Elara nunca había estado tan rodeada de miradas hostiles como en la aldea de los hombres lobo. A cada paso que daba junto a Caelum, sentía cómo los ojos de la manada la seguían, llenos de sospecha y desconfianza. Aunque mantenía la cabeza en alto, su interior estaba tenso, alerta, como si cada fibra de su ser le estuviera diciendo que caminaba sobre una cuerda floja.
Caelum, por su parte, parecía inmune a la presión. Caminaba con la confianza característica de alguien que conocía bien este lugar, pero Elara notó que mantenía una distancia sutil entre ellos y los demás, como si quisiera protegerla sin hacerlo evidente.
—¿Siempre son tan… acogedores? —preguntó Elara en voz baja mientras se acercaban a una gran cabaña en el centro de la aldea, la cual asumió que era el lugar donde se reunía el consejo.
Caelum sonrió ligeramente, aunque no apartó la vista del camino.
—No confían fácilmente, especialmente en extraños. Y mucho menos en una bruja.
—Eso ya lo había notado —murmuró Elara, ajustándose la capa para ocultar sus manos, que aún temblaban ligeramente por el agotamiento mágico del día anterior.
Llegaron a la entrada de la cabaña, y Caelum empujó la puerta con cuidado. El interior estaba iluminado por antorchas, y un grupo de hombres y mujeres, todos de aspecto imponente y con un aire de autoridad, los esperaban en un semicírculo. En el centro, sentado en una silla tallada con símbolos antiguos, estaba Thorne.
—Caelum, espero que esta reunión valga la pena —dijo el alfa, su voz resonando en el espacio como un trueno.
—Lo hará —respondió Caelum con firmeza, avanzando un paso y haciendo un gesto hacia Elara para que lo siguiera—. Ella y yo hemos descubierto algo que amenaza no solo a mi manada, sino a todas las criaturas mágicas.
Los miembros del consejo intercambiaron miradas, claramente poco convencidos. Una mujer de cabello oscuro y ojos penetrantes, que estaba sentada cerca de Thorne, alzó una mano para interrumpir.
—¿Por qué deberíamos confiar en una bruja? —preguntó, señalando a Elara con un movimiento brusco de la barbilla—. Sabemos lo que tu especie nos hizo en el pasado.
Elara dio un paso adelante, consciente de que este era un momento crucial.
—No estoy aquí para revivir el pasado —dijo, su voz clara aunque contenida—. Estoy aquí porque los cazadores están más organizados y más peligrosos que nunca. Han estado siguiéndonos, y su objetivo es algo mucho más grande que solo Caelum o este amuleto.
Sacó el colgante de su bolsa y lo sostuvo en alto, permitiendo que la luz de las antorchas iluminara las runas grabadas en su superficie.
—Este amuleto no es solo un símbolo. Es una llave que puede desatar un poder sellado hace siglos. Los cazadores saben esto, y si lo obtienen, no solo atacarán a los hombres lobo, sino a todo lo que represente magia.
Hubo un murmullo entre los miembros del consejo. Thorne levantó una mano para silenciarlos y se inclinó hacia adelante en su silla.
—¿Qué sugieres, bruja?
Elara respiró hondo, sintiendo el peso de las expectativas sobre sus hombros.
—Sugerimos trabajar juntos. Este no es solo un problema de los hombres lobo o de las brujas. Es un problema que afecta a todos los que vivimos en este mundo mágico.
—¿Y qué exactamente esperas de nosotros? —preguntó la mujer de cabello oscuro, con un toque de escepticismo en su voz.
Caelum intervino antes de que Elara pudiera responder.
—Necesitamos información sobre lo que los cazadores han estado planeando. Suelen moverse con sigilo, pero ustedes tienen oídos y ojos en el bosque. También necesitamos guerreros, porque esto no será solo una batalla mágica. Será física, y ellos no jugarán limpio.
Hubo un largo silencio mientras el consejo consideraba sus palabras. Finalmente, Thorne habló, su tono cargado de autoridad.
—Caelum, siempre fuiste un lobo rebelde, pero nunca dudé de tu lealtad a la manada. Si dices que esta amenaza es real, entonces confío en ti. —Miró a Elara, sus ojos brillando con una intensidad que la hizo sentirse pequeña por un instante—. Pero si estás mintiendo, bruja, no vivirás para lamentarlo.
Elara asintió, manteniendo la compostura.
—Entendido.
Thorne se puso de pie, y los demás miembros del consejo lo siguieron.
—Reúnan a los lobos más fuertes. Nos prepararemos para esta lucha. Pero más te vale que tengas razón, Caelum.
Caelum inclinó la cabeza, agradecido.
—Gracias, Thorne.
El consejo comenzó a dispersarse, dejando a Caelum y Elara solos en la cabaña. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Elara dejó escapar un suspiro de alivio.
—Eso fue… intenso —murmuró, dejándose caer en una de las sillas vacías.
Caelum sonrió ligeramente y se sentó frente a ella.
—Lo hiciste bien. No es fácil ganarte la atención de Thorne.
Elara lo miró, con las cejas levantadas.
—¿Atención? Me pareció más una amenaza velada.
—Es su forma de decir que te está dando una oportunidad —dijo Caelum, encogiéndose de hombros—. Confía en mí, eso es un gran avance.
Elara suspiró, frotándose las sienes.
—Espero que esto valga la pena.
—Lo valdrá —dijo Caelum, con una determinación que la sorprendió.
Aunque todavía quedaba un largo camino por recorrer, Elara sintió que habían dado un paso importante. Ahora tenían aliados, y aunque la relación con los hombres lobo era frágil, era más de lo que habían tenido desde el principio.
Mientras salían de la cabaña, Elara no pudo evitar mirar a Caelum con una renovada admiración. Había enfrentado a su manada, defendido su causa y logrado que confiaran en ella, aunque fuera solo un poco.
—¿Qué? —preguntó él, notando su mirada.
—Nada —respondió ella, con una pequeña sonrisa—. Solo me sorprende que a veces seas más convincente de lo que pareces.
Caelum rió entre dientes.
—Eso es porque no puedes resistirte a mi encanto, bruja.