La primera luz del amanecer se colaba a través de las ventanas de la cabaña, proyectando sombras alargadas en el suelo de madera. Elara terminaba de guardar algunos frascos de pociones en su bolsa, mientras Caelum la observaba desde la mesa. Su rostro, aunque más relajado que en días anteriores, aún reflejaba una mezcla de cansancio y desconfianza.
—¿Por qué tengo la sensación de que esto no va a ser divertido? —preguntó Caelum, con las piernas estiradas y los brazos cruzados detrás de la cabeza.
—Porque no lo será —respondió Elara, sin siquiera mirarlo—. Pero si quieres seguir con vida, tendrás que cooperar.
Caelum soltó un suspiro dramático, como si estuviera considerando todas las malas decisiones que lo habían llevado hasta ese momento.
—Entonces explícame otra vez, bruja, ¿por qué estamos haciendo esto?
Elara finalmente se giró hacia él, ajustándose la capa.
—Porque necesito practicar el vínculo del pacto. Es magia avanzada, y no podemos permitirnos errores si nos enfrentamos a los cazadores o… a algo peor. Además, esto también te servirá.
Caelum levantó una ceja, intrigado.
—¿A mí?
—Sí, porque aprenderás a trabajar conmigo en lugar de ser una distracción constante —dijo ella, lanzándole una mirada que podría haber derretido hierro.
—Tú lo llamas distracción. Yo lo llamo carisma natural.
Elara lo ignoró y tomó su bolsa.
—Vamos. Cuanto más rápido empecemos, más rápido terminará.
Caelum se levantó con una sonrisa burlona y la siguió fuera de la cabaña. El bosque estaba tranquilo, salvo por el suave canto de los pájaros y el crujir de las hojas bajo sus pies. A pesar de la paz superficial, Elara no podía evitar mirar a su alrededor, esperando que algo saltara de entre los árboles en cualquier momento.
—¿Qué estamos buscando exactamente? —preguntó Caelum, rompiendo el silencio.
—Nada en particular. Quiero que practiquemos sincronizar nuestras energías mágicas, y para eso necesitamos un objetivo. Algo pequeño, algo que no nos mate si fallamos.
Caelum se detuvo y olfateó el aire, como si estuviera rastreando algo.
—Bueno, tengo buenas noticias. Hay algo pequeño, pero probablemente irritante, no muy lejos de aquí.
Elara lo miró con sospecha.
—¿Cómo lo sabes?
Caelum señaló sus orejas con un gesto casual.
—Ventajas de ser un hombre lobo. Mi olfato y oído son mejores que los tuyos.
Elara puso los ojos en blanco, pero decidió seguirlo. Después de unos minutos caminando, llegaron a un claro donde un grupo de pequeños espíritus del bosque flotaba alrededor de un tronco caído. Las criaturas eran traslúcidas y emitían un brillo tenue, como luciérnagas gigantes con caras traviesas.
—Los espíritus del bosque no suelen causar problemas si los dejas tranquilos —murmuró Elara, observándolos.
—¿Y si no los dejamos tranquilos? —preguntó Caelum, con una sonrisa que prometía problemas.
Antes de que Elara pudiera detenerlo, Caelum dio un paso hacia el tronco. Los espíritus se giraron hacia él al unísono, sus ojos brillando con una intensidad que no era del todo amistosa.
—¡No seas idiota! —susurró Elara, agarrándolo del brazo—. ¡Son territoriales!
—Lo sé. Por eso serán un buen objetivo para practicar —respondió Caelum, con un tono tan despreocupado que hizo que Elara quisiera golpearlo.
Uno de los espíritus soltó un chillido agudo, y los demás lo imitaron, rodeando a Caelum y a Elara en un círculo de luz pulsante.
—Genial. Ahora los has enfadado —dijo Elara, preparando un hechizo en caso de que las cosas se salieran de control.
—Vamos, bruja. Este es tu momento de brillar. Usa el pacto —dijo Caelum, con una sonrisa confiada.
Elara respiró hondo, cerrando los ojos para concentrarse. Extendió una mano hacia Caelum, sintiendo el vínculo mágico que los unía. La energía de Caelum era cálida y salvaje, como una llama que amenazaba con descontrolarse en cualquier momento. Pero a través del pacto, podía canalizarla, equilibrarla con la suya propia.
—Concéntrate —le ordenó—. Necesitamos dirigir nuestra energía hacia ellos al mismo tiempo.
Caelum frunció el ceño, pero obedeció, cerrando los ojos y dejando que Elara guiara el proceso. Ambos levantaron las manos, y una corriente de energía comenzó a fluir entre ellos, creciendo hasta formar un arco dorado que se extendió hacia los espíritus.
Los pequeños seres flotaron hacia atrás, sorprendidos por el ataque coordinado. Aunque no parecía haberles hecho daño, el impacto los dispersó, enviándolos a esconderse entre los árboles.
Elara dejó caer las manos, respirando profundamente mientras el vínculo se desvanecía.
—¿Eso fue todo? —preguntó Caelum, abriendo los ojos y mirando a su alrededor.
—Sí. Funcionó… más o menos —respondió Elara, con una mezcla de alivio y cansancio.
—¿Más o menos? —repitió Caelum, con una ceja levantada.
—Sí. Porque en lugar de controlar la energía, parecía que querías aplastar todo a tu alrededor —replicó Elara, fulminándolo con la mirada—. Necesitas aprender a moderarte.
Caelum se cruzó de brazos, sonriendo.
—Lo hicimos bien para ser la primera vez. Tal vez deberías admitir que soy un compañero bastante impresionante.
—Cuando lo seas, lo admitiré —respondió Elara, recogiendo su bolsa del suelo—. Ahora, volvamos a la cabaña antes de que algo más aparezca.
Mientras regresaban, Caelum no podía evitar sentirse extrañamente satisfecho. Aunque no lo diría en voz alta, la sensación del vínculo, trabajar con Elara, no había sido tan mala como esperaba.
Por su parte, Elara estaba preocupada. Había visto el potencial del pacto, pero también el peligro. Si no aprendían a sincronizarse mejor, cualquier enfrentamiento real podría terminar en desastre.
Sin embargo, había algo que no podía negar: por primera vez en mucho tiempo, no se sentía completamente sola.