El bosque nocturno era un mar de sombras, con la luz de la luna apenas filtrándose entre las copas de los árboles. Elara caminaba detrás de Caelum, manteniendo una mano cerca del amuleto que colgaba de su cuello. Sentía cómo la magia pulsaba débilmente dentro de él, una constante y ligera vibración que le recordaba la importancia de lo que estaba protegiendo.
El grupo avanzaba en silencio, moviéndose con la coordinación de un equipo que sabía exactamente lo que estaba en juego. Los lobos en su forma humana, liderados por Caelum, se mantenían en formación, con los sentidos alerta. A pesar de la confianza en su preparación, la tensión era palpable.
—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó Elara en voz baja, rompiendo el silencio.
Caelum giró ligeramente la cabeza hacia ella, sus ojos dorados brillando bajo la luz de la luna.
—Un par de horas más. Pero el paso que viene es estrecho. Si los cazadores están esperando, ese sería el lugar perfecto para una emboscada.
Elara asintió, acelerando el paso para igualar el ritmo de Caelum.
—¿Entonces cuál es el plan?
Caelum sonrió ligeramente, aunque su expresión era más seria de lo habitual.
—El plan es que no nos maten.
Elara rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír ante su respuesta.
—Eres muy tranquilizador, ¿sabes?
—Es uno de mis talentos —replicó Caelum, con un brillo travieso en los ojos.
Antes de que Elara pudiera responder, uno de los lobos al frente del grupo levantó una mano, deteniéndolos en seco.
—¿Qué pasa? —preguntó Caelum, avanzando hacia el lobo, que estaba olfateando el aire con intensidad.
—Algo no está bien —dijo el lobo, transformando parcialmente sus manos en garras mientras sus ojos brillaban con un tono amarillo—. Hay un olor extraño… metálico.
Elara sintió que un escalofrío recorría su espalda.
—Eso suena como…
Antes de que pudiera terminar la frase, una flecha atravesó el aire, rozando la oreja de Caelum antes de clavarse en un árbol cercano.
—¡Emboscada! —gritó uno de los lobos, transformándose por completo mientras el grupo se dispersaba.
De entre las sombras surgieron los cazadores, moviéndose con precisión y coordinados como un solo organismo. Eran al menos una docena, armados con espadas encantadas y ballestas cargadas con flechas mágicas que brillaban con un resplandor peligroso.
Elara levantó las manos de inmediato, trazando un círculo en el aire con movimientos rápidos mientras murmuraba un hechizo. Una barrera translúcida apareció frente al grupo, bloqueando una ráfaga de flechas que habría sido mortal.
—¡Mantengan la línea! —gritó Caelum, transformando parcialmente su cuerpo y lanzándose hacia los cazadores más cercanos.
El resto de los lobos lo siguió, chocando contra los cazadores en un enfrentamiento brutal de fuerza y estrategia.
Elara permaneció detrás, manteniendo la barrera en su lugar mientras buscaba un momento para lanzar un hechizo ofensivo. Pero su magia estaba limitada; mantener la barrera y proteger el amuleto requería toda su concentración.
—¡Elara, cuidado! —gritó Caelum de repente.
Ella giró la cabeza justo a tiempo para ver a un cazador que había logrado colarse por un flanco, corriendo hacia ella con una espada en alto.
Instintivamente, Elara bajó la barrera y levantó ambas manos, canalizando un hechizo que había practicado muchas veces. Una ráfaga de luz dorada salió disparada de sus palmas, golpeando al cazador y enviándolo contra un árbol con un ruido sordo.
—¡Bien hecho! —exclamó Caelum, lanzando a otro cazador al suelo antes de girarse hacia ella—. Pero necesito que te mantengas cerca.
—¡Estoy haciendo lo que puedo! —respondió Elara, recuperando el aliento mientras volvía a alzar la barrera.
El enfrentamiento continuó con una ferocidad que hacía temblar el suelo bajo sus pies. Los lobos luchaban con una fuerza que era casi salvaje, pero los cazadores no retrocedían. Cada uno de ellos parecía tener un objetivo claro: alcanzar a Elara y el amuleto.
Elara sintió cómo su energía mágica comenzaba a flaquear. La barrera vibraba con cada impacto, y sabía que no podría mantenerla por mucho tiempo.
—Caelum, ¡esto no va a durar! —gritó, desesperada.
Caelum, cubierto de heridas superficiales pero todavía en pie, corrió hacia ella, derribando a dos cazadores en el proceso.
—¡Entonces corremos! —dijo, agarrándola del brazo y tirando de ella hacia el paso estrecho que había mencionado antes.
—¡¿Y el resto?! —preguntó Elara, mirando hacia los lobos que seguían luchando.
—¡Nos alcanzarán! Ellos saben lo que hacen —respondió Caelum, sin detenerse.
A pesar de su reticencia, Elara permitió que la guiara. Sabía que el amuleto era la clave para detener a los cazadores, y si lo perdían, todo estaría perdido.
El paso estrecho era un lugar traicionero, rodeado de rocas altas que creaban una especie de túnel natural. Caelum y Elara corrieron por el sendero, con los sonidos de la batalla aún resonando a lo lejos.
Finalmente, se detuvieron en un pequeño claro donde la luz de la luna iluminaba el suelo cubierto de hojas. Ambos estaban jadeando, con el sudor y la suciedad cubriéndolos.
—Esto… no puede seguir así —jadeó Elara, inclinándose para recuperar el aliento.
Caelum, que también estaba respirando con dificultad, asintió.
—Lo sé. Pero al menos estamos más cerca.
Elara miró hacia el amuleto que colgaba de su cuello, sintiendo su pulso mágico.
—Esto no es solo una lucha física, Caelum. Ellos están usando magia. Debemos encontrar una forma de igualar el terreno.
Caelum frunció el ceño, limpiándose la sangre de la frente.
—¿Y cómo hacemos eso?
Elara respiró hondo, sintiendo que la respuesta estaba más allá de lo que podían ver en ese momento.
—Vamos a necesitar algo más que fuerza y magia básica. Tal vez el amuleto tenga la respuesta.
Caelum asintió lentamente, su expresión endureciéndose.