Elara y Caelum no tardaron en darse cuenta de que el santuario ya no era un lugar seguro. El escudo que habían activado los mantenía protegidos por el momento, pero los cazadores conocían su ubicación y seguramente regresarían con refuerzos. Permanecer allí era invitar al desastre.
Elara cerró el grimorio que había estado consultando y lo guardó en su bolsa.
—Tenemos que irnos antes de que vuelvan —dijo, atando la bolsa con fuerza y echándosela al hombro.
Caelum estaba sentado en el suelo, todavía recuperándose del enfrentamiento. Sus nudillos estaban ensangrentados, y su respiración era irregular, pero aún tenía ese brillo desafiante en los ojos.
—¿Y a dónde iremos? —preguntó, poniéndose de pie con un gruñido.
—Lejos de aquí. Hay un refugio al norte del bosque, cerca de la montaña. Es un lugar que las brujas no usan a menudo, pero está protegido mágicamente.
Caelum se inclinó hacia ella, con los brazos cruzados.
—¿Y estás segura de que no lo encontrarán?
Elara apretó los labios, sabiendo que no podía ofrecer garantías.
—No. Pero no tenemos otra opción.
Caelum asintió lentamente.
—Entonces, supongo que debemos movernos.
Ambos salieron del santuario con rapidez, sabiendo que cada minuto contaba. Caelum iba un par de pasos delante de Elara, sus sentidos agudizados buscando señales de peligro. Elara, por su parte, mantenía una mano en su bolsa, lista para lanzar un hechizo si era necesario.
El bosque, normalmente lleno de vida, estaba inquietantemente silencioso. Incluso las hojas parecían guardar un susurro tenso mientras el dúo avanzaba.
—¿Qué tan lejos está este refugio? —preguntó Caelum, sin volverse a mirarla.
—A unas dos horas, si nos movemos rápido.
Caelum frunció el ceño.
—Dos horas es mucho tiempo para que nos encuentren.
Elara lo sabía, pero no tenía otra respuesta.
—Por eso necesitamos mantenernos fuera de los senderos principales.
Sin embargo, apenas habían avanzado media hora cuando Caelum levantó una mano para detenerla.
—Espera.
Elara se detuvo en seco, su corazón acelerándose.
—¿Qué pasa?
Caelum olfateó el aire, sus ojos dorados brillando mientras escaneaba los alrededores.
—No estamos solos.
Elara se tensó, sus dedos comenzando a trazar un hechizo de protección en el aire.
—¿Cuántos?
Caelum inclinó la cabeza, escuchando atentamente.
—Al menos cuatro. Y están acercándose rápido.
Antes de que Elara pudiera responder, una flecha pasó rozando su hombro, clavándose en un árbol cercano.
—¡Nos encontraron! —gritó, echándose hacia atrás mientras Caelum soltaba un gruñido y se lanzaba hacia la dirección de donde provenía el ataque.
Elara apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que otros tres cazadores emergieran de entre los árboles, armas en mano. Uno de ellos, una mujer con una cicatriz en la mejilla, alzó una ballesta y la apuntó directamente hacia Elara.
—Ni lo intentes, bruja —dijo con frialdad.
Elara alzó las manos lentamente, pero sus dedos seguían moviéndose, trazando runas invisibles en el aire.
—¿Qué quieren de nosotros? —preguntó, tratando de ganar tiempo.
La mujer no respondió, pero sus compañeros avanzaron, rodeándola. Elara sabía que no podía esperar más.
—Caelum, ¡ahora! —gritó, terminando el hechizo con un movimiento rápido.
Una ráfaga de viento surgió de sus manos, empujando a los cazadores hacia atrás y derribándolos al suelo. Al mismo tiempo, Caelum apareció detrás de ellos, moviéndose con la velocidad y fuerza de un depredador. Sus garras brillaron bajo la tenue luz mientras desarmaba a uno de los cazadores con un solo golpe.
—¡Corre, Elara! —gritó, manteniendo a raya a los enemigos.
Elara dudó por un instante, pero sabía que tenía razón. Si se quedaba allí, ambos estarían en peligro.
—¡No te demores! —le dijo, antes de girarse y correr por el bosque, siguiendo el camino hacia el refugio.
El sonido de la pelea se desvaneció rápidamente detrás de ella, pero su corazón seguía latiendo con fuerza. Sabía que Caelum podía manejar a los cazadores, pero eso no hacía que la situación fuera menos peligrosa.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, llegó al pie de una colina rocosa. En la base, un árbol antiguo con una grieta en su tronco marcaba la entrada al refugio. Elara extendió una mano hacia la grieta, murmurando un hechizo que hizo que el árbol se abriera, revelando un túnel oscuro.
—Por favor, que estés bien —murmuró, mirando hacia el bosque mientras esperaba a Caelum.
El tiempo pasó lentamente, y cada crujido de ramas hacía que su corazón se acelerara. Justo cuando estaba a punto de regresar para buscarlo, una figura emergió de entre las sombras.
—¿Me extrañaste? —preguntó Caelum, jadeando mientras se acercaba. Su ropa estaba rasgada, y tenía un corte en la frente, pero estaba vivo.
Elara dejó escapar un suspiro de alivio.
—Estás loco por haberte quedado tanto tiempo.
Caelum sonrió, mostrándole los colmillos.
—Y tú eres demasiado terca como para admitir que te preocupaste por mí.
Elara negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.
—Entra antes de que cambie de opinión y te deje fuera.
Ambos cruzaron el umbral del refugio, y Elara selló la entrada detrás de ellos. Por primera vez en horas, se permitió relajarse un poco, aunque sabía que su lucha estaba lejos de terminar.
Mientras Caelum se dejaba caer en el suelo, exhausto pero vivo, Elara se sentó a su lado, sintiendo que, aunque las cosas estaban cada vez más complicadas, no podían haberse enfrentado a esto solos.
—Gracias por cubrirme ahí afuera —dijo ella en voz baja.
Caelum giró la cabeza para mirarla, con una sonrisa que, por una vez, no tenía un atisbo de burla.
—Siempre, bruja. Siempre.
Y en ese momento, en la seguridad temporal del refugio, Elara se permitió creer que, juntos, tal vez podrían enfrentarlo todo.