La noche siguiente a la Luna de Sangre trajo consigo un silencio inusual al bosque. Incluso las criaturas nocturnas parecían guardar respeto por lo que había ocurrido la noche anterior, dejando a Elara y Caelum un respiro momentáneo. El aire era fresco y cargado con el aroma de tierra húmeda, y las estrellas brillaban como pequeños faroles en un cielo despejado.
Caelum se apoyaba contra un árbol cerca de la cabaña, sus brazos cruzados y su postura relajada, aunque sus ojos seguían escaneando el área con atención. La experiencia de la Luna de Sangre aún pesaba sobre él, pero no lo admitiría en voz alta. Por su parte, Elara había pasado la tarde revisando los libros de hechizos y reorganizando los ingredientes mágicos, buscando alguna forma de prevenir que algo así volviera a ocurrir.
Finalmente, después de horas en las que apenas habían intercambiado palabras, fue Caelum quien rompió el silencio.
—Esto es raro —dijo, mirando hacia el claro que se extendía delante de la cabaña.
Elara levantó la vista de su libro, arqueando una ceja.
—¿Qué cosa?
—Todo. El silencio, la calma… tú sin gritarme por algo.
Elara suspiró y cerró el libro, dejándolo sobre la mesa antes de salir al porche de la cabaña.
—Tal vez porque, por una vez, no has hecho nada que merezca ser gritado.
Caelum dejó escapar una risa baja y se giró hacia ella, con una sonrisa que mostraba más colmillos de los necesarios.
—Eso suena como un reto, bruja.
—No es un reto, es un hecho —respondió Elara, cruzándose de brazos. Pero su tono, aunque seco, tenía un toque de diversión.
Caelum la observó por un momento, inclinando la cabeza como si estuviera evaluándola. Finalmente, extendió una mano hacia ella.
—Ven conmigo.
Elara lo miró con desconfianza, sin moverse.
—¿Qué estás tramando ahora?
—Nada. Solo confía en mí esta vez.
Elara soltó un suspiro, pero tomó su mano con cautela.
—Si esto resulta ser otra de tus bromas, juro que te convertiré en un sapo.
—Lo tendré en cuenta —dijo Caelum con una sonrisa mientras la guiaba hacia el claro.
El suelo del claro estaba cubierto de hierba suave que brillaba débilmente bajo la luz de las estrellas. Los árboles alrededor formaban un círculo natural, y en el centro, las luciérnagas revoloteaban, creando un espectáculo de luces que parecía casi mágico.
Caelum soltó la mano de Elara y se giró hacia ella, inclinándose ligeramente en una exagerada reverencia.
—¿Puedo tener este baile, mi señora?
Elara lo miró, completamente desconcertada.
—¿Qué?
—Un baile. Solo nosotros dos. Vamos, no puedes decir que este lugar no lo pide a gritos —dijo, señalando el claro con un gesto amplio.
Elara parpadeó, sin saber cómo responder.
—¿Por qué quieres bailar?
Caelum se encogió de hombros, con una sonrisa despreocupada.
—Porque anoche casi pierdo el control, y tú me salvaste. Creo que merecemos un momento para olvidarnos de todo.
Por un instante, Elara quiso decir que no, que era una idea ridícula, que había cosas más importantes que hacer. Pero algo en la forma en que la miraba, con esa mezcla de desafío y sinceridad, la hizo dudar.
Finalmente, suspiró y dio un paso hacia él.
—De acuerdo. Pero solo esta vez.
Caelum sonrió, colocando una mano en su cintura y tomando su mano con la otra.
—Te lo prometo. Una vez será suficiente.
Elara no pudo evitar rodar los ojos, pero dejó que la guiara. Aunque no había música, el suave zumbido de las luciérnagas y el susurro del viento entre los árboles crearon un ritmo tenue que ambos siguieron con sorprendente sincronía.
Al principio, sus pasos fueron torpes. Caelum no era exactamente un bailarín experto, y Elara no estaba acostumbrada a moverse de esa forma con alguien más. Pero poco a poco, se relajaron. La tensión de los últimos días comenzó a desvanecerse, reemplazada por algo más ligero, algo más cercano a la felicidad.
—¿Siempre has sido tan mala bailarina? —bromeó Caelum, mirándola con una sonrisa traviesa.
—¿Siempre has sido tan arrogante? —respondió Elara, sin poder evitar devolverle la sonrisa.
Caelum rió, y el sonido resonó en el claro como un eco cálido.
—Supongo que sí. Pero parece que funciona contigo.
—Solo porque estoy cansada —dijo ella, aunque no sonaba del todo convincente.
Caelum giró a Elara de manera inesperada, haciendo que tropezara ligeramente antes de que él la atrapara con facilidad.
—Cuidado. Si sigues diciendo que estás cansada, podría pensar que quieres quedarte aquí conmigo para siempre.
Elara lo miró fijamente, su corazón latiendo un poco más rápido de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Solo porque no tengo otra opción.
Caelum inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando su respuesta.
—Eso es lo que dices ahora.
Ambos continuaron moviéndose bajo la luz de las estrellas, y por un breve momento, el peso de sus problemas pareció desvanecerse.
Cuando finalmente se detuvieron, Elara se separó de él, limpiándose las manos en su capa para ocultar el leve temblor que sentía.
—Bueno, eso fue… interesante —dijo, tratando de sonar casual.
Caelum la observó con una sonrisa, pero no dijo nada.
Elara giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la cabaña, sin mirar atrás.
—No esperes que esto se repita —dijo, su voz firme pero con un leve toque de diversión.
—Claro que no, bruja. Pero admito que fue un buen comienzo —respondió Caelum, siguiéndola con pasos ligeros.
Mientras entraban a la cabaña, ninguno de los dos podía negar que algo había cambiado entre ellos. Aunque sus caminos seguían llenos de obstáculos, esa noche en el claro fue un recordatorio de que, a pesar de todo, todavía podían encontrar momentos de luz en la oscuridad.