnicas similares, intercambiaban miradas que oscilaban entre la incredulidad y el desprecio.
—No creo que sea nuestro enemigo —dijo Elara, levantando la vista. Aunque su voz temblaba, había una determinación en su tono que no podía ignorarse.
La Alta Sacerdotisa rió, pero fue un sonido frío, carente de humor.
—¿Y tú, una aprendiz, crees tener la sabiduría suficiente para decidir quién es nuestro enemigo? —La mujer dio un paso hacia adelante, su figura proyectando una sombra que parecía envolver a Elara.
—No tiene sentido hablar de sabiduría cuando dejamos que alguien muera sin motivo —respondió Elara, sorprendida de su propio atrevimiento.
El murmullo se detuvo. Ahora todas las miradas estaban sobre ella, algunas cargadas de sorpresa, otras de abierta hostilidad.
—La compasión no tiene lugar en la guerra, niña —sentenció la Alta Sacerdotisa, acercándose aún más. Sus ojos parecían más grises que nunca, como una tormenta a punto de desatarse—. Y si te dejas guiar por tus emociones, no solo pondrás en peligro tu vida, sino también la nuestra.
Elara apretó los puños, sintiendo cómo la rabia comenzaba a arder en su interior.
—No lo entiendo. Siempre nos han enseñado que la magia debe usarse para proteger, para sanar. ¿Por qué él es la excepción?
El círculo quedó en silencio. Por un momento, Elara pensó que había logrado plantar una semilla de duda, pero entonces la Alta Sacerdotisa suspiró, como si estuviera tratando con una niña obstinada.
—Porque los hombres lobo no son como nosotras. No son protectores. No son aliados. Son bestias que actúan por instinto, guiadas por la violencia. Y tú, Elara, has traído esa violencia a nuestras puertas.
Elara abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, una bruja más joven, quizás solo unos años mayor que ella, levantó la mano.
—¿Qué propones que hagamos con ella, Sacerdotisa? —preguntó, su tono más neutral que el del resto.
La Alta Sacerdotisa sonrió, pero no era una sonrisa amable.
—Por ahora, Elara será confinada a su cabaña. No podrá participar en rituales ni en reuniones del círculo hasta que demuestre que comprende las consecuencias de sus actos. —Hizo una pausa, sus ojos fijos en Elara—. Y espero, por su propio bien, que recapacite antes de que esta situación empeore.
Elara sintió que el suelo se hundía bajo sus pies, pero no dejó que su rostro mostrara debilidad. Asintió lentamente, sin apartar la mirada de la Alta Sacerdotisa.
—Entendido —dijo, con un tono que no dejaba claro si estaba aceptando el castigo o simplemente fingía hacerlo.
La Alta Sacerdotisa se volvió hacia el resto de las brujas.
—Esto será todo por ahora. Pero manténganse vigilantes. No podemos permitir que la presencia de ese hombre lobo traiga problemas al círculo.
Con esas palabras, las demás brujas comenzaron a dispersarse, dejando a Elara sola en el centro del claro. Solo cuando todas desaparecieron en la espesura del bosque, dejó escapar el aliento que no sabía que había estado conteniendo.
Mientras regresaba a su cabaña, su mente era un torbellino de emociones. Sabía que había tomado la decisión correcta al salvar a Caelum, pero también sabía que la Alta Sacerdotisa no la dejaría salirse con la suya tan fácilmente.
Al llegar, abrió la puerta con cuidado y se encontró con Caelum sentado en la cama, observándola con una expresión mitad curiosa, mitad burlona.
—Déjame adivinar —dijo él, inclinando ligeramente la cabeza—. Las brujas no están muy felices conmigo.
Elara lo miró fijamente, con el rostro lleno de cansancio.
—¿Cómo lo sabes?
Caelum sonrió, mostrando apenas los colmillos.
—Llamémoslo instinto.
Elara suspiró, dejándose caer en la silla junto a la cama.
—No tienes idea de lo que me costará mantenerte a salvo.
—No pedí que lo hicieras —respondió él, encogiéndose de hombros.
Elara alzó una ceja, mirándolo con incredulidad.
—Claro, porque en realidad preferías quedarte desangrándote en el bosque, ¿verdad?
Caelum rió entre dientes, un sonido bajo y ronco.
—Supongo que tienes un punto.
Elara rodó los ojos y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas.
—Mira, no sé por qué lo hice. Quizás porque odio ver a alguien morir sin luchar. Pero ya es tarde para arrepentimientos. Estás aquí, y eso significa que ahora ambos tenemos problemas.
Caelum la miró, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente.
—Entonces será mejor que encontremos una forma de enfrentarlos juntos, ¿no crees?
Elara lo miró, sorprendida por la sinceridad de sus palabras. Por primera vez desde que lo había encontrado, sintió que quizás no estaba tan sola como pensaba.