Elara y Caelum avanzaron por el bosque en completo silencio, con la respiración entrecortada y sus pasos resonando sobre la hojarasca húmeda. Habían dejado el refugio atrás, junto con los cazadores, pero la sensación de peligro todavía colgaba sobre ellos como una nube oscura. La magia de Elara estaba prácticamente agotada, y aunque Caelum parecía incansable, incluso él mostraba señales de fatiga.
Finalmente, llegaron a un claro iluminado por la luna, un espacio abierto rodeado por altos árboles cuyas copas se encontraban, formando un techo natural. Elara se dejó caer contra un tronco caído, cerrando los ojos por un momento mientras trataba de calmar su respiración.
—Esto no puede seguir así —dijo Caelum, rompiendo el silencio.
Elara abrió los ojos y lo miró, notando la tensión en sus hombros y la determinación en su mirada.
—¿A qué te refieres? —preguntó, aunque tenía una idea de lo que iba a decir.
—A que no podemos seguir huyendo —respondió él, con un gruñido bajo—. Los cazadores nos están siguiendo demasiado de cerca. Necesitamos aliados, Elara.
—¿Aliados? —repitió ella, frunciendo el ceño—. ¿Quién estaría dispuesto a ayudarnos?
Caelum dejó escapar un suspiro, como si estuviera a punto de sugerir algo que no le agradaba.
—Mi manada.
Elara lo miró con sorpresa. Desde que se conocieron, Caelum había sido reservado sobre su manada, mencionándola solo de forma superficial.
—¿Tu manada? —repitió—. Pensé que no querías involucrarlos.
Caelum apretó los dientes, con el ceño fruncido.
—No quiero. Pero si los cazadores están tras este amuleto y tras mí, no puedo seguir escondiéndome. Mi manada necesita saber lo que está pasando. Y si tenemos suerte, estarán dispuestos a ayudarnos.
Elara dudó. Había oído historias sobre los hombres lobo y sus manadas: grupos cerrados, leales entre sí, pero profundamente desconfiados de los forasteros, especialmente de las brujas.
—¿Estás seguro de que nos ayudarán? —preguntó finalmente.
Caelum la miró, con una expresión que era a la vez decidida y vulnerable.
—No lo sé. Pero tenemos que intentarlo.
Elara asintió lentamente, sabiendo que no tenían muchas opciones.
—De acuerdo. ¿Dónde están?
Caelum señaló hacia el este, donde las montañas se alzaban contra el cielo nocturno.
—En una aldea oculta en las montañas. Está protegida con magia, pero puedo guiarnos hasta allí.
Elara respiró hondo, levantándose del tronco.
—Entonces no perdamos tiempo.
El viaje hacia las montañas fue largo y agotador. Elara notaba que Caelum estaba más callado de lo normal, como si el simple hecho de volver a su manada lo llenara de dudas. Por su parte, ella sentía la presión de lo que podría ocurrir si los hombres lobo no estaban dispuestos a ayudarlos.
Cuando finalmente llegaron a la base de las montañas, Caelum se detuvo frente a un grupo de árboles que parecían dispuestos en un patrón deliberado. Colocó una mano en el tronco de uno de ellos, cerrando los ojos mientras murmuraba algo en un idioma que Elara no reconocía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella en voz baja.
—Abriendo el camino —respondió él, sin abrir los ojos.
Unos segundos después, los árboles comenzaron a moverse, sus troncos girando lentamente para revelar un sendero oculto entre la maleza. Caelum bajó la mano y la miró.
—No digas nada hasta que yo lo haga, ¿entendido?
Elara asintió, siguiendo a Caelum mientras se adentraban por el sendero.
La aldea de la manada estaba escondida en un valle rodeado por las montañas. Las casas eran simples, hechas de madera y piedra, y había varias hogueras encendidas en el centro del asentamiento. Los ojos de los lobos —algunos en forma humana, otros en su forma bestial— se volvieron hacia ellos en cuanto cruzaron el límite del pueblo.
Elara sintió cómo la desconfianza y la hostilidad se clavaban en ella como agujas, pero mantuvo la calma, siguiendo a Caelum de cerca.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó un hombre alto con cabello plateado y una cicatriz que le cruzaba la mandíbula. Su voz era profunda y cargada de autoridad.
Caelum se detuvo frente a él, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
—Thorne, necesitamos hablar. Es importante.
El hombre, que Elara supuso que era el alfa de la manada, cruzó los brazos, mirando a Caelum con una mezcla de curiosidad y sospecha.
—¿Quién es ella? —preguntó, señalando a Elara con un movimiento de la barbilla.
—Ella es… una aliada —respondió Caelum, dudando por un instante.
Thorne alzó una ceja, claramente poco convencido.
—¿Una bruja? ¿Aliada? ¿Qué clase de juego estás jugando, Caelum?
—No es un juego —dijo Caelum, con firmeza—. Los cazadores están tras nosotros. Tienen información sobre este amuleto. —Sacó el colgante y lo sostuvo en alto, haciendo que varios miembros de la manada murmuraran entre sí—. Si no hacemos algo, todos estaremos en peligro.
Thorne observó el amuleto con atención, y luego sus ojos se posaron en Elara.
—¿Qué tiene que ver ella con esto?
Elara sintió la necesidad de intervenir, pero recordó la advertencia de Caelum y permaneció en silencio.
—Ella me salvó la vida, y juntos descubrimos que los cazadores están planeando algo grande. Necesitamos la ayuda de la manada para enfrentarlos —explicó Caelum, su voz cargada de urgencia.
Thorne permaneció en silencio por un momento, evaluando a ambos con una mirada penetrante. Finalmente, asintió lentamente.
—Muy bien, Caelum. Hablaré con el consejo de la manada. Pero si esta bruja causa problemas… será tu responsabilidad.
Caelum inclinó la cabeza en señal de acuerdo.
—Gracias, Thorne.
Mientras Thorne se alejaba, Caelum se volvió hacia Elara con una pequeña sonrisa.
—Eso fue mejor de lo que esperaba.
—¿Seguro? Porque no parecía muy convencido —respondió Elara, todavía sintiendo las miradas hostiles de los lobos que los rodeaban.