El cielo nocturno estaba teñido de un rojo profundo, un fenómeno que las brujas llamaban la Luna de Sangre. Era una noche en la que la magia era más poderosa, pero también más inestable. Para Elara, la presencia de la luna la hacía sentirse inquieta, como si algo estuviera a punto de romperse. Para Caelum, sin embargo, era una amenaza mucho más tangible.
—¿Siempre se siente así? —preguntó él, sentado en el suelo junto a la chimenea. Su respiración era irregular, y un brillo extraño iluminaba sus ojos dorados.
Elara lo observó desde la mesa, donde estaba preparando un hechizo de contención. Había estado leyendo sobre la influencia de la Luna de Sangre en los hombres lobo, y las palabras "pérdida de control" aparecían con demasiada frecuencia para su gusto.
—No lo sé. Nunca he estado cerca de un hombre lobo en una Luna de Sangre —respondió ella, manteniendo su tono neutral.
Caelum soltó una risa amarga.
—Bueno, prepárate para una experiencia inolvidable.
Elara dejó el frasco que tenía en las manos y se acercó a él con cautela. Caelum estaba sudando, sus músculos tensos como si estuviera luchando contra algo que no podía controlar.
—Escucha, no sé exactamente qué va a pasar, pero necesito que confíes en mí —dijo, arrodillándose frente a él.
Caelum la miró, su mandíbula apretada.
—No es cuestión de confianza, bruja. Es cuestión de si puedes detenerme cuando pierda el control.
Elara sintió un escalofrío, pero no dejó que el miedo se reflejara en su rostro.
—Por eso estoy preparando un hechizo. Si las cosas se salen de control, podré contenerte.
Caelum soltó un gruñido bajo, pero no respondió. Cerró los ojos, inclinando la cabeza hacia atrás mientras su respiración se volvía más pesada.
Elara regresó rápidamente a la mesa, recogiendo el frasco con el hechizo de contención. Era un líquido espeso de color azul oscuro, diseñado para formar una barrera mágica alrededor de quien la bebiera. Pero no había garantías de que funcionara en un hombre lobo bajo la influencia de la Luna de Sangre.
Cuando volvió a girarse, Caelum ya no estaba sentado.
—¿Caelum? —preguntó, con el corazón latiéndole con fuerza.
Un movimiento en la sombra de la cabaña llamó su atención. Caelum estaba de pie junto a la puerta, su espalda inclinada y sus manos temblando. La piel de su rostro parecía más tirante, y sus colmillos asomaban por debajo de sus labios.
—Necesito salir —gruñó, sin mirarla.
—No puedes salir. Si lo haces, podrías herir a alguien… o a ti mismo —dijo Elara, dando un paso hacia él.
—Si me quedo aquí, te heriré a ti —respondió él, con un tono áspero.
—Confía en el hechizo. Confía en mí —insistió ella, mostrándole el frasco.
Caelum giró lentamente la cabeza para mirarla. Sus ojos brillaban con un dorado intenso, pero aún había algo humano en ellos. Algo que la hizo creer que no todo estaba perdido.
—Elara… —comenzó, pero entonces su cuerpo se convulsionó, y cayó de rodillas al suelo, dejando escapar un aullido desgarrador que hizo que se le erizara la piel.
Elara corrió hacia él, derramando un poco del líquido del frasco en el suelo mientras lo hacía.
—¡Bébelo! —le ordenó, arrodillándose junto a él y colocando el frasco frente a sus labios.
Caelum gruñó, apartando la cabeza.
—¡No puedo!
—¡Sí puedes! —gritó Elara, agarrándolo por los hombros y obligándolo a mirarla—. ¡Luchaste contra esto antes y puedes hacerlo otra vez!
Caelum respiró entrecortadamente, como si estuviera al borde de una decisión crucial. Finalmente, con un esfuerzo visible, tomó el frasco de sus manos y bebió el contenido de un solo trago.
Elara retrocedió, observando con el corazón en un puño mientras la magia del hechizo comenzaba a hacer efecto. Una luz azul envolvió a Caelum, formando una especie de jaula etérea a su alrededor. Sus gruñidos se hicieron más fuertes, pero sus movimientos se ralentizaron, como si estuviera atrapado en un campo de fuerza invisible.
—Elara… —gruñó nuevamente, su voz mezclada con algo más profundo y salvaje—. Esto no… es suficiente.
Elara sintió un nudo en el estómago. Sabía que el hechizo era solo una medida temporal, y si no podía estabilizarlo, todo se iría al traste.
Cerrando los ojos, extendió las manos y murmuró un conjuro que conectaba el vínculo del pacto. Sintió la energía salvaje de Caelum arremolinarse en su interior, intentando desbordarla, pero se concentró en estabilizarla, en equilibrarla con su propia magia.
—¡Calma, Caelum! ¡Lucha contra esto! —gritó, mientras el vínculo vibraba como una cuerda tensada a punto de romperse.
Caelum dejó escapar un último gruñido antes de caer al suelo, su cuerpo relajándose mientras la luz azul se desvanecía. Elara se desplomó junto a él, jadeando.
Por un momento, el único sonido en la cabaña fue el de sus respiraciones entrecortadas.
—¿Lo… lograste? —preguntó Caelum, su voz ronca pero humana.
Elara lo miró, exhausta pero aliviada.
—Lo logramos.
Caelum dejó escapar una risa débil.
—¿Ves? Sabía que podías hacerlo.
Elara negó con la cabeza, sonriendo ligeramente.
—Eres un idiota. Pero sí… creo que podemos hacerlo.
Mientras ambos recuperaban el aliento, Elara no pudo evitar sentir que habían cruzado una línea invisible. La Luna de Sangre los había puesto a prueba, pero también había fortalecido el vínculo que compartían.
Y aunque aún quedaban muchas batallas por delante, esa noche supo que no estaba sola.