Elara apretó los labios mientras ajustaba la capucha de su capa, asegurándose de que cubriera su cabello por completo. El pequeño mercado mágico en el corazón del bosque siempre había sido un lugar bullicioso, lleno de brujas, hechiceros y otras criaturas mágicas que comerciaban ingredientes raros y artefactos encantados. Sin embargo, ese día, cada paso que daba se sentía más pesado, como si cada mirada a su alrededor pudiera descubrir su secreto.
Detrás de ella, Caelum caminaba con una torpeza disfrazada de seguridad. Vestía una capa vieja que había encontrado en la cabaña de Elara, pero el tamaño de su cuerpo y la forma en que sus hombros sobresalían hacían que pareciera que la prenda podría desgarrarse en cualquier momento. Su cabello oscuro, despeinado y todavía algo salvaje, estaba oculto bajo la capucha, pero sus ojos dorados seguían llamando la atención.
—¿Puedes al menos tratar de no parecer tan... tú? —susurró Elara, mirando de reojo hacia él.
Caelum le devolvió una mirada burlona.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que no hagas nada raro. No gruñas, no muestres los colmillos y, por favor, no amenaces a nadie.
Caelum se encogió de hombros.
—No puedo prometer nada. Si alguien me provoca...
Elara se detuvo en seco, girándose para fulminarlo con la mirada.
—No. Amenazas. ¿Entendido?
Caelum alzó las manos en un gesto de rendición, aunque la sonrisa juguetona en su rostro decía que estaba disfrutando mucho más de lo que debería.
—Entendido, jefa.
Elara suspiró y reanudó su camino, deseando que las cosas fueran menos complicadas. Había accedido a traer a Caelum al mercado por dos razones: necesitaba ingredientes para tratar el veneno que aún afectaba su herida y, en el fondo, sabía que mantenerlo escondido en la cabaña no era una solución sostenible.
El mercado estaba lleno de vida. Puestos de madera y piedra estaban decorados con flores mágicas que cambiaban de color, frascos brillantes con pociones burbujeantes y pergaminos con runas que se movían como si estuvieran vivas. Los comerciantes gritaban ofertas, y un grupo de hadas diminutas revoloteaba alrededor de un puesto que vendía miel encantada.
Elara se abrió paso con rapidez, tratando de pasar desapercibida. Caelum, sin embargo, parecía estar disfrutando del caos, sus ojos observándolo todo con una mezcla de curiosidad y diversión.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando un puesto donde un goblin vendía patas de sapo que parecían moverse por sí solas.
—Nada que necesitemos —respondió Elara, agarrándolo del brazo antes de que pudiera acercarse.
—¿Y eso? —preguntó de nuevo, ahora señalando una jaula con una criatura parecida a un pequeño dragón que lanzaba chispas por la nariz.
—Definitivamente no.
—Eres una aguafiestas —murmuró Caelum, aunque no intentó soltarse.
Finalmente, llegaron al puesto que Elara buscaba. Una bruja anciana, con el rostro cubierto de arrugas y ojos como carbones encendidos, los recibió con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Ah, Elara. Siempre es un placer verte —dijo, aunque su tono implicaba lo contrario.
—Necesito raíz de mandrágora y polvo de escama lunar —dijo Elara, ignorando el sarcasmo en la voz de la anciana.
La bruja alzó una ceja.
—Esos son ingredientes caros. ¿Para qué los necesitas?
—Eso no es asunto tuyo. ¿Tienes lo que pedí o no? —Elara cruzó los brazos, intentando parecer más segura de lo que se sentía.
La anciana la miró fijamente durante un largo momento antes de girarse para buscar los ingredientes.
Mientras tanto, Caelum se inclinó hacia Elara.
—¿Siempre son tan agradables contigo? —susurró.
—Cállate —respondió Elara, aunque no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.
Cuando la bruja regresó, colocó un pequeño paquete envuelto en papel sobre el mostrador.
—Aquí está. Pero será caro.
Elara sacó una pequeña bolsa de monedas y la dejó caer sobre el mostrador. La bruja revisó el contenido con lentitud exasperante antes de asentir.
—Buena suerte con lo que sea que estés haciendo —dijo, con una sonrisa que hizo que a Elara se le erizara la piel.
Tomando los ingredientes, Elara se giró para marcharse, pero en ese momento, un grito llamó la atención de todos en el mercado.
—¡Hombre lobo!
Elara sintió que su estómago se hundía. Giró la cabeza lentamente y vio a un comerciante señalando directamente a Caelum, cuyo capucha se había deslizado hacia atrás lo suficiente como para revelar sus ojos dorados.
—Genial —murmuró Caelum, volviéndose hacia Elara—. ¿Puedo gruñir ahora?
—¡Corre! —gritó Elara, agarrándolo del brazo y tirando de él mientras el mercado explotaba en caos.
Comerciantes y clientes gritaban mientras algunos intentaban bloquear su camino. Elara lanzó un hechizo rápido, haciendo que una cortina de humo cubriera el área, y ambos corrieron hacia el bosque mientras los gritos y maldiciones se desvanecían detrás de ellos.
Cuando finalmente llegaron a una distancia segura, ambos se detuvieron, jadeando por el esfuerzo.
—Te dije que no llamaras la atención —dijo Elara, doblándose sobre sus rodillas mientras intentaba recuperar el aliento.
—No fue mi culpa —respondió Caelum, apoyándose contra un árbol—. Tú eres la que me trajo a ese lugar lleno de paranoicos.
Elara lo fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera responder, Caelum soltó una carcajada.
—¿Sabes? Fue divertido. Deberíamos hacerlo más seguido.
Elara suspiró, llevándose una mano a la frente.
—Eres imposible.
Caelum sonrió, mostrando sus colmillos de forma descarada.
—Y tú lo sabes.
Aunque Elara estaba segura de que quería matarlo en ese momento, no pudo evitar reírse también.
Pero mientras se dirigían de vuelta a la cabaña, su mente estaba llena de preocupación. Habían llamado demasiado la atención, y eso solo significaba una cosa: los problemas estaban lejos de terminar.