Elara y Caelum llegaron a la aldea de la manada al amanecer. Las primeras luces del sol bañaban el valle, pero la sensación de seguridad que una vez habían sentido al entrar allí había desaparecido. Había algo en el aire, una tensión palpable que parecía estar impregnada en cada rincón del asentamiento.
Los lobos que patrullaban los bordes del pueblo los vieron llegar y se apresuraron a informar al consejo. Cuando entraron al centro del claro, Thorne ya los estaba esperando junto a Lyssa y otros miembros del consejo.
—Llegan tarde —dijo Thorne, con el ceño fruncido mientras cruzaba los brazos. Sus ojos se dirigieron inmediatamente al amuleto que Elara sostenía en sus manos—. ¿Qué ocurrió?
Caelum dio un paso adelante, con una mano presionando su costado herido, aunque intentaba no mostrar debilidad.
—Los cazadores nos siguieron hasta la cámara. Intentaron arrebatarnos el amuleto, pero logramos mantenerlo a salvo.
Elara asintió, dando un paso junto a él.
—Sin embargo, no podemos quedarnos aquí mucho tiempo. La energía del amuleto está inestable, y los cazadores regresarán.
—¿Y liberaron algo? —preguntó Lyssa, su tono cargado de sospecha.
Elara dudó antes de responder.
—Cuando canalicé el poder del amuleto, algo se filtró. Una criatura, un fragmento de la magia contenida. La destruimos, pero… si esa magia se libera completamente, será catastrófico.
El murmullo entre los miembros del consejo comenzó a crecer, y Thorne levantó una mano para silenciarlos.
—Así que el amuleto es más peligroso de lo que pensábamos. —Su mirada se posó en Elara, intensa y penetrante—. ¿Puedes controlarlo?
Elara respiró hondo.
—Por ahora, sí. Pero no indefinidamente. Necesitamos encontrar una forma de sellar este poder de nuevo antes de que sea demasiado tarde.
Thorne asintió lentamente, evaluando sus palabras.
—Si los cazadores regresan, no esperarán. Necesitamos prepararnos para defendernos mientras buscas una solución.
—Eso no será suficiente —intervino Lyssa, con un tono frío—. Si el amuleto está tan inestable como dice, es una bomba de tiempo. Quizás deberíamos destruirlo.
Elara sintió que el corazón se le detenía.
—No pueden hacer eso. Si el amuleto se destruye, liberará todo su poder de golpe. Sería el fin no solo de la manada, sino de todo lo que nos rodea.
—Entonces, ¿qué sugieres, bruja? —preguntó Lyssa, cruzando los brazos—. ¿Qué hacemos mientras los cazadores se acercan y ese objeto amenaza con destruirnos desde dentro?
Antes de que Elara pudiera responder, Caelum dio un paso adelante, su voz resonando con firmeza.
—Confiamos en Elara. Ella ha hecho más por esta manada en estos días que muchos de nosotros en toda nuestra vida. Si dice que hay una forma de contener este poder, entonces la ayudaremos a encontrarla.
Hubo un silencio pesado después de sus palabras. Elara miró a Caelum, sorprendida por la fuerza de su declaración, y sintió una oleada de gratitud hacia él.
Thorne finalmente habló, rompiendo la tensión.
—Muy bien. Daremos un voto de confianza. Pero no tenemos mucho tiempo. Si los cazadores están tan cerca como dicen, tendremos que actuar rápido.
Esa noche, mientras la manada se preparaba para el inevitable ataque de los cazadores, Elara y Caelum trabajaron incansablemente en el amuleto. Usaron uno de los antiguos textos que habían encontrado en la cámara para intentar descifrar cómo reforzar el sello y estabilizar su energía.
—Esto es más complicado de lo que pensaba —murmuró Elara, pasando las páginas rápidamente mientras trazaba símbolos en el aire.
Caelum estaba sentado a su lado, limpiando las heridas en su costado, pero sus ojos estaban fijos en ella.
—¿Crees que podremos hacerlo?
Elara levantó la vista hacia él, viendo la preocupación en su rostro.
—No estoy segura, pero debemos intentarlo. No hay otra opción.
—Siempre tienes una respuesta, ¿verdad? —dijo Caelum con una leve sonrisa, intentando aliviar la tensión.
Elara rió suavemente, aunque su voz estaba cargada de cansancio.
—No siempre. Pero fingir que sí ayuda.
Caelum extendió una mano y tocó suavemente la suya, haciendo que ella lo mirara sorprendida.
—Lo lograremos, Elara. Juntos.
Elara sintió cómo el calor de su toque la llenaba de una fuerza renovada. Asintió, respirando profundamente antes de volver a concentrarse en el amuleto.
La calma que había envuelto la aldea no duró mucho. Apenas había pasado la medianoche cuando un aullido resonó en la distancia, seguido por el sonido de pasos apresurados que se acercaban desde el bosque.
Elara y Caelum salieron de la cabaña, con el amuleto guardado en la bolsa de Elara. Thorne los esperaba en el centro del claro, con la manada ya preparada para la batalla.
—Están aquí —dijo Thorne, con un gruñido bajo.
Los cazadores emergieron de entre los árboles, liderados por el mismo hombre que había entrado en la cámara. Su rostro estaba cubierto de pequeñas heridas, pero sus ojos estaban llenos de una determinación inquebrantable.
—No tienen escapatoria —dijo el líder, levantando su espada, que ahora brillaba con un aura aún más oscura—. Entreguen el amuleto o los destruiremos a todos.
Thorne respondió con un rugido que resonó en el aire.
—¡Si quieren luchar, tendrán una pelea!
El caos estalló en segundos, con los lobos transformándose y lanzándose contra los cazadores. Elara se quedó detrás de la línea de defensa, preparando sus hechizos mientras el amuleto pulsaba en su bolsa.
—¡Caelum, necesitamos ganar tiempo para estabilizar el amuleto! —gritó ella mientras lanzaba una barrera mágica para proteger a un grupo de lobos que estaban siendo rodeados.
Caelum, en su forma lupina, derribó a un cazador antes de girarse hacia ella.
—¡Hazlo rápido!
Mientras la batalla rugía a su alrededor, Elara se concentró en el amuleto, sabiendo que el destino de la manada y quizás de todo el mundo mágico dependía de lo que hiciera a continuación.