La noche en la aldea era un espectáculo distinto al del resto del bosque. Los lobos, en su forma humana y bestial, se movían con precisión alrededor de un gran círculo de piedras en el centro del asentamiento. Las antorchas iluminaban los rostros severos de los hombres y mujeres que se preparaban para lo que sabían que sería una batalla decisiva.
Elara y Caelum estaban en un lado del claro, observando cómo la manada se organizaba. Cada movimiento estaba cargado de propósito; los lobos ajustaban sus armas, algunos practicaban transformaciones parciales para perfeccionar su control, mientras otros se reunían en grupos más pequeños para discutir estrategias.
Elara, a pesar de su agotamiento mágico, no podía dejar de sentirse impresionada por la coordinación de la manada. Era como un ejército en miniatura, pero con un vínculo que iba más allá de lo físico o lo estratégico.
—¿Siempre son así de disciplinados? —preguntó, volviendo la vista hacia Caelum.
Caelum asintió, con una mezcla de orgullo y melancolía en su expresión.
—Cuando hay una amenaza real, sí. La manada no es perfecta, pero cuando llega el momento de luchar, no encontrarás un grupo más unido.
Elara notó un tono diferente en su voz, una mezcla de orgullo y nostalgia.
—¿Qué tan grande es la amenaza que enfrentamos, realmente? —preguntó ella, bajando la voz.
Caelum cruzó los brazos, su mirada fija en el círculo de piedras.
—Más grande de lo que ellos creen. Los cazadores no son lo único de lo que debemos preocuparnos. El poder que guarda el amuleto… Si alguien lo libera sin saber controlarlo, podría destruir tanto a los hombres lobo como a las brujas.
Elara sintió un escalofrío. La imagen de las runas brillando en la cueva que habían visto a través del amuleto volvió a su mente, junto con la figura mitad hombre, mitad lobo que los había observado desde las sombras.
—Entonces debemos asegurarnos de que eso no suceda —dijo con determinación.
Antes de que Caelum pudiera responder, un aullido profundo y resonante cortó el aire. Era un sonido cargado de poder, que hizo que todos los presentes se detuvieran y giraran hacia el círculo de piedras.
Thorne estaba de pie en el centro, con los brazos extendidos y la cabeza inclinada hacia el cielo. A su alrededor, el resto del consejo se había reunido, formando un semicírculo imponente.
—La manada se reúne bajo la luna para proteger lo que es nuestro —declaró Thorne, su voz firme resonando en el claro—. Nos enfrentamos a una amenaza que no solo busca destruirnos, sino que podría alterar el equilibrio del mundo mágico.
Elara tragó saliva, sintiendo cómo cada mirada en el claro se posaba en Thorne, y luego, momentáneamente, en ella.
—Hoy, no somos solo lobos —continuó Thorne—. Somos protectores de lo que nos pertenece, guardianes de un legado que no permitiremos que los cazadores destruyan.
Un rugido de aprobación recorrió el claro, y Elara no pudo evitar sentir una oleada de energía que parecía emanar de la manada misma.
Thorne levantó una mano, silenciando a los presentes, y sus ojos se dirigieron a Elara.
—Bruja. Da un paso adelante.
Elara sintió que su corazón latía con fuerza mientras obedecía, caminando hacia el centro del círculo. Sentía las miradas sobre ella, algunas llenas de duda, otras de abierta hostilidad, pero mantuvo la cabeza en alto.
—Eres una extraña entre nosotros, pero has venido aquí no como enemiga, sino como aliada. —Thorne hizo una pausa, midiendo sus palabras—. Si deseas luchar junto a esta manada, debes jurar lealtad al pacto que hemos formado esta noche.
Elara se quedó inmóvil por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Un pacto con la manada. No solo era un gesto simbólico, sino un juramento mágico que los uniría en su causa.
—Acepto —dijo finalmente, con voz firme.
Thorne asintió, extendiendo una mano hacia ella. En su palma había un pequeño cuchillo ceremonial, con un mango tallado en forma de lobo.
—Para sellar el pacto, debes ofrecer un fragmento de tu magia.
Elara tomó el cuchillo, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de hacer. Miró a Caelum, quien le dio un leve asentimiento, como si estuviera asegurándole que estaba haciendo lo correcto.
Sin dudar más, Elara trazó un pequeño corte en la palma de su mano, dejando que unas gotas de sangre cayeran al suelo en el centro del círculo. Cerró los ojos y murmuró un hechizo, liberando un tenue hilo de energía dorada que flotó en el aire antes de ser absorbido por el suelo.
Thorne hizo lo mismo, cortándose la palma y liberando un aura plateada que se entrelazó con la magia de Elara.
—El pacto está sellado —declaró, mientras la energía combinada se extendía como una ola invisible por todo el claro.
La manada aulló al unísono, un sonido que resonó en los árboles y el cielo, haciendo que la piel de Elara se erizara.
Cuando la ceremonia terminó, Thorne se volvió hacia Elara con una expresión menos hostil.
—Ahora formas parte de esta lucha. No lo olvides.
Elara inclinó la cabeza, consciente del significado de sus palabras.
—No lo haré.
Mientras regresaba al lado de Caelum, sintió una nueva conexión, como si el vínculo con la manada se hubiera convertido en algo tangible. Era un recordatorio de lo que estaba en juego, y de lo mucho que aún quedaba por hacer.
—Bienvenida al caos, bruja —dijo Caelum, sonriendo ligeramente.
Elara rió suavemente, aunque su mirada reflejaba su determinación.
—Siempre lo he estado, lobo.