La atmósfera en el bosque había cambiado. Elara lo sentía en cada paso que daba mientras avanzaba con Caelum hacia un santuario oculto en las profundidades del Bosque Umbrío, un lugar donde las brujas guardaban artefactos mágicos y secretos ancestrales. Las ramas de los árboles crujían como si el viento susurrara advertencias, y el aire tenía un olor metálico que erizaba la piel.
Caelum caminaba detrás de ella, en silencio, algo raro en él. Desde que habían dejado la cabaña esa mañana, había mantenido su habitual actitud relajada bajo control, como si también sintiera la tensión que crecía a su alrededor.
—¿Por qué exactamente estamos aquí? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
—El santuario es un lugar seguro. O al menos debería serlo —respondió Elara, sin volverse a mirarlo—. Si los cazadores están tan cerca como creo, necesitamos acceso a los hechizos y artefactos que hay allí para defendernos.
—¿Y las demás brujas? —preguntó Caelum, con un toque de sarcasmo en su voz—. ¿No se molestarán en saber que llevas a un hombre lobo contigo?
Elara frunció el ceño, aunque no podía negar que tenía un punto.
—No tienen por qué saberlo. Nos aseguraremos de entrar y salir antes de que alguien note tu presencia.
—Genial. Nada podría salir mal con ese plan.
Elara ignoró su comentario y continuó avanzando hasta que llegaron a un claro rodeado de altos árboles que parecían formar un muro natural. En el centro del claro, un arco de piedra cubierto de musgo marcaba la entrada al santuario. Las runas grabadas en la superficie brillaban débilmente con un color azul pálido, pulsando como si reconocieran la presencia de Elara.
—Quédate aquí y no toques nada —le dijo a Caelum antes de cruzar el arco.
—Eso me suena familiar —murmuró él, pero no la siguió.
Elara atravesó el umbral, sintiendo una corriente de energía recorrer su cuerpo al cruzar. El santuario era una cámara subterránea iluminada por orbes flotantes de luz, con estanterías llenas de libros antiguos y vitrinas que contenían amuletos, cristales y otros artefactos mágicos. Elara se dirigió directamente hacia un estante en el fondo de la sala, buscando un grimorio que había visto en su última visita.
Mientras revisaba los libros, un ruido sordo detrás de ella la hizo girarse rápidamente.
—Caelum, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, viendo que él había entrado al santuario a pesar de su advertencia.
—Tenemos compañía —dijo, ignorando su pregunta.
Elara sintió que un escalofrío recorría su espalda.
—¿Qué clase de compañía?
Caelum se acercó, sus movimientos tensos y alerta.
—Cazadores. Al menos tres. Están rodeando el claro.
Elara maldijo en voz baja y comenzó a buscar frenéticamente entre los estantes.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Caelum, acercándose a ella.
—Si van a atacar, necesitamos algo para defendernos. Aquí hay artefactos mágicos lo suficientemente poderosos como para darnos una ventaja.
Caelum frunció el ceño, claramente incómodo con la idea de depender de objetos mágicos.
—Prefiero usar mis garras.
—Tus garras no van a detener flechas encantadas ni trampas mágicas —respondió Elara, sacando un pequeño amuleto de una vitrina—. Esto debería funcionar.
El amuleto brilló con una luz dorada cuando lo sostuvo en su mano.
—Es un escudo mágico. Puede protegernos por un tiempo, pero necesito que me cubras mientras lo activo.
Caelum asintió, aceptando sin discutir.
Ambos salieron del santuario justo a tiempo para ver cómo los cazadores emergían de entre los árboles. Llevaban armaduras ligeras y capas oscuras, con cruces grabadas en sus pecheras. Sus arcos estaban tensados, y sus flechas brillaban con un resplandor inquietante.
—Ríndanse y nadie saldrá herido —dijo el líder de los cazadores, un hombre alto con una cicatriz que le cruzaba el rostro.
—No suena muy convincente —murmuró Caelum, mostrando sus colmillos en una sonrisa desafiante.
Elara levantó el amuleto, comenzando a murmurar el conjuro para activar el escudo.
—Caelum, ocúpate de ellos. Necesito tiempo.
—Con gusto —respondió él, lanzándose hacia los cazadores con una velocidad que tomó a uno por sorpresa.
Elara apenas tuvo tiempo de notar cómo Caelum derribaba al primer cazador con un movimiento rápido antes de concentrarse nuevamente en el conjuro. El amuleto comenzó a brillar más intensamente, y una cúpula dorada empezó a formarse a su alrededor.
—¡Cuidado! —gritó Caelum, y Elara apenas tuvo tiempo de agacharse antes de que una flecha pasara silbando sobre su cabeza.
Uno de los cazadores se acercaba rápidamente, una espada en la mano, pero Caelum lo interceptó, lanzándolo contra un árbol con un gruñido feroz.
Elara finalmente terminó el conjuro, y el escudo mágico se expandió, empujando a los cazadores hacia atrás y creando una barrera entre ellos y el santuario.
—¿Eso los detendrá? —preguntó Caelum, respirando con dificultad mientras volvía a su lado.
—Por ahora. Pero no durará mucho —respondió Elara, mirando a los cazadores al otro lado del escudo.
El líder de los cazadores los observó con una mirada calculadora antes de sonreír.
—Esto no ha terminado, bruja. Volveremos por ti y por tu bestia.
Caelum dio un paso adelante, gruñendo, pero Elara lo detuvo con una mano en su brazo.
—Déjalos ir. Esto no es una batalla que podamos ganar ahora.
A regañadientes, Caelum asintió, y ambos se retiraron al interior del santuario mientras los cazadores desaparecían entre los árboles.
—Bueno, eso fue divertido —dijo Caelum, dejándose caer en el suelo una vez que estuvieron a salvo.
Elara lo miró, con el corazón aún latiendo con fuerza.
—Esto es solo el principio. Si quieren atacar el santuario, significa que saben más de lo que pensamos.
Caelum asintió, su expresión volviéndose más seria.
—Entonces será mejor que estemos preparados.