La noche era tranquila, demasiado tranquila, como si el bosque estuviera conteniendo el aliento. Elara y Caelum se habían quedado en el refugio, revisando las imágenes que el amuleto había proyectado en sus mentes. La cueva que habían visto estaba profundamente enterrada en un bosque oscuro, rodeada de runas que incluso Elara no podía descifrar por completo.
Mientras discutían los próximos pasos, un crujido fuera del refugio rompió la calma. Ambos se miraron al instante, y Caelum se levantó de un salto, sus instintos de cazador despertando.
—¿Lo escuchaste? —murmuró, sus ojos dorados brillando con intensidad.
Elara asintió, ya comenzando a trazar un hechizo de protección en el aire.
—No estamos solos.
Antes de que pudieran moverse, la puerta del refugio estalló hacia adentro con un estruendo ensordecedor, enviando astillas de madera volando en todas direcciones. Tres cazadores entraron con armas desenfundadas, sus rostros cubiertos por capuchas oscuras.
—¡Caelum, cuidado! —gritó Elara, lanzando una ráfaga de energía mágica hacia el primer cazador.
El hechizo lo empujó contra la pared, dejándolo aturdido, pero los otros dos se movieron con rapidez. Uno de ellos lanzó una red encantada hacia Caelum, que la esquivó por poco, mientras que el otro cargó directamente contra Elara con una espada brillante en la mano.
Elara retrocedió, levantando un escudo mágico justo a tiempo para bloquear el ataque. La espada chocó contra la barrera, emitiendo una chispa que iluminó el refugio por un instante.
—¡Esto no es una pelea justa! —gruñó Caelum, transformándose parcialmente. Sus uñas se alargaron en garras, y sus colmillos asomaron mientras se lanzaba contra el cazador más cercano.
Elara no tuvo tiempo de responder. Estaba demasiado concentrada en mantener su escudo mientras trazaba otro hechizo con la mano libre. Cuando finalmente terminó, el suelo bajo los pies del cazador comenzó a temblar, y raíces salieron disparadas, enredándolo y tirándolo al suelo.
—¡Buen movimiento! —gritó Caelum mientras derribaba al último cazador, enviándolo contra una estantería que colapsó con un fuerte estruendo.
Elara giró la cabeza hacia él, pero su alivio fue breve. Otro ruido afuera llamó su atención, y cuando salió corriendo para mirar, su corazón se detuvo.
Había más cazadores en el claro, al menos diez, rodeando el refugio con armas mágicas y antorchas.
—Caelum, ¡hay más! —gritó, retrocediendo mientras los cazadores comenzaban a moverse hacia ellos.
Caelum salió tras ella, con el pecho subiendo y bajando rápidamente por el esfuerzo. Cuando vio la escena, soltó un gruñido bajo.
—Esto no es bueno.
Elara levantó las manos, preparando un hechizo de área.
—Voy a intentar dispersarlos. Necesito que los mantengas ocupados.
Caelum sonrió, mostrando sus colmillos.
—Eso puedo hacerlo.
Sin esperar más, se lanzó contra el grupo más cercano, sus garras brillando bajo la luz de las antorchas. Elara, mientras tanto, comenzó a trazar un círculo mágico en el suelo con movimientos rápidos y precisos. Su energía creció con cada palabra que pronunciaba, y el aire a su alrededor comenzó a vibrar.
Uno de los cazadores se dio cuenta de lo que estaba haciendo y corrió hacia ella con una lanza en mano.
—¡No lo creo! —gritó Caelum, interceptándolo y lanzándolo lejos con un solo movimiento.
—¡Gracias! —dijo Elara, sin apartar la vista del círculo.
Cuando finalmente terminó el hechizo, una ola de energía dorada se extendió desde el círculo, empujando a los cazadores hacia atrás y creando una barrera alrededor del claro.
—Esto debería mantenerlos alejados por un rato —dijo, girándose hacia Caelum.
Él asintió, con una sonrisa cansada.
—Buen trabajo, bruja.
Pero el alivio fue breve. Uno de los cazadores, el líder, se adelantó, sosteniendo un artefacto brillante en sus manos. Era un pequeño orbe que emitía una luz púrpura pulsante, y cuando lo alzó, la barrera comenzó a parpadear.
—Eso no es bueno —murmuró Elara, sintiendo que su magia se debilitaba.
—¿Qué hacemos? —preguntó Caelum, retrocediendo hacia ella mientras los cazadores comenzaban a reagruparse.
Elara pensó rápidamente, su mente trabajando a toda velocidad.
—Tenemos que destruir ese orbe. Es lo que está desestabilizando el hechizo.
—Déjamelo a mí —dijo Caelum, con determinación en los ojos.
—Espera, no puedes simplemente… —comenzó Elara, pero Caelum ya se había lanzado hacia el líder de los cazadores.
Elara maldijo en voz baja, pero no tuvo tiempo de detenerlo. En lugar de eso, comenzó a preparar un hechizo para cubrirlo.
Caelum se movió como un rayo, esquivando las flechas y golpes de los cazadores mientras se dirigía directamente hacia el orbe. Cuando finalmente llegó al líder, lo derribó con un gruñido y agarró el artefacto de sus manos.
—¡Elara, ahora! —gritó, lanzándole el orbe.
Elara lo atrapó, su magia reaccionando al contacto. Sin pensarlo dos veces, canalizó toda su energía en el artefacto, haciendo que brillara intensamente antes de explotar en una ráfaga de luz que cegó a todos en el claro.
Cuando la luz se desvaneció, los cazadores estaban en el suelo, aturdidos y desorientados. Elara respiró con dificultad, sintiendo que había agotado casi toda su energía.
—¿Estás bien? —preguntó Caelum, acercándose a ella con una expresión de preocupación.
Elara asintió débilmente.
—Estoy bien. Pero necesitamos irnos ahora, antes de que se recuperen.
Caelum la ayudó a levantarse, y ambos se adentraron en el bosque, dejando atrás a los cazadores caídos y el refugio destruido.
Mientras corrían bajo la luz de la luna, Elara no pudo evitar sentir que este era solo el comienzo de algo mucho más grande.