El silencio que siguió a la desaparición del vórtice fue breve, roto por el eco de las pisadas de los cazadores que rodeaban a Elara y Caelum. El líder de los cazadores, un hombre de complexión fuerte y cabello oscuro recogido en una trenza, alzó su espada brillante, señalándolos con una sonrisa fría.
—Entreguen el amuleto ahora, y puede que les permita morir con dignidad —dijo, con una voz cargada de autoridad.
Elara apretó el amuleto contra su pecho, sintiendo cómo la energía dentro de él pulsaba como un corazón acelerado. A pesar del cansancio que pesaba sobre ella, su mirada era desafiante.
—No tienes idea del poder que contiene este amuleto. Si lo liberas sin entenderlo, destruirás todo, incluidos ustedes.
El líder de los cazadores soltó una risa seca.
—Nos subestimas, bruja. No estamos aquí para jugar. Hemos pasado años preparándonos para este momento. El amuleto no pertenece a los hombres lobo ni a las brujas. Es nuestro derecho reclamarlo y usarlo para restaurar el orden que ustedes destruyeron.
Caelum gruñó, dando un paso adelante, sus garras parcialmente extendidas y los ojos brillando con un tono dorado intenso.
—¿Restaurar el orden? Lo único que hacen es destruir todo lo que no entienden.
El líder lo ignoró, señalando con un movimiento de su espada a los cazadores que estaban detrás de él.
—¡Recuperen el amuleto!
Los cazadores se lanzaron hacia ellos, y la cámara se convirtió en un caos.
Caelum fue el primero en reaccionar, transformándose completamente en su forma de lobo y embistiendo contra el primer cazador que se acercó. Su fuerza era brutal, derribándolo de un solo golpe antes de girarse hacia el siguiente enemigo.
Elara levantó las manos, trazando runas en el aire mientras murmuraba un hechizo. Una ráfaga de energía dorada salió disparada de sus palmas, golpeando a dos cazadores que intentaban rodearla.
—¡No te alejes de mí! —gritó Caelum mientras bloqueaba un ataque con sus garras, lanzando al cazador contra la pared de la cámara.
—¡No planeaba hacerlo! —respondió Elara, manteniéndose cerca de él mientras lanzaba hechizos defensivos para cubrirlo.
Pero los cazadores no eran enemigos comunes. Sus movimientos eran rápidos, precisos, y las armas que llevaban estaban imbuidas con magia oscura que desgarraba las barreras mágicas de Elara con facilidad.
El líder de los cazadores observaba desde la entrada, su sonrisa desapareciendo mientras veía cómo sus hombres caían uno por uno.
—Inútiles… —murmuró, antes de levantar su espada y caminar hacia el centro de la cámara.
Elara lo vio acercarse y sintió un escalofrío. La energía que emanaba de su espada era diferente a la de las demás armas; era más antigua, más peligrosa.
—¡Caelum, cuidado! —gritó, justo cuando el líder levantaba su espada y la dejaba caer con un golpe que lanzó una onda de choque a través de la sala.
Caelum logró esquivarlo por poco, pero la onda lo hizo retroceder, dejando a Elara expuesta.
El líder se detuvo frente a ella, su mirada fija en el amuleto.
—Dámelo, bruja. No tienes idea de lo que estás jugando.
Elara apretó el amuleto, sintiendo cómo la energía en su interior reaccionaba al peligro.
—Y tú tampoco, si crees que puedes controlarlo.
Antes de que pudiera atacar, levantó una mano y lanzó un hechizo que creó una barrera de luz entre ellos. El líder gruñó, golpeando la barrera con su espada, pero esta aguantó, aunque Elara sintió cómo su energía se agotaba rápidamente.
—¡Caelum! —gritó, su voz llena de urgencia.
Caelum, aún en su forma de lobo, rugió y se lanzó hacia el líder con toda su fuerza, golpeándolo en el costado y alejándolo de Elara. Ambos cayeron al suelo, luchando cuerpo a cuerpo mientras las garras de Caelum chocaban contra la espada encantada.
—¡Elara, haz algo! —rugió Caelum mientras trataba de mantener al líder bajo control.
Elara respiró profundamente, sosteniendo el amuleto con ambas manos. Sabía que liberar el poder del amuleto era peligroso, pero no tenía otra opción.
—Por favor, que esto funcione… —murmuró, canalizando toda su magia en el amuleto.
El objeto brilló con una luz cegadora, y una ráfaga de energía plateada se extendió por la cámara, golpeando a todos los presentes. Los cazadores cayeron al suelo, aturdidos por la explosión de magia, y el líder fue lanzado contra una pared, perdiendo su espada en el proceso.
Cuando la luz se desvaneció, Elara cayó de rodillas, respirando con dificultad mientras sostenía el amuleto, que ahora parecía más tranquilo.
Caelum, jadeando y cubierto de heridas, se acercó a ella rápidamente.
—¿Estás bien?
Elara asintió débilmente.
—Lo detuve… pero no por mucho tiempo. Tenemos que salir de aquí.
El líder de los cazadores se levantó lentamente, su rostro lleno de furia.
—Esto no ha terminado… —gruñó, pero no hizo ningún movimiento para atacarlos.
Caelum ayudó a Elara a levantarse, y juntos comenzaron a retroceder hacia la salida de la cámara.
—Vendrán más —dijo Elara, mirando a Caelum con preocupación—. Y no sé si podremos enfrentarlos de nuevo.
Caelum asintió, apretando los puños.
—Entonces debemos prepararnos. Esta fue solo la primera batalla.
Mientras salían de la cámara, ambos sabían que lo que acababan de enfrentar era solo el comienzo. Y aunque habían sobrevivido, el verdadero desafío aún estaba por venir.