La noche se había asentado sobre el bosque, envolviendo la cabaña de Elara en una tranquilidad que parecía casi antinatural después del caos del día. Elara estaba sentada frente a la chimenea, con una taza de té de hierbas en las manos. El aroma calmante de la manzanilla llenaba la habitación, pero no hacía mucho por aliviar la tensión que se arremolinaba en su mente.
Caelum, mientras tanto, estaba sentado al otro lado de la habitación, afilando una daga que había encontrado en uno de los cajones de la cabaña. La luz del fuego jugaba en sus facciones, dándole un aire casi melancólico, aunque su constante sonrisa burlona no había desaparecido del todo.
—¿Siempre vives así? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.
Elara alzó la vista de su taza, arqueando una ceja.
—¿Así cómo?
Caelum hizo un gesto con la mano, señalando la cabaña y el bosque más allá de las ventanas.
—Escondida. Alejada del resto del mundo.
Elara rodó los ojos.
—No estoy escondida. Simplemente prefiero la tranquilidad.
—¿Tranquilidad? —repitió Caelum con una risa baja—. Llevas días cuidando a un hombre lobo que claramente atrae problemas dondequiera que va. No parece muy tranquilo para mí.
—Quizás no lo era hasta que apareciste tú —replicó ella, lanzándole una mirada de reproche antes de dar otro sorbo a su té.
Caelum se encogió de hombros, como si estuviera de acuerdo.
—Tienes razón. Pero admito que le das un buen toque a esta pequeña aventura.
Elara dejó su taza en la mesa con más fuerza de la necesaria.
—Esto no es una aventura, Caelum. Es una pesadilla. Entre los cazadores, las brujas que me vigilan y los problemas que pareces traer contigo, no sé cuánto tiempo más podré mantener esto bajo control.
Caelum dejó de afilar la daga y la miró con una expresión más seria de lo habitual.
—Si quieres que me vaya, solo dilo.
La idea la golpeó más fuerte de lo que esperaba. La cabaña, que siempre había sido su refugio solitario, se sentía extrañamente vacía cuando consideró la posibilidad de que Caelum no estuviera allí.
—No estoy diciendo eso —dijo finalmente, desviando la mirada—. Lo que digo es que necesitamos un plan. Algo para mantenernos a salvo mientras... mientras descubrimos cómo salir de esto.
Caelum ladeó la cabeza, como si estuviera evaluándola.
—¿Un plan, eh? Bueno, eso suena razonable. ¿Qué tienes en mente?
Elara se pasó una mano por el cabello, suspirando.
—Necesitamos un pacto. Algo que nos mantenga conectados, mágicamente. Si hacemos esto bien, podré rastrearte si algo sale mal y, a la vez, protegerte de los hechizos de las otras brujas.
Caelum frunció el ceño.
—¿Un pacto mágico? ¿Eso no es algo... complicado?
—Es complicado, pero necesario —respondió Elara, levantándose para buscar un libro en su estante. Lo abrió en una página marcada con runas complejas—. Este tipo de magia vincula nuestras energías. Nos permitirá compartir fuerza si es necesario, pero también significa que estaremos... conectados.
Caelum alzó una ceja, divertido.
—¿Conectados cómo?
Elara lo miró con una mezcla de irritación y vergüenza.
—Significa que, en cierto nivel, sentirás lo que yo siento. Y yo sentiré lo que tú sientes.
Caelum apoyó la daga sobre la mesa y cruzó los brazos, claramente disfrutando de la incomodidad de Elara.
—¿Así que si tú estás enojada, yo lo sabré?
—Exacto.
—¿Y si estás... no sé, feliz?
Elara lo fulminó con la mirada.
—Sí, también.
Caelum se rió entre dientes, inclinándose hacia ella.
—¿Y si estás... pensando en mí?
Elara se ruborizó y apartó la mirada.
—Dudo que eso ocurra.
—Oh, estoy seguro de que lo harás —respondió Caelum con una sonrisa descarada.
Elara ignoró su comentario y señaló el libro.
—Esto no es un juego, Caelum. Si aceptamos este pacto, será por supervivencia, no por otra cosa.
Caelum la miró fijamente por un momento, su sonrisa desapareciendo lentamente.
—Entendido. ¿Qué tengo que hacer?
Elara asintió, aliviada de que se tomara el asunto en serio, al menos por el momento.
—Necesito que te sientes frente a mí. Esto requerirá un círculo de energía, y ambos tendremos que recitar el conjuro al mismo tiempo.
Caelum obedeció, sentándose frente a ella junto al fuego. Elara dibujó un círculo en el suelo con tiza, escribiendo runas en los bordes mientras murmuraba palabras en un idioma antiguo. Una vez que estuvo lista, se arrodilló frente a él, colocando una pequeña daga en el centro del círculo.
—Ambos necesitamos ofrecer algo de nuestra sangre para sellar el pacto —explicó.
Caelum tomó la daga sin dudarlo, haciendo un pequeño corte en la palma de su mano antes de devolverle la hoja. Elara hizo lo mismo, dejando que una gota de sangre cayera en el centro del círculo.
—Ahora repite después de mí —dijo, comenzando a recitar las palabras del hechizo.
Caelum siguió su ejemplo, aunque su pronunciación era un poco torpe. Mientras las palabras llenaban el aire, el círculo comenzó a brillar con una luz dorada que los envolvió a ambos. Elara sintió un calor extraño en su pecho, como si algo estuviera cambiando dentro de ella.
Cuando el hechizo terminó, la luz desapareció, dejando solo el crepitar del fuego como sonido de fondo.
Caelum miró su mano, donde el corte ya había desaparecido.
—¿Eso es todo? —preguntó.
Elara asintió, sintiendo una extraña conexión con él, como un hilo invisible que unía sus energías.
—Eso es todo. Ahora, si algo te pasa, lo sabré. Y si algo me pasa a mí... tú lo sabrás.
Caelum sonrió, aunque había un toque de seriedad en su expresión.
—Bueno, bruja. Parece que estamos oficialmente atados el uno al otro.
Elara suspiró, frotándose las sienes.
—Esto no significa que vayamos a ser amigos.
—Por supuesto que no —respondió Caelum, aunque la sonrisa en su rostro decía lo contrario—. Solo compañeros en esta pequeña locura.