El sol apenas había salido cuando Elara y Caelum se reunieron con el consejo de la manada. Después del incidente con Kieran, ninguno de los dos había dormido bien, pero sabían que no podían darse el lujo de descansar. La situación era demasiado delicada, y los cazadores no esperarían.
El interior de la cabaña del consejo estaba iluminado por una tenue luz dorada que emanaba de unas velas colocadas en las esquinas de la sala. Thorne estaba sentado en el centro, con los otros miembros del consejo distribuidos a su alrededor. Sus expresiones eran graves, y el ambiente estaba cargado de tensión.
—Caelum —dijo Thorne, rompiendo el silencio—. Espero que tengas una buena razón para convocarnos tan temprano.
Caelum dio un paso adelante, inclinando la cabeza con respeto.
—La tengo. Anoche atrapamos a Kieran espiando cerca de nuestra cabaña.
Elara observó cómo los miembros del consejo intercambiaban miradas preocupadas. Una de las mujeres, una loba de cabello gris llamado Lyssa, frunció el ceño.
—¿Qué hacía allí? —preguntó, su tono severo.
—Aún no estamos seguros de sus intenciones, pero dejó claro que no confía en nosotros, ni en la alianza con Elara —respondió Caelum, señalando a la bruja.
Elara sintió el peso de las miradas del consejo, pero mantuvo la cabeza en alto.
—Esto es más que una simple cuestión de confianza —intervino Thorne, su voz resonando con autoridad—. Si Kieran está actuando por su cuenta, podría poner a toda la manada en peligro.
—¿Qué propones que hagamos? —preguntó Lyssa, cruzando los brazos.
—Necesitamos un plan sólido, uno que tenga en cuenta tanto la amenaza externa como cualquier problema interno —dijo Caelum, su voz firme—. No podemos permitirnos divisiones en este momento.
Elara dio un paso adelante, sintiendo que era su turno de hablar.
—La información que tenemos sobre los cazadores sugiere que están movilizándose hacia el lugar donde se encuentra sellado el poder del amuleto. Si quieren liberar ese poder, no solo atacarán a los hombres lobo. Irán tras cualquier criatura mágica que consideren una amenaza.
Thorne asintió lentamente, acariciándose la barba mientras procesaba sus palabras.
—Entonces, ¿sugieres que nos preparemos para una confrontación en ese lugar?
—Exacto —dijo Elara—. Si podemos adelantarnos a ellos y defender la entrada de la cueva, podremos impedir que accedan al poder.
—¿Y si ya saben cómo llegar? —preguntó Lyssa, con una nota de escepticismo en su voz.
Elara sacó el amuleto de su bolsa y lo sostuvo en alto.
—Sin esto, no podrán abrir el sello. Pero tenemos que ser rápidos. Si tardamos demasiado, podrían encontrar otra forma de romperlo.
Hubo un silencio mientras los miembros del consejo consideraban la propuesta. Finalmente, Thorne habló.
—Caelum, liderarás un grupo de los mejores guerreros de la manada. Elara, tu conocimiento mágico será esencial para proteger el amuleto y evitar que los cazadores lo utilicen en nuestra contra.
Caelum inclinó la cabeza en señal de aceptación.
—Entendido.
—Lyssa —continuó Thorne—, mantendrás la vigilancia en la aldea. Si los cazadores intentan distraernos atacando aquí, serás responsable de organizar la defensa.
Lyssa asintió, aunque su mirada todavía estaba llena de preocupación.
—¿Y qué hay de Kieran? —preguntó uno de los miembros más jóvenes del consejo.
Thorne entrecerró los ojos, su voz baja pero cargada de autoridad.
—Mantendremos un ojo sobre él. Si muestra algún signo de traición, actuaremos en consecuencia.
Elara no pudo evitar sentir un escalofrío ante la dureza de sus palabras, pero sabía que era necesario. No podían permitirse riesgos innecesarios.
El resto del día estuvo dedicado a los preparativos. Los guerreros de la manada afilaban sus armas, practicaban formaciones y discutían estrategias. Elara, mientras tanto, trabajaba en encantamientos que pudieran reforzar las defensas mágicas del grupo.
Caelum se acercó a ella mientras revisaba un libro de hechizos que había sacado de su bolsa.
—¿Cómo vas? —preguntó, observándola con curiosidad.
Elara levantó la vista, pasando una mano por su cabello.
—Bien, pero necesito concentrarme. Estos hechizos son complicados, y no podemos permitirnos errores.
Caelum se sentó junto a ella, con una sonrisa ladeada.
—Lo sé. Por eso confío en que lo harás bien.
Elara lo miró, sorprendida por el tono sincero de su voz.
—Eso es mucho para confiar en alguien que apenas conoces.
Caelum rió entre dientes, inclinándose hacia ella.
—Hemos pasado por suficiente como para que confíe en ti, bruja. Además, tú eres la que siempre parece tener un plan.
Elara sintió que sus mejillas se calentaban, pero decidió ignorarlo y volvió a concentrarse en su libro.
—No me hagas arrepentirme de esto, lobo.
Caelum sonrió, satisfecho, y se levantó.
—Nunca.
Cuando cayó la noche, el grupo estaba listo para partir. Un equipo de diez guerreros, liderado por Caelum, se reunió en el borde del bosque. Thorne los despidió con una mirada seria, colocándole una mano en el hombro a Caelum antes de que se marchara.
—Haz lo que sea necesario para proteger a la manada —dijo el alfa.
Caelum asintió.
—Lo haré.
Elara estaba junto a él, con el amuleto colgando de su cuello y una bolsa llena de ingredientes mágicos lista para usarse en cualquier momento. Miró a Caelum y luego al resto del grupo, sintiendo el peso de la responsabilidad que llevaban sobre sus hombros.
—Esto no será fácil —dijo en voz baja.
—Nada que valga la pena lo es —respondió Caelum, con una sonrisa tranquila.
Mientras avanzaban hacia el bosque, guiados por la luz de la luna, Elara no pudo evitar sentir que estaban caminando hacia algo mucho más grande que una simple batalla. Este enfrentamiento no solo definiría el destino del amuleto, sino también el vínculo entre ellos y el futuro del mundo mágico.