Elara y Caelum avanzaron lentamente por el estrecho pasillo de piedra que se extendía más allá del sello. Las paredes estaban cubiertas de runas que brillaban con un tenue resplandor dorado, iluminando su camino con una luz sobrenatural. El aire era denso, cargado con una energía antigua que hacía que cada paso se sintiera como una lucha.
—¿Qué es este lugar? —murmuró Caelum, con los ojos recorriendo las inscripciones en las paredes.
Elara apretó el amuleto contra su pecho, sintiendo cómo vibraba con una intensidad creciente.
—Es la cámara donde se selló el poder de los hombres lobo hace siglos —respondió, sin apartar la mirada del camino—. La magia aquí es más antigua de lo que jamás he sentido.
Caelum se detuvo un momento, respirando profundamente mientras trataba de calmar la tensión en su pecho.
—¿Estás segura de que podemos controlar esto?
Elara giró la cabeza hacia él, sus ojos reflejando la luz dorada de las runas.
—No lo sé. Pero si no lo hacemos, los cazadores lo harán, y entonces no habrá esperanza para ninguno de nosotros.
Caelum asintió, apretando los puños antes de seguir adelante.
Finalmente, llegaron a una gran cámara circular. El techo era alto, con una cúpula que parecía estar hecha de cristal, permitiendo que la luz de la luna se filtrara y se mezclara con la luz dorada de las runas. En el centro de la sala había un pedestal de piedra, y sobre él descansaba una esfera brillante, pulsando con energía plateada.
Elara sintió que el aire le faltaba cuando se acercó al pedestal.
—Ese es el poder sellado —dijo, con voz apenas audible.
Caelum se quedó a su lado, observando la esfera con cautela.
—Es más… tranquilo de lo que esperaba.
—Eso es porque todavía está contenido —explicó Elara, sacando el amuleto de su cuello—. Pero en cuanto usemos el amuleto para liberarlo, todo cambiará.
Caelum la miró, sus ojos reflejando preocupación.
—¿Estás segura de que debemos hacer esto?
Elara apretó el amuleto, sintiendo su peso como si estuviera decidiendo el destino del mundo.
—No lo liberaremos por completo. Solo tomaremos lo que necesitemos para enfrentar a los cazadores. Si logramos sellarlo de nuevo antes de que algo salga mal, podremos evitar un desastre.
Caelum asintió lentamente, confiando en su juicio.
—Entonces hagámoslo.
Elara se colocó frente al pedestal, sosteniendo el amuleto con ambas manos. Cerró los ojos y comenzó a murmurar un hechizo en el antiguo idioma que había descifrado de las runas. Las palabras resonaron en la cámara, mezclándose con el zumbido de la energía que llenaba el aire.
La esfera comenzó a brillar con más intensidad, y el pedestal vibró bajo sus pies. Caelum dio un paso atrás, sus instintos en alerta mientras el suelo temblaba levemente.
De repente, un rayo de luz plateada salió disparado de la esfera, conectándose con el amuleto. Elara jadeó, sintiendo cómo la energía recorría su cuerpo como una corriente eléctrica.
—¡Elara! —gritó Caelum, dando un paso hacia ella, pero se detuvo cuando la esfera comenzó a liberar más rayos de luz, creando un vórtice de magia en el centro de la sala.
Elara abrió los ojos, que ahora brillaban con un dorado intenso.
—¡Está funcionando! —gritó, su voz resonando con un eco que no era completamente suyo—. ¡Estoy redirigiendo la energía al amuleto!
Pero mientras hablaba, el vórtice creció, y las runas en las paredes comenzaron a cambiar de color, de dorado a un rojo brillante que pulsaba con una intensidad peligrosa.
—Esto no se siente bien —gruñó Caelum, mirando alrededor—. ¡¿Puedes controlarlo?!
Elara apretó los dientes, concentrándose mientras luchaba por mantener el flujo de energía estable.
—¡Estoy intentando…!
Antes de que pudiera terminar, un estruendo resonó en la cámara. La puerta por la que habían entrado se abrió de golpe, y un grupo de cazadores irrumpió, liderados por un hombre alto con una capa negra y una espada brillante en su mano.
—¡Deténganlos! —gritó el líder, señalando a Elara.
Caelum reaccionó al instante, transformándose parcialmente y lanzándose contra el grupo de cazadores.
—¡Sigue con el hechizo, Elara! —rugió mientras derribaba al primer cazador.
Elara luchó por mantener su concentración, pero la llegada de los cazadores estaba afectando el delicado equilibrio de la magia en la sala. El vórtice se intensificó, y la esfera comenzó a pulsar más rápido, como si estuviera a punto de estallar.
Uno de los cazadores logró esquivar a Caelum y se acercó a Elara, levantando una daga que brillaba con una luz oscura.
—¡No te acerques! —gritó Elara, lanzando una ráfaga de magia que lo empujó hacia atrás, pero su hechizo tambaleó, y el vórtice comenzó a girar fuera de control.
—¡No podemos quedarnos aquí mucho tiempo! —gritó Caelum mientras derribaba a otro cazador—. ¡Tienes que detenerlo o terminar el hechizo ahora mismo!
Elara sintió cómo la energía dentro de la esfera se desbordaba, amenazando con consumir todo a su alrededor. Miró a Caelum, que estaba luchando con todo lo que tenía para protegerla, y luego al líder de los cazadores, que se acercaba con una sonrisa fría.
Sabía que no tenía mucho tiempo.
Con una última ola de concentración, gritó las palabras finales del hechizo, canalizando toda la energía del vórtice hacia el amuleto. La esfera emitió un destello cegador, y el vórtice desapareció de repente, dejando la sala en un silencio abrumador.
Caelum se giró hacia ella, respirando con dificultad.
—¿Lo lograste?
Elara sostuvo el amuleto, que ahora brillaba con una luz plateada.
—Sí… pero no sé cuánto tiempo podremos contener este poder.
El líder de los cazadores los miró, sus ojos llenos de furia.
—Esto no ha terminado.
Elara y Caelum se miraron, sabiendo que la verdadera batalla apenas estaba comenzando.